Igino Giordani ha sido definido por Chiara misma como uno de los “co-fundadores” del Movimiento. Un focolarino único y especial, familiarmente llamado por todas las personas del Movimiento “Foco”. A pesar de ser a toda costa un amante de la paz, se convirtió en oficial en la primera guerra mundial, donde quedó herido y fue condecorado. Profesor, antifascista, bibliotecario, casado y padre de cuatro hijos, era un conocido polemista del área católica, pionero del compromiso de los cristianos en la política, escritor y periodista. Después de la segunda guerra mundial, vivida como antifascista y obligado al exilio, resultó electo para la Constituyente. Fue diputado, laico brillante, pionero del ecumenismo. Y fue todavía él quien llevó la realidad de los laicos casados y de la familia al focolar, abriéndolo –en cierto sentido- a toda la humanidad.

El encuentro con Chiara tuvo lugar en su oficina de la Cámara de diputados, en Montecitorio, en septiembre de 1948. Pasaba por un momento particularmente difícil de su vida, sea espiritual que política: «Estudiaba temas religiosos con pasión – escribe en su último libro Memorias de un cristiano ingenuo-, pero también para no pensar en mi alma, de cuyo aspecto no me sentía edificado: me pesaba el aburrimiento; y para no reconocer esta parálisis, me encerraba en el estudio y me aturdía con el trabajo. Creía que no había nada que hacer; en cierto sentido dominaba todos los ámbitos de la cultura religiosa: la apologética, la ascética, la mística, la dogmática, la moral; pero los dominaba culturalmente. No los vivía interiormente».

Ese día a su oficina se presentó una compañía heterogénea; que enseguida pareció original por su composición para un hombre experto en vida eclesial como era Giordani: un conventual, un menor, un capuchino, un terciario y una terciaria franciscana, es decir, la misma Chiara. Un encuentro que inició cordialmente, como era su costumbre. Pero, escribirá más tarde, «verlos unidos y concordes ya me pareció un milagro de unidad». Chiara tomó la palabra, acogida por el cortés escepticismo del diputado: «Estaba seguro que escucharía a una sentimental propagandista de alguna utopía asistencial». Y en cambio no fue así. «Había un timbre inusitado en esa voz, -comenta Giordani-: el timbre de una convicción profunda y segura que nacía de un sentimiento sobrenatural. Por lo tanto, de repente mi curiosidad se despertó y el fuego interior empezó a extenderse. Cuando, después de media hora, ella terminó de hablar, yo me sentía dentro una atmósfera encantada: atrapado por la luz y la felicidad; habría deseado que esa voz prosiguiera. Era la voz que, sin darme cuenta, estaba esperando. Ella ponía la santidad al alcance de todos».

Giordani le pidió a Chiara que escribiera lo que había dicho, cosa que hizo rápidamente. Pero personalmente el diputado quiso profundizar lo que había conocido. Poco a la vez reconoció en la experiencia del focolar la realización de profundo deseo de Juan Crisóstomo: que los laicos vivan como monjes, pero sin el celibato. «Había cultivado por mucho tiempo, dentro de mí, ese deseo –sigue contando-: y por lo tanto, amaba la instrucción de franciscanismo en medio del pueblo y la dirección virginal de Catalina de Siena a los caterinatos, y había apoyado iniciativas que parecían querer remover los límites impuestos entre el monaquismo y el laicado, entre los consagrados y la gente común: confines tras los cuales la Iglesia sufría como Cristo en el Getsemaní. Sucedió algo en mí. Sucedió que esos pedazos de cultura, sobrepuestos, empezaron a moverse y animarse, engranado hasta formar un cuerpo vivo, surcado por sangre generosa: ¿la sangre que ardía en Santa Catalina? Había penetrado el amor y había investido las ideas, llevándolas a una órbita de felicidad».

Y, para explicitar este “descubrimiento”, solía repetir una frase que pronunció en los últimos años de su vida, transcurridos, una vez fallecida su amadísima esposa Mya, en ese focolar que tanto amaba, en Rocca di Papa: «Me movía de la biblioteca repleta de libros, hacia la Iglesia habitada por cristianos». Fue una auténtica conversión, una nueva conversión, que «despertándome del estancamiento en el que parecía que estaba amurallado, me inducía a un nuevo paisaje, ilimitado, entre cielo y tierra, invitándome nuevamente a caminar».

Está actualmente en curso la causa de canonización de Igino Giordani, conocido como Foco.

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Igino Giordani: sabiduría y presencia

Igino Giordani: sabiduría y presencia

El domingo 18 de abril, 41 aniversario del fallecimiento de Igino Giordani, se realizó un evento online en el que intervino la Presidente de los Focolares, se inauguró una obra de arte emplazada en el jardín del Centro del Movimiento en Rocca di Papa, Italia, se presentó un nuevo libro biográfico sobre su figura y se escucharontestimonios de quien lo ha conocido, y de quien hoy recurre a la riqueza de esta profunda y poliédrica figura a pesar de no haberse encontrado personalmente nunca con él.

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