Santidad para todos

 
Proponemos una meditación de Chiara Lubich que nos recuerda la vocación de todo cristiano.

¿Cuál es el camino para alcanzar la santidad en nuestros días?

Causa impresión oírle decir a una mujer que se hizo santa, gran santa y doctora de la Iglesia a través de la contemplación, que para rezar no se necesita tiempo ni soledad.

Es lo que piensa Teresa de Jesús, que identificó en su riquísima vida interior la esencia de la oración -camino de santidad por el que estaba llamada- con el amor.

Si bien no siempre se puede rezar, siempre se puede amar.

Si no estás solo para poder recogerte en unión con Dios, amar a Dios lo puedes hacer siempre.

Sí, porque amar a Dios es hacer su voluntad.

Y ésa, todo hombre, todo cristiano la puede hacer siempre.

Para mí, esto de hacer la voluntad de Dios es un camino moderno para hacerse santos.

No es preciso entrar en un convento, no hace falta necesariamente consagrarse a Dios o hacerse sacerdote. No, basta hacer lo que Dios quiere de nosotros.

“¿Cuándo?”. Siempre.

“Pero ¿se puede conocer la voluntad de Dios?”. ¡Claro que sí! Es observar los mandamientos, cumplir los deberes del propio estado, escuchar la voz de la conciencia, que es donde habla Dios.

Y hacerlo cada vez con mayor perfección.

Santidad_masasEntonces, también una madre de familia, que tiene que hacer las tareas de la casa, un obrero en su taller, la empleada en una cadena de montaje, el enfermo en su cama, el niño, el viejecito, el padre abrumado de preocupaciones, el policía, el artista, el barrendero, el misionero, el escritor, la cuidadora terapéutica, el mozo, el deportista, todos, todos, todos pueden hacerse santos, porque todos pueden hacer la voluntad de Dios.

Este camino de santidad es un camino de masa.

Pero cuidado: es posible, produce efecto, si se hace la voluntad de Dios en el momento presente.

Es el presente lo que importa; hay que apuntar al presente.

Entonces, la madre no hará la comida a su marido y a sus hijos únicamente porque tiene que hacerla o porque le gusta o porque ama a su familia, sino también para hacer lo que Dios quiere de ella, que es como decir: por amor a Dios.

Y así se realiza una obra que tiene repercusión en la vida eterna, la venidera. La vida eterna la determinamos nosotros en esta tierra. Y para pasar a la vida eterna, las obras de la tierra se han de hacer por Dios conscientemente, explícitamente.

El que ha intentado vivir la vida así puede dar testimonio, sin temor a engaño, de que Dios no se deja vencer en generosidad, y de que la vida es bella, es realmente bella. El cristiano, si vive bien la obra que tiene que hacer en el presente, aprovecha la gracia que Dios da precisamente para ese instante. Y un momento tras otro vivido así produce una alegría interior antes desconocida. No es exagerado decir: un anticipo de la bienaventuranza del Cielo.

Esto es lo que impulsa al alma a vivir esta nueva vida con una intensidad cada vez mayor, ofreciendo a Dios cada acción con la intención de hacerla por El y cumpliéndola a la perfección, como sugiere la voz interior.

Es una vida espléndida, sobrenatural, llena de alegría, que prende fuego en las venas y no nos deja tranquilos cuando nos damos cuenta de que hemos hecho algo con otras intenciones.

Entonces se enciende la tensión a la santidad, conscientes de que el momento que pasa no volverá, y con el afán de vivirlo sólo por Dios y perfectamente.

De ese modo el mundo, el colegio, las oficinas, las fábricas y las calles albergan santos en camino, que, si perseveran, serán santos eternamente. Pero entonces la perseverancia es fácil: no hay más que tener el valor de no pensar en el mañana y volver a lanzarse en el eterno prsente de Dios.

(Chiara Lubich, La doctrina espiritual, Ciudad Nueva Buenos Aires, 200pp118-119)

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