Adán Calderara

 
El amor no tiene techo (25 de enero de 1937 - 17 de noviembre de 2015)

 

Adán y su esposa, Silvina
Adán y su esposa, Silvina

Adán nace el 25 de enero de 1937, en un pequeño pueblo del Uruguay, Villa del Carmen, en el departamento de Durazno. Ya desde muy joven es parte activa de la juventud católica (la Iglesia católica es una pequeña grey en un país de cultura laica, que, justamente por ese motivo –y sobre todo en esos años-, contrastaba con el resto de los países latinoamericanos, más ligados a sus raíces religiosas). El suyo era un compromiso religioso y al mismo tiempo social, con una simpatía por la teología de la liberación, que había conservado hasta ahora.

Último de cinco hermanos y hermanas, era hijo de Juan, un albañil de campaña y de Gregoria, un ama de casa que, a pesar del laicismo del Uruguay, dieron a sus hijos una clara formación cristiana. El mismo Adán, en una entrevista que le hiciera Ciudad Nueva en 2013 decía: “En un ambiente poco afecto a la religión, desde gurises fuimos educados en las cosas de la Iglesia”. Y explica: “Con influencias masónicas, el Uruguay fue desde principios del siglo XX una sociedad laica. En general la gente no tiene problemas con Jesucristo, pero sí con los curas”. La figura del líder colorado José Batlle y Ordoñez, que juró como presidente sobre la Biblia aclarando que para él no tenía ningún valor, imprimió las características de una nación moderna y atenta a lo social pero con fuertes dejos anticlericales”.

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Adán y Silvina con sus dos hijos Mónica y Alejandro

Aprende en Montevideo el oficio de mecánico de automóviles, mientras termina el Liceo nocturno. Trabajará hasta la jubilación en un taller mecánico.

En esos años, conoce a Silvina, una chica de 16 años, pelirroja, y al poco tiempo inicia con ella un noviazgo; formaba parte de un grupo de amigos que estudiaban la doctrina social de la Iglesia. Conocerá también al primer grupo de personas que hablan del “Ideal de la unidad” (los Focolares) en Montevideo, entre ellos al arquitecto Guillermo Piñeyro, que será luego el primer voluntario uruguayo.

Sigue la entrevista de Ciudad Nueva: “Eran años –cuenta– en que leíamos y estudiábamos la doctrina social y los documentos de la Iglesia. En nuestro grupo había gente más de izquierda y otros más de derecha, pero todos animados por los ideales cristianos”.
Lo que más le impactó a Adán al conocer a los nuevos amigos del focolar fue que ellos contaban vivencias del Evangelio y presentaban sus experiencias de vida. “Yo experimenté sin saberlo –señala– el ardor de Jesús entre nosotros, según su promesa de estar presente donde dos o tres que se reúnen en su nombre. Lo que se decía en esas charlas no era lo más importante, muchas veces se trataba de conceptos simples, pero cuando nos despedíamos estábamos felices… esa era la gran diferencia”. Lo refiere tal como se expresaban los discípulos de Emaús.

Adán y Silvina con Lía Brunet
Adán y Silvina con Lía Brunet

En 1965 Silvina y Adán se casan, y será muy pronto el primer focolarino casado de Uruguay. A partir de allí será un punto de referencia obligado para los Focolares en Uruguay, pequeña en tamaño físico, pero de una gran personalidad. Y un referente no ciertamente porque él lo quisiera o fuera consciente de ello, sino porque en su profunda humildad y aguda inteligencia lograba hacer de puente entre los focolarinos italianos o incluso argentinos (Argentina y Uruguay son países hermanos, pero con profundas diferencias en el sentir de la gente) y el pueblo uruguayo.

En un cierto sentido será una piedra fundacional del Movimiento en este país, sobre todo por su capacidad de inculturar la espiritualidad de Chiara Lubich en el ambiente local. De hecho, en los últimos años, su compromiso –nacido como un servicio que la Obra le pidiera– fue el del Diálogo con quienes no tienen una fe religiosa, tan sentido en un país con esa clara identidad laica. Su última genialidad fue la de “traducir” en un lenguaje apto a personas no sólo sin formación cristiana sino incluso con una idea IMG-20151121-WA0013muy negativa de todo aquello que oliera a religión –cualquiera ella fuera– la “Palabra de Vida” de cada mes, a la que él había bautizado como “La idea del mes”. Son pequeños apuntes, redactados por él, con extrema delicadeza y fidelidad al texto evangélico.

Durante décadas, tras su entrada en focolar, será la columna del Movimiento Familias Nuevas junto a Silvina, quien comenzará su experiencia como voluntaria de la Obra.

Adán y Silvina ya tenían dos hijos, Mónica y Alejandro (ahora focolarino casado) cuando escuchan a Chiara hablar a las Familias Nuevas, diciendo que ese movimiento tenía entre otros objetivos el de vaciar los orfanatos. Deciden entonces adoptar a una niña de 6 años, Patricia, que pasará a ser su tercera hija. Mónica tenía entonces 14 años y Alejandro 11. Ellos también fueron consultados y dieron su aprobación total… “estábamos todos de acuerdo”, recuerda ahora Alejandro.

La gran prueba para Adán llega con la partida al cielo de Silvina, cuando él tenía 64 años y ella 57; dolor que nunca hará pesar, pero que lo acompañará

Con Victorio Sabbione
Con Victorio Sabbione

durante los 14 años que la sobrevivió. En mayo de 2001, de hecho, después de una enfermedad tan grave como veloz, muere Silvina. Cuenta Adán siempre en la misma entrevista de Ciudad Nueva: “Estuvimos siempre muy enamorados los dos –dice con cierto orgullo– y apuntábamos a no perder la felicidad de nuestro matrimonio y de nuestra experiencia espiritual. Nos dimos cuenta con el tiempo de que el amor no tiene un techo: sigue y sigue hasta lo infinito”. En efecto, en una carta que Chiara Lubich le escribía a Silvina durante su enfermedad le decía que “el amor no tiene ocaso”. Y Adán agrega: “El amor vence a la muerte. Para mí la presencia de Silvina sigue acompañándome porque el amor es eterno. Es lo medular del matrimonio”. Y remata: “En un lenguaje antiguo, te diría: la Iglesia triunfante y la militante viven juntas, y ambas son actuantes”.
Después de un tiempo de viudez y con sus hijos casados, Adán fue a vivir al focolar. “Ya con Silvina nos decíamos –cuenta– que nos hubiera gustado ‘partir’ juntos para el Cielo; pero de no ser así ella proponía que yo me sumara a la convivencia del focolar. Yo, en cambio, le manifestaba mi preocupación de que, en el caso de que yo muriera primero, ella pudiera sufrir dificultades económicas; a lo que me respondía: ‘¿Pero vos pensás que el Padre me va dejar morir de hambre?’. Eran conversaciones de un matrimonio que se quiere”.

Comentan hoy Alejandro y Mónica con relación a ese trozo de la entrevista concedida por Adán a Ciudad Nueva: “La posibilidad de que papá entrase a formar parte de la convivencia del focolar plenamente, si moría mamá primero, era algo que nosotros sabíamos y compartíamos”.

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Con Roberto Almada y Agustín Lina, compañeros de focolar

Y la relación continuó intacta después de la partida de ella, hasta incluso cuando, en este último 26 de octubre de 2015, día en el que se le anuncia a Adán mismo la gravedad del tumor que se le presentaba, una de sus primeras reacciones fue: “Se terminó el recreo: Silvina me llama a su lado”. Su recreo había sido prodigarse por todos, por cada focolarino que amó hasta el heroísmo, y por todos los miembros de la comunidad del movimiento en Uruguay.

En efecto, poco después de la partida de Silvina, Adán –habiendo arreglado todas sus cosas con los hijos– está listo para ir a vivir al focolar, ya jubilado y lleno de vida y entusiasmo. Pasa a ser un focolarino más, uno más de los que viven físicamente las 24 horas en el focolar, siempre en el servicio, con un amor preferencial por los focolarinos, a quienes custodia. Y sostiene y cultiva con un amor personalizado a los focolarinos casados.

La entrevista mencionada dice más adelante: “cuando enviudó advirtió una suerte de vocación: seguir los pasos del primer focolarino casado –Igino Giordani– que, al perder a su esposa, había ido a vivir en una comunidad. Con tal intención, le escribió a la fundadora del Movimiento. “Y Chiara me contestó que le parecía bien ese camino, me aconsejó que probara y que si los focolarinos se sentían cómodos conmigo, ella me recibía de todo corazón”.

Y ¿cómo se siente ahora, junto a otros que optaron por una vida célibe? “Yo vine –responde– para poner el hombro y acompañar, como san José, a Jesús y a María, que eran vírgenes. Me parece que en la Iglesia católica un poco lo ninguneamos a José; me gustan la tradición oriental y hasta los evangelios apócrifos, porque José fue llamado por Dios para cuidar a Jesús. En cambio, cuando voy a ver a mi familia soy padre, abuelo, suegro…”.

Y finalmente reflexiona que un focolar es la convivencia de casados y célibes, porque de lo contrario sería como un convento más moderno. Pero aclara enseguida: “Ojo que yo no estudié teología sino la presión del aceite en el motor y esas cuestiones”.

Como jubilado reconoce que trabaja tanto o más que antes; y eso le da felicidad. “Cuando la extraño mucho a Silvina –confiesa– me ubico en el presente, en Dios, donde ella está siempre, y dejo que la gracia actúe”

Hace algunos años, ya viviendo en el focolar, Adán había superado un tumor y parecía que la noche hubiera pasado totalmente.

Pero el 26 de octubre pasado, sólo 22 días antes de su partida para el Cielo, siente de golpe fuertes dolores abdominales. Pocas horas después el diagnóstico lapidario. Adán, apenas el médico se pone a hablar con Alejandro por separado, comenta al focolarino que estaba con él: “Por ahí llega… como mamá Gregoria, ella murió de eso”. Luego con la mirada, siempre tan expresiva, dio a entender que daba el paso y la vida continuaba como antes… amando a todos. De hecho, casi nunca ya volvió a hablar de la enfermedad, salvo en momentos de mucha intimidad, al punto que algunos se interrogaban si estaba verdaderamente consciente del mal. “En cambio – como alguien comentó – estaba mucho más consciente que nosotros que hablábamos del tema”.

Durante la breve internación en la mutualista, una psicóloga que se ocupa de los pacientes en su condición, se acerca a su cama y le pregunta cómo se siente. Adán la sorprende con su respuesta inmediata: “Muy bien, ¿y sabe por qué? Porque si me queda aún algún tiempo de vida, en mi casa tengo mucha gente que me quiere, y si voy a otro lado, hay también allí mucha gente, tal vez incluso son más, personas que me quieren también un montón”.

Después de la internación y la extracción de una muestra para la biopsia, vuelve al focolar, y se lo ve radiante, contento de volver. Aún estará una semana plenamente lúcido: se levanta por la mañana y se pone a trabajar en la computadora, siente la prisa de terminar cosas, lo que había iniciado. Ordena papeles, relaciones, pero también “pierde” tiempo con las personas, con los focolarinos, con todos los que vienen a verlo, con total naturalidad. Son muchos los que recuerdan momentos en donde se tocaba el cielo, conversando con él.

Pero el día 8 de noviembre, tal vez por un pequeño infarto cerebral isquémico, pierde la lucidez y Adán ya no es el de antes. Pocas palabras, a veces inconexas. Con el pasar de los días retoma la conversación y se lamenta de sentir una gran confusión en la cabeza… que no logra expresarse, escribir, leer. Pero le queda el amor y la sonrisa y el querer estar al servicio de los demás, y el dolor de no llegar…

El 16 de noviembre, un nuevo infarto cerebral lo deja inconsciente y ya no se repondrá. Una nueva internación, una noche de verdadera agonía, en donde parecía físicamente la figura del Abandonado y el día 17 está sereno en su lecho, con una grandísima dignidad. Hay que controlar las visitas en esas que serían tan sólo horas, porque todos quieren ir a verlo. A las 23.30, acompañado por dos focolarinos, los más jóvenes de su focolar, expira, en la paz, cambia de habitación.

El funeral, al día siguiente, congregó a toda la comunidad (no faltaba nadie, por más que el aviso se hubiera hecho algunas horas antes) y lógicamente muchos otros, y personas que desde hacía tiempo no frecuentaban nuestros encuentros pero que tenían en Adán un referente claro. También la inhumación, en un cementerio-jardín, fue conmovedora. Tras las oraciones y los cantos, un aplauso que no quería terminar. Decía un focolarino casado: “Durante el funeral, hemos vivido un clima de paraíso que se tocaba; estaba presente toda la comunidad, y el Espíritu Santo nos hizo redescubrir que también para nosotros es posible una vida de santidad como la suya”.

Alejandro, volviendo a casa después de haber despedido a su padre en el campo santo, tras un día intenso de emociones, pensando en Adán, escribe espontáneamente:

Amanece justo
cuando el día termina,
el dolor aprieta y se contradice
con la algarabía que tiene Silvina

Con su hijo Alejandro
Con su hijo Alejandro

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Tan enamorados
tan abrazaditos,
que el nudo en mi pecho
se afloja solito.

Son muchos los hijos
que dejó en la vida
es su gran Familia
la Obra de Maria

Es seguir tu ejemplo
lo que más yo quiero
¡¡ Hasta la Victoria !!
¡¡ Salud COMPAÑERO !!

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