Lolita (Dolores) García de Bermejillo

 
Todo ha sido amor de Dios (15/10/1926 – 29/03/2016)

Estaba casada con Ángel, quien partió unos años antes que ella; tuvieron tres hijas: Susana, Mónica y Alejandra. En marzo de 1976, asesinaron a Susana, estudiante de Filosofía de la U.N.Cuyo, por razones ideológicas. La familia fue invitada a la misa que el padre Mario Montanari, un sacerdote de los Focolares, rezaba por las personas fallecidas esa semana, entre ellas Susana.

Encontró el Ideal de la unidad en un momento muy doloroso de su vida y creyó profundamente en el amor de Dios hacia ella. No se recluyó en el dolor, por el contrario, siguió repartiendo sonrisas y siendo muy generosa.

La familia se incorporó enseguida a la comunidad, y como en esa época no había focolar en Mendoza, su casa –siempre abierta– fue una de las que alojaban a los focolarinos cuando venían a visitarnos y hacer encuentros.

En 2001-2002, resumía así su experiencia:

nucleo
Lolita con algunas integrantes de su grupo de los Focolares

“No es fácil hablar del esposo con el que estamos juntos hace casi 52 años. Qué puede haber que no sepamos uno del otro. Hemos pasado juntos alegrías como la llegada de las hijas y cada uno de los logros que en estos años se han ido sucediendo.

Cómo pensar que perderíamos una hija y de una forma tan injusta. A través de su muerte nos encontramos con la Obra de María que ha sido un bálsamo para un dolor tan grande. Más nos interiorizábamos en la Obra, más pensábamos que todo ha sido amor de Dios.

Tenemos una familia tan linda que nos hace sentir orgullosos. Pero Jesús abandonado está allí para que lo abracemos con todas nuestras fuerzas, allí donde está la angustia está Él. La falta de memoria de Ángel, que por momentos parece que va a volverse loco, también las incoherencias, las repeticiones de hablar y preguntar las mismas cosas, su impaciencia que hace difícil explicarle que hay que esperar un poco, que los nuevos medicamentos tienen que actuar. A mí me resulta muy difícil. Templanza es lo que me ayuda a abrazar esto y ofrecer.”

Cuenta Ester: “Hace ocho o diez años, fui responsable del núcleo (así se denominan los grupos de los Voluntarios de Dios) en que estaba Lolilta. Como se sentía muy intranquila cuando iba al focolar porque no estaba con su marido ya enfermo, un día manifestó que no podría ir más a los encuentros. Entonces le ofrecimos ir nosotras a su casa cada quince días y aceptó. Gozaba como un niño de la presencia de Jesús en medio. Manifestaba que para ella el focolar era todo y, como su memoria también se resentía, leía y releía la revista Ciudad Nueva y siempre la encontraba nueva.

Más adelante, pidió no reunirse más porque se olvidaba de lo que meditábamos y en cambio sí se acordaba de muchas palabras de Chiara. Respetamos su decisión. Continué llamándola por teléfono, igual que otra voluntaria del núcleo. Siempre escuchábamos una risa jovial, aunque no estábamos seguras de que nos identificara.

Quería mucho a los voluntarios, especialmente a los que se reunieron con Ángel.

Un día volvió al focolar y sintió una gran desilusión: no conocía a las focolarinas y eso la descolocó. Su mente no pudo aceptar el choque con ese presente.

Para su último cumpleaños la llamé y me dijo que era el mejor regalo que había recibido. Siempre era agradecimiento puro”.

Cuenta Rosita: “En enero de este año estuve con Lolita en casa de su hija. Cuando llegué estaba dormitando, pero apenas me vio se incorporó, con su hermosa sonrisa, para darme la bienvenida. Conversamos mucho. Me pidió que le hablara de las voluntarias, de cómo estaban. Le fui nombrando a las que ella conocía. Cada nombre le suscitaba una exclamación teñida de alegría y nostalgia al mismo tiempo, y me pedía detalles de cada una. Comprobé cómo el amor, generado con Jesús en medio, permanecía intacto. Esa memoria amorosa y profunda no había sufrido ningún deterioro como tampoco su mirada vivaz.

Cuando llegó su nieto Pablo, el diálogo fue entre los tres y sobre otros temas. Allí otra vez me sentí de fiesta, al contemplar el vínculo abuela-nieto que se manifestaba en el interés de Lolita por saber las cosas cotidianas y actuales de Pablo, y el amor y detalle con que él se las contaba. Ella estaba muy atenta a cada palabra, no recurría al pasado ni a repetir recuerdos, y entonces entendí cómo y cuánto la comunicación plena y sencilla de las vivencias y la dedicación de los seres queridos a sus ancianos no sólo les transmite amor y respeto sino que también les ayuda a interactuar con el mundo exterior, a no aislarse en su propio mundo”.

Sigue Ester: “Unas horas antes de partir fui a verla. Ya estaba en coma. Le hablé al oído y también en voz alta. Nunca tuvo una reacción. Lo mismo le dije que la Virgen la estaba esperando para llevarla de la mano ante Jesús y que se reencontraría con su querida hija Susana y con Ángel. Luego abracé su menudo e inerte cuerpo y recé un Ave María en silencio, como si ella lo hiciera”.

Y Rosita: “Ayer, 29 de marzo, partió Lolita… seguramente su sonrisa y hasta su risa franca, nos iluminarán a todos más que nunca. Ya está con nuestro “núcleo del cielo” y yo siento que podemos pedirle que cuide muy especialmente a las voluntarias más ancianas”.

La despedida fue en casa de su hija, rodeada de su familia y de tantos amigos que están o han pasado por la Obra de María y que no quisieron dejar de saludarla. A mediodía, un sacerdote rezó una oración especial, sencilla como ella, con la alegría de la resurrección. Su hija Alejandra cantó, acompañada con la caja que parecía el latido de un corazón: “Para que cante la vida, toca su caja la muerte…”, como resumiendo el misterio de amor que fue la vida de Lolita, expresado en la belleza de su sonrisa y de su corazón.

Licy Miranda (Mendoza)

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