Desde Ecuador: De los escombros surge la solidaridad

 
El testimonio de un focolarino que está en el focolar de Quito. Es enfermero especializado y frente al terremoto, Sirangelo Galiano, fue a la zona siniestrada como voluntario.

Es difícil poder explicar lo que uno siente cuando sabe que su pueblo (aún si es por adopción, como en mi caso) está destruido por un terremoto. Te viene en el alma “un silencio” un “sagrado y desesperante silencio”. En el momento del terremoto estaba asistiendo a la misa. Al terminar, lo primero que pensé fue saber cómo estaban mis compañeros. Los llamé y estaban todos bien. Llegando en casa enseguida empezamos a llamar a los miembros de la comunidad en las zonas más afectadas.

Con mis compañeros de focolar pensamos como podemos ayudar frente a tanto dolor. Buscamos todo lo que teníamos en casa de superfluo, o que nos había llegado de providencia, y lo llevamos para donar a los afectados.

rz180416fd31_14795918Llegando al parque donde se recibían las donaciones había una multitud de personas llevando agua, colchones, comida, ropa… Entre todas esta personas veo una anciana muy humilde llevando una botella del agua, me hizo acordar de la moneda de la viuda de la que habla el Evangelio, me emocionó viendo éste, mi nuevo pueblo, que frente al dolor desgarrador de su prójimo no se queda inerte, reacciona al instante. Y en todo el país nace una cadena de amor y donación que nunca había visto en mi vida. En este momento somos todos iguales: blanco, negro, indio, pobre, rico, extranjero o nacional.

En casa vimos cómo cada uno podría hacer su parte en este periodo, no es que tuvimos que ponernos en el lugar de los afectados porque ya éramos una sola cosa. Y las réplicas siguen produciendo más miedo, haciendo recordar el episodio del terremoto. Llegamos a la conclusión que según las posibilidades de cada uno armar paquetes para los afectados, otros hacer un festival, aportar un poco de esperanza y juntar víveres.

Dentro mío me preguntaba qué podría hacer yo, porque Dios a cada uno le pide algo diferente. Como profesión soy enfermero, especialista en salud pública y con master en rehabilitación psicosocial, sentía que mi aporte era estar allí al lado de las familias que perdieron sus familiares y ahorros de años para poder tener su humilde hogar.

En eso estaba cuando recibí la llamada de una amiga que me decía que un grupo que se formó con el nombre de “Comparte Ecuador” estaban necesitando psicólogos y enfermeros para ir a los lugares más afectados por el terremoto. En ese momento sentí que era lo que estaba esperando, tenía que ir porque era mi compromiso como ser humano, como cristiano, estar allí junto a los que más sufren.

“Comparte Ecuador” es una de las muchas asociaciones que surgieron de personas que tienen en común un único denominador “vivir por su propia gente y servirla”, jóvenes en su gran mayoría de todas las clases sociales, sin importar ideología o credo, con una única condición: vivir para la humanidad que está necesitada, gente con garra que deja todo de lado para poner en primer lugar al otro. Basados en dos pilares para brindar el servicio: orden y comunicación, orden que nace de una construcción desde lo colectivo.

Durmiendo en carpas, mojados por la lluvia, sucios por el barro, comiendo lo que hay, sin lugar para ducharse, privados de todos las comodidades que han dejado atrás para estar allí y ser uno más entre todos los damnificados. Al servicio 18 horas al día, “si” era la palabra de orden, después de horas entregando víveres, agua, llegar al campamento y descargar 20 toneladas de un camión, y en el momento de descanso empieza la lluvia y hay que empezar a palear para hacer las vallas alrededor de las carpas, pero en ese mismo momento llegan familias sin nada pidiendo algo. La prioridad es esa familia, todo el resto puede esperar.

Hablar de generosidad es poco, vi jóvenes molidos por el cansancio físico y psicológico pero el amor era más fuerte.

57139a1c3b61dAl llegar y ver la ciudad 80 % destruida fue desgarrador, gente junto a lo que lo que podía recuperar de las casas, en algunas parte el olor a muertos, algunos improvisando con plásticos carpas.

Nos dividíamos tareas según las habilidades me toco seguir la parte de rehabilitación psicosocial y lúdica (pero al mismo tiempo hacíamos todo el trabajo que se necesitaba: palear, descargar el camión, etc…)

Recibir cada familia como mi familia, al que llegaba como otro yo.

Llorar juntos, sacar afuera todo el dolor vivido, un abrazo, buscar la sonrisa que estaba en algún lugar muy lejano, recuerdos de momentos felices, metas de futuras en busca de la felicidad, reconocer lo que todavía teníamos, sobre todo compartir el dolor e saber que no estaba sola.

Algunos hechos. Veo algunos niños sentados con la mirada perdida. Me acerco con algunas pelotitas y juego solo, después los miro y los invito a jugar pero ninguno se anima, entonces empiezo hacer juego de palabras con ellos. Uno se levanta y viene a jugar, así uno a uno hasta que estábamos todos jugando. Hicimos una competencia, nos reíamos, ver otra vez la sonrisa en el rostro de estos niños fue una experiencia única. Aunque sea por un momento ellos volvieron a ser niños y jugar. Más tarde se acercan los padres para ver cómo habían cambiado los niños, porque le hablaba que un brasileño había jugado con ellos y que ahora tenían un amigo, fue otro momento muy fuerte poder dialogar con las 3 madres y un padre de ellos, rostros desfigurados por el dolor, ojos de vidriosos, las mismas miradas de los niños. Cada palabra que decían era como si fueran mías. Hemos soñado un futuro, hemos reconocido lo que teníamos todavía, una madre me dijo “teníamos una fe frágil, poco practicante, pero ahora todos los días rezamos en familia”. Cuando se iban estas familias me dijeron: “Nos vamos renovados, dejamos parte del peso que llevábamos, hay una nueva esperanza”.

Había una familia que no dormíam desde el terremoto, hacía ya algunos días. Llegaron al campamento a las 20. Me esperaban para hablar, ya que estaba volviendo de una brigada en el monte. Ella con fracturas, no hablaba, los mismos ojos que ya había visto en este periodo, el marido que no paraba de hablar, decía cosas y más cosas sin mencionar el terremoto. A cierto momento entramos en el tema terremoto, hablaron por una hora contando todo. Pude revivirlo con ellos. Lograron sacar afuera todos los momentos que habían quedado “trancados” adentro de uno, después buscamos momentos en los cuales en la vida fueron felices y me contaron sus historias, logros y perdidas. Al final llegaron a la conclusión que esto era una parte más de la historia pero que les tocaba vivir y sobrevivir, que podrían volver a empezar. Me pidieron quedarse en el campamento ya que no tenían casa y vivian en un auto. También la esposa reía y contaba sobre su vida, me dijo: “aquí me siento segura”. Hicimos un pacto que en cada temblor yo me iba junto a ellos y así fue, construimos un lazo fuerte de ayuda recíproca. Al otro día me dijeron “volvimos a dormir otra vez”.

Otra familia con un hijo parapléjico, en silla de ruedas, perdió la casa y algún familiar. No había como entablar una relación. Permanecían herméticos, lejanos de todo y de todos. En un momento vi que él tenía una camiseta de un equipo de Brasil. Me acerqué diciéndole que yo la quería. El niño empezó a gritar y me miró haciendo gestos con las manos y cabeza ya que no se entiende lo que habla. Me acerco diciéndole que le voy sacar la camiseta. Se empieza a reír y entablamos una relación. Los padres se sorprenden y se acercan. Comienza un diálogo también con ellos, profundo y doloroso por todo lo que habían vivido. La madre me dice: “quiero que conozca una amiga que perdió la abuela, falleció ayer, y no está bien. Intente entablar algún contacto pero no fue posible, entonces le dije a la señora que en este caso ella tendría que acompañarla. Cuando seguía mi acompañamiento a las otras personas la chica, desde lejos, seguía con la mirada todos mis movimientos. Antes de partir para Quito fui a saludar a esa familia, y estaba también la chica que había perdido la abuela y su casa. Me mira, se le llenan los ojos de lágrimas y me dice: “voy sentir tu falta, gracias”. Habíamos construido la relación a través del servicio que brindaba a los demás, que para ella fue el medio de nuestra relación.

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