Con la plantación de un olivo, símbolo de paz, conjuntamente por un judío, un sacerdote católico y un pastor reformado, se concluyó la Mariápolis en Paraná. Mientras desde todo el mundo llegan noticias inquietantes de ataques terroristas y amenazas nucleares, unas 200 personas provenientes de las provincias de Entre Ríos y Santa Fe, vuelven a poner la mirada en los valores de la familia, cuya síntesis es el amor, experimentado y vivenciando aquellas palabras de alabanza del canto de David: «¡Qué bueno y agradable que los hermanos vivan unidos!» (Sal 133, 1).
Son estas las palabras que fueron grabadas en un cartel al lado del olivo, testimonio de lazos fraternos entre todos los hombres y mujeres. Esto es lo que los participantes de la Mariápolis pudieron aprender y poner en practica a través de distintos talleres, juegos, dinámicas, testimonios y charlas que tuvieron como centro la familia y el amor. Un amor concreto lo de los mariapolitas, hecho de pequeños grandes gestos de escucha, de protagonismo en el ponerse al servicio del otro, de mirada atenta hacia todos y todas, desde los más pequeños hasta los más grandes. Raíz del “arte de amar” el antiguo y siempre nuevo grito de dolor de Jesús en la cruz: «¿por qué me has abandonado?», velo sutil al eterno amor que brota cual don del alma de quien dio la vida por sus amigos.
Los rostros radiantes de los participantes al evento son el signo evidente de la efectividad de la experiencia vivida en familia, comunidad de amor. Les tocará a estos niños, jóvenes, hombres y mujeres volver a sus hogares y a sus trabajos construyendo piedra tras piedra el mundo de paz y de armonía ya presente entre todos en la Mariápolis.
(Colaboración de Tommaso Bertolasi)