Palabra de vida – Enero 2018

 
“Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza” (Éxodo 15, 6)

La Palabra de vida de este mes evoca un versículo del Canto de Moisés, un pasaje del Antiguo Testamento en el que Israel exalta la intervención de Dios en su historia. Es un canto que proclama la decisiva acción divina para la salvación del pueblo, en el largo camino de la liberación de la esclavitud de Egipto hasta llegar a la Tierra prometida.

Es un camino que conoce dificultades y sufrimientos, pero que se realiza bajo la guía segura de Dios a través de la colaboración de algunos hombres que, como Moisés y Josué, se ponen al servicio del designio divino de salvación.

ene“Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza”

Cuando pensamos en la fuerza, fácilmente la asociamos al poder, a menudo por culpa de la opresión y los conflictos entre personas y pueblos. La palabra de Dios, en cambio, nos revela que la verdadera fuerza es el amor, tal como se manifestó en Jesús. En toda su experiencia humana, hasta la muerte que atravesó, nos abrió el camino de la liberación y del encuentro con el Padre. Gracias a él se manifestó la fuerza del amor de Dios por los hombres.

“Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza”

Si nos miramos a nosotros mismos, tenemos que reconocer con franqueza nuestros límites. La fragilidad humana en todas sus expresiones -física, moral, psicológica, social- es innegable. Pero es precisamente en ella que podemos experimentar el amor de Dios. En efecto, él quiere la felicidad de todos los hombres, sus hijos, y por ello está siempre dispuesto a ofrecer su potente ayuda a cuantos se entregan dócilmente en sus manos para construir el bien común, la paz, la fraternidad.

“Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza”

Tenemos necesidad de pedir con la oración la gracia de la unidad como don de Dios, al tiempo que también nos ofrecemos como instrumentos suyos de amor para construir puentes. En ocasión de un encuentro en el Consejo Ecuménico de Iglesias, en Ginebra en 2002, Chiara Lubich, invitada a presentar su pensamiento y su experiencia, señaló:

“El diálogo se realiza de la siguiente manera: en primer lugar uno se coloca en el mismo plano de su compañero; después se lo escucha, vacío de uno mismo. De esta manera se acoge al otro y se lo comprende. Porque al ser escuchado con amor, el otro se siente inclinado a escuchar también nuestra palabra”¹.

¿Por qué no extender nuestra oración y nuestra acción a las fracturas internas de nuestra misma comunidad eclesial, política, civil, familiar? Podremos dar testimonio con alegría de que: “Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza”.

Letizia Magri

1- Chiara Lubich, La unidad y Jesús crucificado y abandonado como fundamento para una espiritualidad de comunión, Ginebra, 28 de octubre de 2002. Tomado del libro “LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS“, Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2017

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