Miguel Angel Montiel

 
Generosidad simple y sin límites (13 de enero de 1964 – 28 de abril de l990)

169066_1826444580092_1011179_nMiguel nació en La Plata, Buenos Aires, en el seno de una familia unida, humilde, que le había dado el calor de hogar que él transmitía. Tenía tres hermanas, su padre era albañil y él mismo trabajó con su papá.

Inteligente, abierto, de carácter alegre y generoso, siempre dispuesto para el servicio, conoció el Movimiento en diciembre de 1982 –a los 18 años- y, enseguida entabló una fuerte unidad con el focolar de Avellaneda.

En enero de 1985 vino a la Mariápolis, a hacer un período de experiencia comunitaria y aquí comprendió que Dios lo llamaba al focolar, del que entró a formar parte en Buenos Aires, donde enseguida se distinguió por su generosidad, simple y sin límites. Luego viajó a Italia, donde vivió tres años en Loppiano, consolidando su vocación y dando testimonio de total servicio hacia todos.

De una carta (1986): “(…) Siento que desde el comienzo he sido incendiado por el amor de la Virgen que se respira aquí. En Ella encuentro todo. He descubierto en María de los focolarinos, mi modelo, mi deber ser, mi Madre a la cual trato de donarme totalmente, junto a Jesús Abandonado, en cada Misa; darme todo a ellos como si fuera la primera vez. En ellos todo el Paraíso con la Trinidad y toda la tierra con la humanidad”.

Luego del encuentro anual, antes de regresar a Argentina, escribía: “Me ha quedado grabado profundamente en el alma el tema de Chiara sobre el Espíritu Santo… parto feliz, voy a propagar el fuego junto a los otros focolarinos en Argentina.”

En octubre del ’89 ya estaba en el focolar de Mendoza, donde se insertó inmediata y completamente tanto en el focolar como en la comunidad. En ese tiempo, los gen estuvieron trabajando para el Genfest, vendiendo choripanes en una plaza. Una noche Miguel se quedó a cuidar el puesto. Ya de madrugada, los cuidadores empezaron a emborracharse y en un momento se entabló una fuerte discusión con una persona que pasaba circunstancialmente. Miguel intervino, haciéndoles ver que no había habido mala intención de parte de nadie, los invitó a tomar mate, otras personas se acercaron, tomó la guitarra y amanecieron cantando todos reunidos. Más tarde, el joven de la pelea comentó: “Si no fuera por aquel muchacho –- Miguel- anoche liquidaba a uno”.

Estaba preparando un presupuesto que debía presentar antes de mediodía – cuenta Norberto, responsable del focolar – cuando llamaron a la puerta: era un joven que venía desde Chile, necesitaba regresar a su país (Uruguay) y pedía ayuda. Se había quedado sin dinero y debía comprar el pasaje. Inmediatamente Miguel se puso a su disposición, consiguió el dinero, fue hasta la estación a comprar el pasaje, al volver le dio un par de zapatos suyos porque vio que los del muchacho estaban muy gastados, lo invitó a almorzar, le preparó unos sandwiches para el viaje y le regaló una campera que había de más en el focolar. Solo cuando el chico se fue, él se sentó a almorzar, mientras comentaba: ‘Nosotros daremos cuenta del bien que pudimos haber hecho y no hicimos’. Luego me pidió que habláramos. Cuando le pregunté si era urgente, me dijo que no, agregando ‘bueno, vos me conocés, yo siempre tengo necesidad de ‘confrontarme’, de saber si estoy viviendo en la unidad plena’. Quedamos en conversar el sábado, más tranquilamente, durante el día de descanso. Afortunadamente, Jesús –que conoce nuestro camino- sabía que no iba a haber tiempo ese sábado, y casi sin proponérnoslo, el viernes me contó cómo había vivido ese último tiempo, para tener la certeza de estar haciendo la voluntad de Dios y renovamos el pacto de amor recíproco.

“Finalmente llegó el tan ansiado día de descanso, el sábado 28 de abril. Esa mañana Miguel estaba feliz y, mientras preparábamos las cosas, cantaba en voz tan alta que tuvimos que pedirle que bajara el tono para no despertar a los vecinos. Se vislumbraba un día hermoso, de sol radiante, como suelen ser las jornadas otoñales en Mendoza. Transitando hacia la montaña, en el auto, Miguel comentaba: ‘Yo no sé cómo puede haber alguien a quién no le guste la montaña… o el mar.. ¡todo es obra de Dios! ¡todo es bello!’. “Llegamos a la casa que nos habían prestado y salen cuatro y se encaminan. Durante el paseo, él hablaba de la relación del hombre y la naturaleza. Más tarde, durante la caminata, expresivo como era, levanta los brazos y dice en italiano: ‘Grazie, Gesú!’. Llegados al final del recorrido, mientras los demás reponían fuerzas al pie de la cascada que habían ido a visitar, Miguel pide permiso para subir un poco más por un sendero lateral al salto de agua. Pocos minutos después, posiblemente por haber dado un paso en falso, se precipitaba al vacío.

Un gen 4, del cual Miguel era asistente, cuando supo que había muerto en el accidente, contaba: “se me cayeron las lágrimas, pero mi mamá me dijo que podía ofrecer este dolor a Jesús por Miguel. También me dijeron una vez que en lugar de hacer paquetes de actos de amor, puedo ofrecer ladrillitos (de hecho, Miguel dibujaba con él casas, edificios, de vivos colores) para que él allá me construya una casa para cuando yo vaya’ “. Sugestivamente una vez Miguel había comentado también su impresión al ver que el trabajo de un arquitecto era llegar hasta el final de la obra: “Y pensando que mi Arquitecto (Jesús), estaba construyendo una obra en mí, experimenté la perfección del verdadero Arquitecto dentro mío. Y siento fuerte que Jesús está haciendo Su obra. No sé adónde quiere llegar. Sólo sé que quiere llevarla hasta el final’.”

Su Palabra de vida era: “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y dar su vida por el rescate de muchos” (Mt 20, 28).

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