Roberto Escudero

 
La belleza que salva (22 de diciembre de 1954 – 21 de abril de 1988)

Roberto EscuderoRoberto nació en Mendoza y a los 2 años fue a vivir a Uspallata, en la cordillera de Los Andes, lugar que describe poéticamente: “las casas junto al río, bordeado de sauces llorones, cauces de agua secos, alimentados solo en el verano: estos lugares han penetrado mi infancia, mientras crecía en medio de los dones de la naturaleza”. Alma de artista, sensible, auténtico, generoso, muy pronto puso su vida al servicio de la unidad. Su fidelidad a ese Ideal hasta el final hizo de su propia vida una envidiable obra de arte.

En 1972 comienza la universidad: años de búsqueda, de angustia. Un compañero de facultad lo invita a un encuentro. “Dudando de ir –cuenta Roberto-, recordé una frase que había leído el día anterior: ‘Quien no toma mi cruz y me sigue no puede ser mi discípulo…’. Qué extraño, pensaba, para seguirlo, adosarme algo tan pesado. Qué potente debe ser su llamada para que alguien lo siga, sin que te evite lo dolores, sino que te los haga cargar. Qué misterio; me parecía poco publicitario. Aún así decidí ir, porque mi compañero era un cristiano en serio. Salí de aquel encuentro con la convicción de que se puede cambiar el mundo. ¡Partí con el corazón encendido!”.

Después, la vida con el Movimiento Gen, muy generosa, y luego dos años,‘76 y ‘77 , en la Mariápolis de O’Higgins, donde sus capacidades artísticas dan un gran impulso al sector de artesanía. En 1979 parte para Buenos Aires a estudiar Diseño Gráfico y trabaja en la editorial Ciudad Nueva, como diagramador, mientras madura el momento de su donación total a Dios y, en agosto de 1981, entra al Focolar, en Buenos Aires.

En ese tiempo escribe en su diario: “Soy un simple siervo, inútil siervo, pero tú me llamas amigo. Amigo, amigo, amigo no me dejes. Enciende fuego en mis venas para encender mi pobre voluntad. Amigo, has venido como el ‘dulce abandonado‘. Corta las cuerdas que me atan a las cosas de la vida. Odre viejo y roto es mi único don. He aquí mi nada, he aquí mi todo: amigo Jesús”.

Luego de un período de formación en Loppiano, Italia, en 1984 vuelve a Córdoba, donde por su profundidad de vida se convierte en una columna del Movimiento Gen. Cuando deja su trabajo, en la revista de la agencia publicitaria, para ir a Buenos Aires comentan: “ha quedado una mesa de dibujo imposible de remplazar; es difícil encontrar personas que resuman con tanta simplicidad todos los valores humanos y profesionales de Roberto”. En Buenos Aires se hace cargo de la diagramación de Ciudad Nueva, y desde entonces comienza a aparecer en sus páginas una viñeta humorística suya, titulada “Entre comillas”, con un insólito personaje minimalista que por su sutileza y profundidad llega a valer tanto como un artículo. Se desarrolla su talento artístico.

 

Un día, volviendo desde una ciudad vecina, donde había ido a hacer apostolado, escribe en el colectivo:

catedral

Tratando de penetrar
las complejas construcciones
erguidas al infinito,
atrapado por la piedra
y los cinceles,
casi olvidé que en los hombres
todos
están tus catedrales
elevadas para mí.

 

En 1988, debido a fuertes dolores, se somete a un chequeo médico y los análisis diagnostican un tumor maligno avanzado. “Quizás ha llegado el momento del último salto”, comenta cuando le dan la noticia. Era Viernes Santo. El lunes le escribe a Chiara: “(…) Al comienzo era un acercarme a Jesús abandonado, entrar en la oscuridad de la semilla, después, por un momento ha sido una muerte más allá de mis fuerzas, pero la unidad con los compañeros de focolar que estaban junto a mí cada segundo, me ha dado la fuerza para vivir en un sí renovado a Jesús abandonado y lograr preferirlo. He ofrecido una gota de dolor y he recibido un océano de amor del Padre a través tuyo y de tus hijos. Aún no sé cuál es mi enfermedad, pero querría la única ‘salud’: hacer la voluntad de Dios y no la mía”. En aquellos días, en medio del dolor, Roberto vive en la plenitud, en el amor personal hacia cada médico, enfermera, visita. “No tengo más fuerzas, mi fuerza es la unidad con Chiara y con todos ustedes”, dice, y ofrece todo, en esos días, por los pasos que el Movimiento está dando en el ecumenismo. Cuando, luego de un último intento infructuoso de extraer el tumor, quiere saber el resultado de la operación, comenta: “Intuía que era así, estoy en paz”. Aquella semana los dolores disminuyen y él aprovecha para recibir a sus parientes que han venido a verlo. Las enfermeras se admiran de su amor siempre atento, delicado, de su paz y de su profunda relación con los amigos que están junto a él. Preguntan quiénes son, cómo pueden estar tan unidos.

El sábado 16 llega una llamada telefónica personal de Chiara donde le comunica su conformidad para que pueda hacer los votos perpetuos ofreciéndolos por la intención ecuménica. Cuando Roberto escucha la grabación llora de felicidad. “¿Estás contento?”, le preguntan. “No, contento no, ¡estoy enamorado!”, responde. Ese día fue de paraíso; estaba feliz, con serena vivacidad. Casi no tuvo dolores y quiso dictar una carta a Chiara: “He pensado una sola cosa, ofrecer todo lo que queda de mi salud por la relación con las otras iglesias”.

Los tres días siguientes son un alternarse de momentos de paz, con otros de “noche” muy dolorosos. A veces se lo escucha murmurar “Jesús, no me abandones”, “María no me abandones”. Pero luego, siempre repite su “sí”, lo que hacen por él, pide disculpas, declarando siempre su intención de vivir el amor recíproco, hasta el final, el 21 de abril de 1988.

Su Palabra de Vida era: “Y También te doy aquello que no has pedido” (1Rey 3, 13)

 

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