El Evangelio. La aventura de la unidad iniciada por Chiara Lubich tenía  un único “texto”: la Biblia, el Evangelio, la Palabra de Dios. Para ellas, sólo en las páginas del Evangelio existía la vida que conducía a Dios.

Fue en ese período que, no por casualidad,  comenzó una práctica que ya Chiara había intuido cuando aún era maestra y que se generalizó en todo el mundo focolarino y no sólo: la “Palabra de vida”.

Vivían una frase del Evangelio y la novedad, para aquel tiempo, consistía en el hecho de que Chiara y sus primeras compañeras, para darse ánimo recíprocamente y para crecer juntas, compartían los frutos  que la vida de la Palabra  producía en sus vidas.

Escribía Chiara: “Estamos en tiempos de guerra. Cada vez que suena la sirena de las alarmas aéreas podemos llevar con nosotros al refugio  solamente un pequeño libro: el Evangelio. Lo abrimos y esas palabras, si bien tan conocidas, se iluminan por el nuevo carisma,  como si debajo de ellas se encendiera una luz, nos inflaman el corazón y nos empujan a ponerlas enseguida en práctica. Todas nos atraen y tratamos de vivirlas una a una. Yo leo para todas, por ejemplo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 19,19). El prójimo. ¿Dónde estaba el prójimo? Estaba allí, a nuestro lado, en todas esas personas afectadas por la guerra, heridas, sin casa, desnudas, hambrientas y sedientas. Inmediatamente nos dedicamos a ellas de muchas formas.

“El Evangelio asegura: “Pidan y obtendrán” (Mt 7,7). Pedimos para los pobres y –una cosa extraordinaria durante la guerra- ¡nos llega continuamente un sinfín de bienes! Un día, y este es uno de los primeros episodios que a menudo se cuenta, un pobre me pidió un par de zapatos n° 42. Sabiendo que Jesús se identificó con los pobres, dirijo al Señor esta oración, en la iglesia de Santa Clara del hospital que lleva el mismo nombre: “Dame un par de zapatos n° 42, para ti en ese pobre”. Saliendo de allí, una señorita me entrega un paquete. Lo abro: es un par de zapatos n° 42”.

“Leemos en el Evangelio: “Den y se les dará” (Lc 6,38). Damos, damos y siempre recibimos algo. Un día en nuestra casa tenemos una sola manzana. Se la damos al pobre que viene a pedir. Y esa misma mañana vemos llegar, quizás de parte de un pariente, una docena. Damos también esa docena a otros que piden y esa misma tarde nos llega una maleta. Era así, siempre así”.

“Uno tras de otro, estos episodios soprenden y encantan. Nuestra alegría es grande y contagiosa. Jesús lo había prometido y también ahora lo mantiene. Por lo tanto, Él no es una realidad sólo del pasado, sino del presente. Y el Evangelio es verdadero. Esta constatación  da impulso al camino  recién emprendido. Comunicamos lo  que está sucediendo a quien pregunta por nuestra felicidad en tiempos y horas tan tristes; ellos no  sienten que se encuentran con un grupo de chicas o con un Movimiento, sino con Jesús vivo”.