La República Oriental de Uruguay –es su nombre oficial- con tres millones y medio de habitantes, es uno de los países más pequeños del continente entre dos gigantes: Argentina y Brasile.

Debe su nombre al río Uruguay – “río de los pájaros pintados”, en lengua guaraní- que demarca su frontera occidental. Es una tierra levemente ondulada, con grandes llanuras, surcada por una infinidad de corrientes de agua y una vasta costa oceánica con playas bellísimas. Un país tranquilo, con una población hospitalaria, que acogió con los brazos abiertos, desde finales del ochocientos, a grandes olas migratorias, de Italia, de España, pero también en menor escala, de Alemania, Francia, Suiza y África. Cada uno se ha sentido en casa, mezclándose armoniosamente con el resto de los habitantes.

Los uruguayos son afables, respetuosos y naturalmente solidarios. Poseen una gran sentido crítico: aman el debate, la lectura, el arte, el fútbol –una auténtica pasión nacional- y están muy apegados a la familia y a los amigos. Tienen una gran tradición democrática.

La capital, Montevideo, fundada en 1726, hoy se presenta como una ciudad a la medida del hombre, allí vive alrededor del 40% de la población. Es aquí que, a finales de los años cincuenta, el Padre Pedro Richards, fundador del Movimiento Familiar Cristiano, invita a Chiara Lubich – a quien había conocido en Roma – a participar en la Asamblea General de su Movimiento. Chiara no tiene posibilidad de ir pero manda en su lugar a Marco Tecilla, el primer focolarino, quien se encontraba en Brasil. Era el 12 de enero de 1959, cuando Marco fue a narrar la historia de los inicios de los Focolares ante un grupo de personas. Entre éstas, un joven estudiante de arquitectura, Guillermo Piñeyro, quien llegará a ser el primer uruguayo miembro del Movimiento de los Focolares.

Marco regresa en abril de ese mismo año junto a Lia Brunet, focolarina del primer grupo de Trento. En 1963 se constituye el primer focolar al que seguirá el segundo en 1967.

Mientras tanto la vida del Movimiento de difunde también en otras ciudades: San José, Canelones, Durazno, Mercedes, Tacuarembó, Salto, Florida, Paysandú, Treinta y Tres.

Hacia finales de los años ’60, en los alrededores de Canelones empieza una experiencia estable de formación de jóvenes. El sueño es empezar una ciudadela, que sería la primera después de la internacional de Loppiano. Un sueño que se realizará más tarde en Argentina, cuando esos jóvenes se trasladan en grupo para reestructurar un ex convento donado por los Padres Capuchinos en medio de la pampa. Es la que hoy conocemos como Mariápolis Lia”.

En 1968 se realiza la primera Mariápolis en territorio uruguayo. A lo largo de los años, de la vida evangélica de sus miembros nacen: contactos e iniciativas con miembros de otras religiones –sobre todo hebreos, de quienes está presente en la capital una de las más grandes comunidades de Sudamérica-; con cristianos de otras Iglesias –Anglicana, Luterana, Metodista, Armena-; y con personas de convicciones no religiosas. De hecho Uruguay es un país atípico en la región: sólo el 55% de su población se declara católico. Son muchos los agnósticos.

Ciudad Nueva, la edición local de la revista Città Nuova, empieza en 1980. A partir de 1985 se difunde y expresa también la vida del Movimiento en Paraguay. En 1994 empieza la construcción de un centro de formación o “Centro Mariápolis”, llamado por Chiara Lubich “Il Pelícano”. En el 2003, tres diputados de partidos distintos, presentando un libro de Igino Giordani, descubren tener muchos valores en común. Así nace el Movimento Politico por la Unidad (MppU) en el país. En el “Templo de la laicidad” que es el Palacio Legislativo, sede del Parlamento, en octubre de 2008, con una sala repleta, se recuerda con gratitud la figura de Chiara Lubich, pocos meses después de su muerte.

Todavía antes de la creación del ente civil “Comunión para el Desarrollo Social” (CO.DE.SO.) se hacen intervenciones a favor de los sectores menos favorecidos, pero es sólo en el 2000 que, a petición del arzobispo de Montevideo, los Focolares se hacen cargo de Nueva Vida, una obra social en uno de los barrios más peligrosos y pobres de la capital. Gracias al Carisma de la Unidad, además de ampliar los servicios y trabajar “con” la gente del barrio, se favorece el trabajo en cadena con otras asociaciones que prestan servicios en la zona.

Hoy son 9.000 los miembros, adherentes y simpatizantes del Movimiento y numerosos los uruguayos que han conocido la espiritualidad de la unidad.