«La guerra es un homicidio en grande»

Reeditado, después de 50 años de su primera edición, el volumen “La inutilidad de la guerra” de Igino Giordani

GIAMPAOLO MATTEI

Un puñetazo en el estómago. Es lo que te deja la lectura de un libro con el título “La inutilidad de la guerra” – tiene una elocuencia tan fuerte que te deja con la espalda en la pared. Hace todavía más significativa la experiencia de tener que ver con estas páginas, la constatación de que han sido escritas exactamente hace 50 años. Llevan la firma de Igino Giordani (1894-1980), político, periodista, escritor, gran protagonista de la vida eclesial y de la vida italiana.
La editorial Città Nuova ha decidido volver a proponer el libro de Giordani (Roma 2003, 116 páginas – euro 6,50) en un período histórico que demuestra tener más que nunca necesidad de palabras veraces, claras, esenciales. Existen obras –se lee en el prefacio- que tienen el sabor de una perenne actualidad. Nacen seguramente por el empuje de problemas contingentes, pero producen una enseñanza que traspasa la condición histórica y se pone al servicio de todos los hombres, en todos los tiempos, en cualquier lugar. Es precisamente de esta constatación que ha surgido la idea de reeditar el libro escrito por Igino Giordani en 1953, cuando la “guerra fría” estaba congelando las posiciones geopolíticas y cristalizando la división de las conciencias.

Hoy el texto no sólo permite respirar ese clima de “ya para que”, teniendo entre manos, se podría decir, los pedazos del muro de Berlín: es realmente una experiencia de enorme trascendencia histórica y política. Pero en estas horas tan difíciles nos cae como gran puñetazo en el estómago, porque demuestra, con cifras en mano, la inutilidad de la guerra, su intrínseca y evidente estupidez.
Y –atención- Giordani sabe exactamente de lo qué está hablando porque él estuvo en el frente, mereciendo además, durante la catástrofe de la Primera Guerra Mundial, una alta condecoración. No es alguien desprovisto, no habla por “bellaquería” según la habitual, ridícula, acusación que se le hace a cuantos se alinean de parte de la paz: además los verdaderos valientes son los constructores de paz y no los que se esconden detrás de misiles, cañones, fusiles o cualquier otra cosa. Giordani afirma con claridad, agotando todos sus razonamientos, que la paz es el resultado de un proyecto que se ha de realizar con paciencia y con seriedad y no una linda palabra sólo para llenarse la boca, no es una mampara para esconder quien sabe cuáles intereses.

Leer las cien páginas del libro es desconcertante precisamente porque parece escrito esta mañana y no hace 50 años. Realmente la historia es “maestra de vida” según el antiguo proverbio. Lástima que a menudo los hombres sean pésimos estudiantes. Ya la primera frase del libro de Giordani te deja clavado y te obliga enseguida a subrayarla con el lápiz: “La guerra es un homicidio en grande”. Y es así que señala la retórica, la mentira, los intereses que acompañan a todo conflicto dondequiera que se combata: “Como la peste sirve para apestar, así la guerra sirve para matar”. Punto y basta.

Levantas los ojos y sientes una sensación de orgullo. Sí, joven católico, te sientes orgulloso de pertenecer a una cultura que ha sido entretejida por personas de este espesor. Giordani no era el único, desatinado y contra la corriente. Giordani es uno de los tantos protagonistas del mundo católico que han contribuido en forma decidida, y hoy quizás olvidada, al desarrollo del pueblo italiano con proyectos de vida y de esperanza. Es un hecho que entusiasma, todavía antes que un deber, conocer los pensamientos de estos hombres tan cercanos a nosotros y tan espiritualmente ricos como para no pasar nunca de moda.

Como excombatiente de trinchera demuestra que la guerra es inútil
La lectura del libro de Giordani apasiona y es difícil incluso interrumpirla. Después de un puñado de páginas debes volver a sacarle punta al lápiz porque la has gastado haciendo marcas en cada línea. El autor es polémico y polemista de raza, pero sin dejar de ser hermano de cada persona, también de quien piensa en un modo diametralmente opuesto. No ofende a los hombres, pero como incansable luchador, como excombatiente de trinchera, se lanza contra la guerra y demuestra, precisamente, que es inútil. No afloja la presa.

Giordani tiene una forma muy personal de expresarse, arrastrante, apasionado, evidentemente impulsado por el deseo de comunicar ideas. Es un estado de misión permanente. Está en el corazón de la Iglesia. Él no es un escritor puro, está “más allá”, es “más”. Sabe elegir las palabras apropiadas y, si es necesario, inventa expresiones fascinantes. Tiene el lenguaje típico de los místicos y se reconoce en sus palabras el eco de los Padres de la Iglesia. Es un libro de historia, es un libro de vida, es un libro de oración.
Es un libro que se alinea contra la tentación de la resignación ante las decisiones de los potentes de turno. Giordani sostiene que toda persona es protagonista de la paz. “Si quieres la paz, prepara la paz” es su gran mensaje que involucra a todas las categorías humanas. “Sólo los locos y los incurables pueden desear la muerte –escribe-. La muerte es la guerra. La misma no es querida por el pueblo; es querida por las minorías a las cuales la violencia física les sirve para asegurarse ventajas económicas o, también, para satisfacer pasiones deterioradas. Sobre todo hoy, con el costo, las muertes y las ruinas, la guerra se manifiesta como una “matanza inútil””. “Matanza, y además inútil”. Estas palabras pertenecen a Benito XV. Giordani respira con ambos pulmones el magisterio de los papas y en el recorrido del libro nunca pierde de vista los pasos de los Sucesores de Pedro.

“La guerra – afirma- es siempre una derrota también para quien vence en el campo de batalla. Con el dinero invertido en esta “inútil matanza” se podrían afrontar, finalmente, y con decisión, problemas dramáticos como el hambre y la pobreza, tantas enfermedades podrían ser finalmente erradicadas. Es un hecho de justicia. De este modo no valen de nada los mil pretextos, siempre los mismos, usados para justificar la guerra. Y no es una buena “excusa” la “rapidez” de las operaciones militares: aquí Giordani es despreciador y recuerda que, en el juicio de Hitler, la Segunda Guerra Mundial habría debido ser “la guerra relámpago” y que, según Salandra, la Primera tenía que ser “un paseo”. Agrega con ímpetu: “No creo que exista ningún Jefe de Estado que haya admitido haber hecho una guerra con el fin de robar; siempre ha declarado hacerla con fines más nobles, uno más altruista, más ideal que el otro. Y –puerilidad del odio- siempre la rapacidad se le achaca al enemigo y la idealidad al amigo”.

Volcar una macabra perspectiva de la historiografía
La lógica dice que quien hace la guerra se equivoca, no resuelve nada y de todas formas sale perdiendo. El pueblo no la quiere. Y se comente un gran error engañándose con las biografías de personajes que han desencadenado matanzas indecibles –desde Hitler hasta Stalin- ignorando a los verdaderos conductores de la humanidad como -escribe Giordani- por ejemplo un Cottolengo o un don Orione. Es un hecho cultural lograr volcar esta macabra perspectiva de la historiografía.

Giordani indica el camino del diálogo para buscar una solución siempre y de todas formas, sin dejar paso al cansancio. Afirma que la miseria y la avaricia son las primeras causas de las guerras cuya raíz es el miedo. Pero existe una esperanza, una alternativa: se llama caridad y la encarnó Cristo quien quiso redimir también a la política para llevarla a una función de paz, de vida. “Los enemigos se aman. Ésta es la posición del cristianismo -escribe Giordani-. Si se empezara una política de la caridad, se descubriría que la misma coincide con la más iluminada racionalidad, y se revelaría, también económicamente y socialmente, como un buen negocio”.

Define como crimen toda guerra, agresiva o preventiva que sea. De hecho es una acción contra la justicia, porque la verdadera justicia hace surgir la paz. Las referencias que Giordani dedica a San Francisco y a Dante son de una solicitud espiritual muy elevada. Afirma. “Para merecerse el nombre de hijos de Dios los cristianos deben trabajar por la paz”. Sin timidez y con valentía, viviendo el ministerio de la reconciliación, abatiendo todo muro de separación, perdonando a cuantos nos hacen daño, reconduciendo a la unidad a quien está lejos. Cita al alemán Max Josef Metzger, asesinado por los nacistas en 1944: “Nosotros debemos organizar la paz así como otros han organizado la guerra”. No es serio, no es creíble hablar de paz mientras se prepara la guerra.

“La obra pacificadora empieza por mí y por tí…” concluye Giordani. Para remover la guerra no basta eliminar las armas, es necesario sobre todo reconstruir una conciencia, una cultura de paz. Es una obra urgentísima que los hombres de fe acompañan con la estrategia de la oración. He aquí la misión de los cristianos de hoy en la historia: realizar el Evangelio de la Paz”.

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