“… hasta que sea infundido en nosotros un espíritu desde lo alto. Entonces el desierto será un vergel y el vergel parecerá un bosque”. Con estas palabras comienza el texto del cual se extrajo la Palabra de Vida de este mes. El profeta Isaías, en la segunda mitad del siglo VIII antes de Cristo, anuncia un futuro de esperanza para la humanidad, casi una nueva creación, un nuevo “vergel”, habitado por el derecho y la justicia, capaces de generar paz y seguridad.

Esta nueva era de paz (shalom) será obra del Espíritu divino, una fuerza vital capaz de renovar la creación, y consecuencia del respeto del pacto entre Dios y su pueblo y entre los integrantes del mismo pueblo, en el que la comunión con Dios y la comunidad de los hombres serán inseparables.
Las palabras de Isaías evocan la necesidad de un compromiso serio y responsable de seguir las normas comunes de la convivencia civil que impiden el individualismo egoísta y la ciega arbitrariedad, favorecen la coexistencia armoniosa y la laboriosidad orientada al bien común.

“La obra de la justicia será la paz, y el fruto de la justicia, la tranquilidad y la seguridad para siempre” (Is, 32,17)

¿Será posible vivir y practicar el derecho de manera justa? Sí, si se reconocen a todas las personas como a otros tantos hermanos y hermanas y se ve a la humanidad como una familia, en el espíritu de la fraternidad universal.
Ahora bien, ¿cómo verla así sin la presencia de una Padre para todos? Podría decirse que El ya ha inscripto la fraternidad universal en el ADN de cada persona. En efecto, el primer deseo de un padre es que los hijos se traten como hermanos y hermanas, y quieran el bien el uno del otro, se amen. Por eso el “Hijo” por excelencia del Padre, el Hermano de todo hombre, vino y nos dejó como norma de vida social el amor recíproco. Es expresión de amor respetar las reglas de la convivencia, cumplir con el deber. El amor es la norma última de cualquier acción; es lo que anima a la verdadera justicia y procura la paz. Las naciones necesitan leyes cada vez más adecuadas a las necesidades de la vida social e internacional, pero sobre todo tienen necesidad de hombres y mujeres que ordenen la caridad en su interior. Ese orden es justicia, y sólo en ese orden las leyes tienen valor.

“La obra de la justicia será la paz, y el fruto de la justicia, la tranquilidad y la seguridad para siempre” (Is, 32,17)

¿Cómo vivir, entonces, la Palabra de Vida de este mes? Poniendo más empeño en los deberes profesionales, en la ética, en la honestidad, en la legalidad. Reconociendo en los demás a personas de la misma familia que esperan de nosotros atención, respeto, cercanía solidaria.
Si tu vida, tus relaciones con el prójimo, se fundamentan en la mutua y continua caridad (que precede a todas las cosas), como la expresión más plena de tu amor a Dios, entonces tu justicia verdaderamente agradará a Dios.
Un guarda municipal del Sur de Italia que eligió compartir la situación de las personas más cadenciadas de la ciudad, tomó la decisión de ir a vivir con su familia a uno de los barrios formados recientemente: calles de tierra, sin iluminación pública, sin agua corriente ni cloacas; sin servicios civiles ni transporte público.

“Fuimos tratando de crear con cada familia y habitante del barrio – cuenta – una relación de conocimiento y de diálogo, tratando de restablecer el tejido roto entre los ciudadanos y la administración pública. Poco a poco, los casi tres mil habitantes se fueron convirtiendo en sujetos activos en la relación con las instituciones pública, por medio de un comité creado con ese objetivo.
Se llegó a obtener de la administración regional la adjudicación pública de una suma considerable para el saneamiento del barrio, que se ha convertido en un barrio-piloto y ha dado vida a actividades formativas para los representantes de todos los comités de barrio de la ciudad”.

Chiara Lubich

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