Después del shock por los graves desequilibrios sociales a su llegada a Brasil, deja ahora la herencia de un pueblo nuevo. El último saludo en la ciudadela Araceli faro de esperanza para todos.

«Cuando llegué a Recife, el 5 de noviembre de 1959, para mí fue un shock ver el desequilibrio social, la fractura entre ricos y pobres, la discriminación, el hambre que se leía en los rostros de todos, la miseria, la insensibilidad por parte de los ricos hacia los pobres. Y decía: Aquí no podemos permanecer pasivos! Algo tiene que cambiar. ¿Qué es lo que tiene que cambiar? El hombre. Pensé: son necesarios hombres nuevos para dar origen a estructuras nuevas, a un pueblo nuevo». De una entrevista en la RAI    

   

El 10 de marzo, el último saludo a Ginetta, es «una fiesta», realmente, «fiesta del cielo en la tierra», como testimonia Lia Brunet, que con ella ha vivido la aventura de los primeros tiempos del Movimiento junto a Chiara. «Desde la mañana desfila un río de gente, ‘un pueblo’ de todas las vocaciones: desde los obispos a los niños, todas las categorías sociales: campesinos, diputados, empresarios, periodistas».

Y todo tuvo lugar precisamente en una ciudad nueva, la ciudadela Araceli, el corazón del vasto Movimiento que se ha desarrollado en todo Brasil: una ciudadela con casas, escuelas, una zona industrial, donde la diferencia entre ricos y pobres ha sido anulada. Surgió en un terreno – como cuenta la misma Ginetta – donde existía sólo una casucha de barro, sin agua y sin luz, aislada del centro habitado.

 

Pero la misma certeza – como había sugerido Chiara de que allí tenía que surgir una ciudad le había dado ánimo para ir adelante día tras día, con la ayuda fuertísima de la Providencia que llegaba siempre en el momento justo, haciendo experimentar la paternidad de Dios».

Quien la ha visto – como ese periodista de la RAI que entrevistó a Ginetta – tiene la impresión de que la ciudadela es un signo profético de una ciudad futura. Y ella lo confirmaba: Creo que sí, no hay duda. Veo que cuantos vienen aquí – y son muchos los que vienen a visitarnos – quedan impresionados y dicen: «Así debería ser el mundo. Si esta vida pudiera desbordarse, caerían todas las barreras, las divisiones, los conflictos.

Aquí está la felicidad. Creíamos que la felicidad no existía. La hemos encontrado en el momento en el que habíamos perdido la esperanza. Aquí hay esperanza para todos».

Desde un primer momento, apenas llegamos a Brasil, sentimos claramente que sólo Dios habría podido resolver los problemas sociales. Cuando Su Palabra hubiese transformado el corazón de los hombres: de los ricos, de los jefes, de todos. Porque, tomar de donde hay y poner donde no hay, sólo Él podía hacerlo. ¡Sólo Dios!

Pero no un Dios abstracto, relegado a los cielos, sino ese que habíamos aprendido a ‘generar’ entre nosotros, viviendo las palabras de Jesús: «Donde dos o más están unidos en mi nombre, Yo estoy en medio de ellos» (Mt. 18, 20). Entonces, nuestro compromiso era dar testimonio de Dios, presente en una comunidad de personas dispuestas a dar la vida las unas por las otras. Él nos habría enseñado el camino.

En el momento de su defunción, es el mismo vicepresidente de la República, Marco Marciel, entre el coro de telegramas que llegan de personalidades civiles y religiosas de todo el país, quien recuerda de Ginetta el 1959, cuando dio inicio a un Movimiento que hoy cuenta con alrededor de 250 mil personas en todo el territorio nacional:

«No puedo dejar de dar, en este momento, mi testimonio con referencia a su trabajo admirable de fraternidad y de amor al prójimo, cuyos resultados, en el campo social, han traído tantos beneficios a la población más necesitada de nuestro país».

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