«Estaba estudiando para un trabajo de historia y no lograba concentrarme; eran muchas páginas y pensaba que sería muy difícil completarlo. Para empeorar la situación, llega un sms de algunos amigos que me piden ayuda con las tareas de matemáticas. Releo el mensaje, pensaba en todas las páginas de historia y estaba casi por responder que no podía ayudarlos. Después de algunos segundos, algo dentro de mí me hace entender que estoy perdiendo la ocasión de amar a unos amigos que están en dificultades.

Instintivamente me había puesto yo en el primer lugar, sin pensar que lo importante es ayudar a otros. Cierro el libro de historia y me voy a casa de uno de ellos, donde están todos reunidos. Me comprometo y los ayudo hasta tarde. Volviendo a casa ya no tengo tiempo para estudiar historia, ¿cómo haré para terminar el trabajo?

Confío todo a Dios, creyendo que habría encontrado una solución. Al día siguiente, algunos compañeros piden a la profesora si puede postergar el trabajo; evidentemente, no soy el único que no ha estudiado. La profesora, normalmente intransigente, decide aplazar el trabajo. ¿Simplemente suerte?, ¡no creo! Pienso, sin embargo, que el acto de fe de la tarde anterior, ¡haya sido providencialmente recompensado por Dios!».

(S. G. – Italia)

Comments are disabled.