“¡Dios! ¡Dios! ¡Dios! Resuene este inefable nombre, fuente de todo derecho, justicia y libertad, en los Parlamentos, en las plazas, en las casas, en las oficinas…”.

Con el deseo de responder a este sentido llamado pronunciado por Pío XII en un radiomensaje el 10 de septiembre de 1956, debido a la represión en Hungría, Chiara Lubich escribió un mensaje que se convirtió en la “carta magna” de una nueva vocación en el Movimiento de los Focolares: los “voluntarios de Dios”. Hombres y mujeres de todo el mundo –donde está presente el Movimiento-, formados a la espiritualidad de la unidad, que se comprometen a llevar a Dios a la sociedad, con la propia vida, en los varios ambientes donde actúan.

Si ha habido –escribe Chiara el 15 de enero de 1957– una sociedad capaz de quitar el nombre de Dios… el amor de Dios del corazón de los hombres. Debe haber una sociedad capar de devolverlo a Su lugar.

(…) Exista quien Lo santifica con todas sus fuerzas y se reúna con quienes sienten el mismo llamado para formar un bloque a las órdenes de esa eterna Palabra que nunca nadie podrá borrar de la tierra.
Se necesita gente que siga a Jesús como quiere ser seguido: renunciando a sí misma y tomando su cruz. Que cree que esta arma: la cruz, es más potente que todas las bombas atómicas porque la cruz es un pasadizo en las almas, mediante el cual Dios entra en los corazones… Formar un bloque de hombres de todas las edades, condiciones, unido por el vínculo más fuerte que existe: el amor recíproco dejado por el Dios humanado moribundo, como testamento… Amor recíproco que funde los cristianos en una unidad divina… que por sí sola puede oponerse a la unidad provocada por el interés, por motivos de esta tierra, por el odio.

Amor recíproco que significa: hechos concretos, proyección de todo nuestro amor hacia los hermanos por amor a Dios.En fin se necesitan auténticos discípulos de Jesús, en el mundo, no sólo en los conventos. Discípulos que voluntariamente Lo sigan, empujados sólo por un amor iluminado hacia Él, en esta hora tenebrosa…

Un ejército de voluntarios, porque el amor es libre.
(…) Es necesario… edificar una sociedad nueva, renovada por la Buena Noticia, donde resplandezcan con el amor la justicia y la verdad. (…) Una sociedad que testimonie un solo nombre: Dios”.

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