Cuando llegaron los primeros focolares a la Argentina, con Lía Brunet y Victorio Sabbione, entre fines de 1961 y principios de 1962, la primer actividad que se propusieron realizar fue una Mariápolis. Hacía pocos meses que estaban en Buenos Aires y como ya existia una comunidad en Santa María, Catamarca, a los pies de la cordillera, en plenos valles calchaquíes, impregnados de la cultura Inca, decidieron que la misma se haría allí. A 1400 km. de la Capital argentina donde había una comunidad animada por el P. Antonio Priori, el cura párroco, quien había conocido el espíritu de la unidad en Italia. Enseguida se puso al frente para organizar la llegada de los mariapolitas que vendrían: como no había hoteles todos los participantes serían alojados en casas de familia. Una cadena de donación y fraternidad que inundó toda la ciudad. Así, en Julio de 1962 tuvo lugar la primera Mariápolis hispanoamericana en Santa María de Catamarca.

A 50 años de esa primera semilla del ideal de Chiara Lubich en estas tierras, se dieron cita el primer fin de semana de octubre para lo que llamaron “La juntada” más de 250 personas que provenían de ciudades vecinas y de otras provincias.

Todo surgió muy espontáneamente, sin mucha organización. Estaba el deseo de rememorar aquel momento fundacional y expresar un nuevo anuncio de la fraternidad a 360°. El resultado colmó las expectativas.

Hubo momentos de fiesta, con participación de artistas locales. La misa del domingo fue especialmente solemne, con el recuerdo de Lía, Victorio, el P. Antonio Priori, Rosita Sánchez (una de las primeras focolarinas argentinas que conoció el Movimiento en aquella primera Mariápolis), Rubio Moya (voluntario que sostuvo la comunidad hasta sus últimos días).

Lo que no fue espontáneo, sino que demuestra que en estos 50 años el espíritu de la unidad se arraigó en Santa María, fue la visita a las obras y el encuentro con las personas que les han dado vida, a su vez transformadas por el Evangelio puesto en práctica. La Escuela Aurora, que rescata las técnicas artesanales de la cultura de los valles clachaquíes y e Tinku kamayu (reunidas para trabajar), cooperativa de elaboración de hilados y confecciones surgido por un grupo de alumnas de la Escuela Aurora. Precisamente el mensaje que llegó para la ocasión de María Voce (presidente de los Focolares) resalta el camino recorrido: “…Santa María es para todos nosotros un luminoso ejemplo de lo que nuestro ideal está llamado a obrar en estas tierras: de tal manera que se realice la unidad en la diversidad (…) Espero que el compartir las experiencias realizadas y los proyectos para el futuro, puedan dar a todos la certeza de que el camino que recorremos juntos nos hace ser una única familia que vive por un mundo unido”.

En un muro de la ciudad quedó plasmado un mural del artista Jesús Flores, como símbolo de este momento, que representa el encuentro de la luz del carisma de la unidad con la cultura Yocavil.

“Veo ese designio de Santa María, que fue la cuna de la Obra de María en Argentina, porque es una ciudad ‘síntesis’, que conjugó la tradición indígena, la criolla y la tradición cristiana”, expresa un miembro del Movimiento que participó en aquella Mariápolis.

“Un sentimiento de esperanza se fortalecía -afirma uno de los organizadores del evento- al ver la presencia y el entusiasmo de los jóvenes que estaban allí hasta el final, ayudándonos a comprender que la continuidad del Ideal está en sus manos”.

Comments are disabled.