«Desde hace 4 años estoy inscrita en la Academia de Bellas Artes. Es un ambiente de poco más de 200 estudiantes, que se ha caracterizado en los últimos años por una constante dificultad económica: por lo tanto iniciaron las protestas y el clima se volvió difícil y precario. Además de llevar adelante con seriedad mis estudios, traté de querer a quién –como yo- estaba viviendo ese momento de dificultad.

Me propusieron que fuera candidata en la Asamblea Estudiantil. Por un lado quería seguir dando una mano, pero por otro me asustaba asumir un compromiso. De hecho se trataba de trabajar duro, ¡de lo contrario no iba a funcionar! Al final… terminé siendo Presidente de la Asamblea.

Convocar a reuniones y asambleas, redactar oficios, preparar el reglamento, estar presente en el consejo administrativo: todo era nuevo para mí. Pero entendí que la única cosa verdaderamente importante era ponerme al servicio de todos.

Es una experiencia bellísima, un compromiso cotidiano, que da resultados positivos cada vez que logro ir más allá de las dificultades, tratando de vivir el Evangelio.

Un ejemplo: entre los profesores no había siempre una buena relación y los estudiantes sufrían las consecuencias. A petición de ellos escribí una carta a los docentes en donde exponía claramente nuestra posición. Muchos me dijeron que me estaba arriesgando… En cambio, después de la primera reacción, los profesores empezaron a comportarse en forma diferente y el resultado en mis exámenes no se vio condicionado.

Desde hace un año cambió el Director, el Presidente y el Director Administrativo: construir relaciones nuevas con personas más grandes y con cargos así no fue sencillo. No faltaron las discusiones que sin embargo llevaron a una mayor colaboración y a un intercambio más fructífero. De mi parte: traté de ser sincera, precisa y de escuchar profundamente. Y la confianza recíproca creció a pesar de las dificultades.

A principios del verano tenían la intención de aumentar nuevamente la matrícula y obviamente nosotros estudiantes no estábamos de acuerdo. Entendía que la situación económica era difícil, pero era claro que esta medida iba a poner en problemas a muchos. Gracias a la confianza instaurada, me llamaron para hablar al respecto y, después de muchas horas pasadas evaluando todas las posibilidades, ¡ellos propusieron disminuir 200€ la inscripción por los dos años!

Junto a la relación con la institución está aquella con los estudiantes, que cada vez presentan solicitudes nuevas. Especialmente los estudiantes de mi curso tenían algunas dificultades debidas al cambio de un profesor. De hecho, tanto por su carácter, como para hacernos mejorar, cada vez que nos confrontábamos con él salíamos destruidos y desanimados. Tratar de escucharlo profundamente ha sido un ejercicio continuo, y, aunque parecía imposible construir una relación con él, al final nuestro esfuerzo fue fecundo. En octubre algunos estudiantes, sabiendo que tenía que ordenar algunas cosas en la oficina en vista de un examen, vinieron a darme una mano.  Parecían los preparativos para una fiesta: uno ayudaba con las cosas pesadas, otro arrastraba las pizarras, otro preparaba las etiquetas, otro pintaba la pared…

Cuando llegó el profesor estaba todo listo: ¡no sólo el trabajo sino muchos pequeños detalles que no habíamos pensado pero que embellecieron todo!  Antes de empezar el examen, nos agradeció por el año transcurrido juntos y nos dijo confidencialmente que llegando se había sentido en casa.

¡Para mí fue la respuesta al esfuerzo de vivir la espiritualidad de la unidad de Chiara Lubich, durante todo el año!»

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