En el período de verano austral el número de las familias que viven en la Mariápolis Lía creció notablemente. Además de las que forman parte de la ciudadela de manera estable, durante el mes de enero, como ya se ha hecho habitual desde hace diez años, llegaron a compartir esa experiencia de unidad otras diez familias de Perú, Chile, Paraguay y Argentina. En total, entre padres e hijos, 50 “ciudadanos” más, desde un año y medio hasta cincuenta. Distintas procedencias, edades, culturas que enriquecieron con su variedad la convivencia característica de la Mariápolis.

El objetivo convocante era el de sumergirse en la propuesta comunitaria y en la rutina de sus actividades, el trabajo, la oración, la fiesta, mientras reflexionaban, dialogaban y compartían sus vivencias sobre los temas específicos propios de la familia afrontados con los instrumentos propios de la cultura de la unidad. Lo que se dice, una escuela de vida, desde el sentido más genuino del matrimonio.

El programa, como en años anteriores, incluyó momentos de reflexión sobre puntos fundamentales, aspectos e instrumentos de la espiritualidad, con su aplicación a la vida de familia, complementada con amplio espacio para el diálogo y la comunión en pareja y en el grupo.

Para que cada familia pudiera revalorizar desde esa perspectiva su vida ordinaria, además de contar con una casa propia, tenía la posibilidad de hacer su ritmo cotidiano de compras, tareas del hogar, comidas, trabajo en alguna actividad de la ciudadela, descanso y también cultivar la amistad con el resto en reuniones espontáneas, fiestas en conjunto –cumpleaños, aniversarios- compartiendo costumbres, comidas, folklore de las distintas culturas, enriqueciéndose día a día como una verdadera «familia de familias».

Los hijos, distribuidos por edades, tuvieron también su espacio de actividades con talleres y juegos, apuntando a experiencias que luego compartían con sus padres.

Al hacer el último balance, una joven esposa hablaba de haber descubierto y podido “cambiar las coordenadas de base para ser el otro. Conozco el ideal de la unidad, pero me parece tan nuevo ahora vivirlo así, con mi esposo…”. O bien Alejandra, peruana de 17 años: “Hoy siento muchos deseos de crecer en familia, pero sé que no voy sola en este camino, porque vamos de la mano con mis padres, mi hermano, con todas las familias de la Escuela Loreto y sabiendo que cerca o lejos, en Perú, Chile, Paraguay o Argentina hay quienes quieren llegar a la misma meta, que quizás caen y recomienzan, pero que creen en el amor”. “Hubiéramos querido tener más días… -fue una sensación general-. Sentimos ser como un rompecabezas en manos de Dios, que nos desarmó y nos volvió a armar con todo su amor”, afirma Jorge, de Chile. “Nos llevamos una mochila de experiencias, que algunas ya las hemos puesto en práctica aquí y otras las pondremos en práctica día a día”, dice Gustavo, de Argentina. Y Nicolás, de 9 años: “Me gusta mucho el lugar, hay mucha naturaleza y es perfecto para andar en bicicleta. Los amigos que me hice son de distintos países, se descubren nuevas culturas y cuando te juntas con los demás conoces cosas nuevas, por ejemplo, Chiara Luce, que no conocía, y que fue un niña que sabía recomenzar y supo ver el paraíso y a mí me gustaría también poder ver el paraíso. Y (cuando sea más grande), voy a venir a hacer la experiencia de un año en la Escuela Gen”.

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