Del 4 al 7 de abril, adolescentes de varias islas de Filipinas se reunieron en Tagaytay para una aventura distinta de lo común. Dejaron el confort de sus casas, tomaron distancia de la tecnología y afrontaron el desafío de salir al encuentro de la diversidad, decidieron estar en contacto con la naturaleza, mientras estrechaban nuevas amistades por personas de todo el país. Con el lema “El otro… es otro yo” trataron de descubrir cómo vivir una jornada totalmente guiada por el amor.

Durante la actividad “Coloreemos la ciudad, los jóvenes participantes en el campamento desarrollaron varias actividades sociales: visitas a orfanatos y a la prisión local; breves viajes a aldeas lejanas de la periferia de Tagaytay, donde sembraron un centenar de árboles nuevos. Todas ocasiones para poner en práctica el lema del campamento, especialmente la aplicación de la frase del Evangelio: “Cualquier cosa que hayan hecho al más pequeño de mis hermanos a mí me la hicieron” (Mt. 25,40).

Momentos que han dejado una huella importante en los chicos, como comentó uno de ellos después de haber ayudado en un hospital a algunas personas con lesiones cerebrales: “Entendí cuan frecuentemente doy por descontadas cosas que en realidad son un privilegio y un regalo que he recibido”. Y otro, después de haber pasado varias horas con los niños huérfanos: “En el poco tiempo transcurrido con ellos sentí que me había convertido en padre de uno de estos niños sin papás”.

En cambio quien visitó a los detenidos de la prisión de Tagaytay City quedó impresionado por sus testimonios, sobre cómo trataban de resurgir de sus vidas fracturadas. Los detenidos advirtieron a los chicos para que no cometan graves errores que van contra la ley, destruyendo sus vidas y las de otras personas.

Los chicos participaron también en talleres de arte, teatro, danza, música, periodismo y deporte. Compartieron experiencias de vida, como la de la familia de Lito Bulan: ante grandes dificultades, como la de la enfermedad de su esposa, afrontó la situación con mayor amor y perseverancia, igualmente su hija, tratando de vivir “el arte de amar”, se dio a la tarea de mantener intacta la unidad entre todos. Ella contó que las pruebas de la vida sirven como ‘filtro’ para crear una relación de amor en la familia más fuerte y profunda.

Durante el campamento tuvo lugar una “Amazing Race” (carrera extraordinaria): una competencia para medir la unidad y la capacidad de trabajar en equipo entre los 15 grupos que se habían formado. De las 15 etapas, la más emocionante fue la de resbalar en el fango –una lección de confianza y valentía para la vida- y la carrera de obstáculos, ¡una auténtica prueba de perseverancia!

El último día fue dedicado a la oración, a la reflexión y al sacramento de la reconciliación. Un momento para meditar e integrar lo aprendido a lo largo de estos 4 días significativos y llenos de aventuras. Con en cada youth camp (éste es el 5° año consecutivo), es siempre difícil despedirse, pero fue más fuerte el desafío de regresar a “amar al prójimo y colorear los rincones oscuros de nuestras ciudades”. Las páginas de Facebook de los participantes en poco tiempo se llenaron de fotos e historias que expresan que ¡esté “ha sido el verano más inolvidable” de su vida! Ahora estos 300 jóvenes filipinos han regresado para llevar la experiencia vivida en el Youth Camp a sus ambientes cotidianos.

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