«Nuestro Movimiento -como sabemos- surgió porque un pequeño número de personas, una célula de humanidad, fue a dar con una fuente, se dejó empapar por un manantia de agua viva: una comprensión nueva, más profunda de la buena nueva: ¡Dios es Amor! Dios nos ama. Dios ama a todos los hombres. En nuestra vida, en la vida más concreta de cada día, con sus problemas y proyectos, sus dolores y sus alegrías, nosotros no estamos solos. Basta acoger, si queremos, esa Presencia superior extraordinaria, que jugará su papel ayudando de modo imprevisible, enriqueciendo y sublimando nuestro vivir cotidiano en todas sus manifestaciones.

Un Padre, una Providencia divina está con nosotros y nos acompaña. Ciertamente, esta fe en el amor de Dios no está ausente, tampoco hoy, del corazón de muchos. Sin embargo, muchas veces no se perciben todas las consecuencias y se lleva la vida, se construye la ciudad terrena, se intenta renovar el mundo, como si la empresa dependiera sólo de nosotros. (…) Una de las mayores convicciones a que ha llegado, por ejemplo, nuestro Movimiento en estos cuarenta años de vida, convicción avalada por la experiencia cotidiana, es ésta:  vivir según la Buena Nueva, desencadenar en el mundo la revolución evangélica equivale a desencadenar también la más potente revolución social.

¿Existen, hoy, desniveles sociales en el mundo? ¿Siguen estando frente a frente ricos y pobres? Nosotros, como María, creemos -y gracias a Dios lo hemos visto realizarse en muchos puntos de nuestro planeta- que la ley del Evangelio puesta en práctica puede realmente colmar de bienes a cuantos tienen hambre y “despedir a los ricos sin nada”. (Lc. 1,53). Somos testigos de cómo la bienaventuranza de la pobreza (cf. Lc. 6,20) y la conminación “¡ay de vosotros, los ricos!” de Jesús (Lc. 6,24), tomadas en serio, pueden dar un solemne impulso al restablecimiento de los equilibrios sociales.

¿Tenemos hoy el problema del desempleo, de los ancianos, de los marginados, de los minusválidos, del hambre y tantos problemas en el Tercer Mundo? ¿No enseña toda la historia cristiana que esa página del Evangelio del examen final de todo cristiano “Tuve hambre y me dieron de comer…” (Mt. 25,35 ss.) ha ofrecido extraordinarias soluciones? ¿No hemos experimentado también nosotros que, puesta en práctica, con empeño cotidiano según las exigencias actuales y con métodos adecuados a nuestro tiempo, puede resolver muchos de estos problemas?

¿Y ese “dar”, que el Evangelio exige (“Den y se les dará”) con la promesa segura de “medidas buenas, apretadas y sacudidas hasta desbordar” (cf. Lc. 6,38), que nuestro Movimiento tantas veces ha constatado, no es también una actitud concreta que puede aliviar al que está en la miseria, al que tiene hambre, al que está solo, necesitado de todo?

Es una experiencia cotidiana, además, que “pidiendo”, como enseña el Evangelio, se obtiene (cf. Lc. 11,10); que “el resto” (y este resto, para unos, puede ser la salud, para otros, un puesto de trabajo, para otros, la casa, o un hijo, o lo que necesite) llega por añadidura (cf. Mt. 6,33).

Con nuestros propios ojos hemos comprobado después, tantas veces, para gloria de Dios, ese «céntuplo», que Cristo prometió a cuantos se desprenden de todo por El (cf. Mt. 19,23). (…) Y si llega al Movimiento por eso poco que hacemos, con la gracia de Dios, por eso poco que amamos, ¿por qué no puede llegar a todas partes?».

Mensaje dirigido por Chiara Lubich a la Jornada del Movimiento Humanidad Nueva

Roma, 20 marzo 1983 – Fuente: Centro Chiara Lubich

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