«Después de una experiencia pastoral como vice-párroco durante once años, mi obispo, antes de confiarme la parroquia, me dio la oportunidad de pasar cuatro meses en la ciudadela de Loppiano,  en nuestro Centro de formación como sacerdotes diocesanos. Aquí me encontré con una veintena de sacerdotes y seminaristas provenientes de muchas partes del mundo, para vivir una experiencia evangélica de comunión, según los lineamientos de la espiritualidad de la unidad.

Al principio, debido a la diferencia de idioma, no era fácil comunicarnos entre nosotros. Por ejemplo, cuando llegó Yvon de Madagascar que hablaba sólo francés, para comunicarse con él había que traducir del italiano al inglés y Peter de los Estados Unidos traducía del inglés al francés. Era trabajoso, pero lo hacíamos con toda la fraternidad posible y nos pudimos comprender perfectamente.

En esta escuela de vida todo se hace de común acuerdo: rezar, meditar juntos, las clases son muy ricas por su  profundidad teológica, bíblica, también conocer la vida pastoral en los más variados ámbitos; pero igualmente trabajar en el jardín, en la cocina, lavar los pisos, traducir en varios idiomas, enseñar el italiano, jugar al fútbol… Al no limitarse a las actividades propias del sacerdote y ponerse a hacer muchos trabajos manuales, como lo hizo durante treinta años Jesús en Nazareth, es que se logra que este curso sea una verdadera escuela integral.

Servir la mesa el domingo, por ejemplo, junto con otros religiosos y laicos que comparten esta experiencia, recibir con un lindo almuerzo a los numerosos visitantes de Loppiano, poner la mesa y luego lavar las cacerolas, los platos, etc…son una cantidad de cosas que, sólo junto con los otros, se logra hacer. Y se lo hace con gusto. Sencillas actividades que aquí se desarrollan, pero para mi era todo nuevo y fue una hermosa enseñanza.

El hecho de trabajar de lunes a viernes en la carpintería, me hizo apreciar de distinto modo el sábado y el domingo, como hacen los miembros de mi parroquia.

Para trabajar en artesanías (barnizado, lijado, trabajando la madera) fue necesario aprender a usar bien la vista, el oído y el tacto; y dosificar la fuerza muscular, de lo contrario corría el riesgo de arruinar las piezas o la maquinaria. La artesanía es una escuela de atención y delicadeza, características fundamentales en la vida, especialmente en la vida de un cura.

También la Misa cotidiana adquirió un sabor distinto. Por ejemplo, ofrecer el trabajo en el momento del ofertorio es algo mucho más concreto cuando duele la espalda por haber pasado la mañana inclinado trabajando la tierra o lijando una madera….

Además, realizar los trabajos domésticos todos juntos, me ayudó a superar la mediocridad. Algunas cosas las había hecho siempre, pero al confrontarme con los demás descubrí que había una forma mejor de hacerlas. Es decir que no bastaba con hacer el bien, ¡había que hacerlo bien!

Me siento muy enriquecido por estos pocos meses vividos en una “escuela integral” de vida. El trabajo manual me hizo comprender mejor la vida de mi gente, y lo que significa testimoniar la fe en el lugar de trabajo. Y he descubierto el sacerdocio “real” de cada cristiano que debe ser la base de mi sacerdocio ministerial.

(Extraído de la revista de vida eclesial Gen’s)

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