«La primera fiesta, el primer viaje, la primera cita, el primer baile… ¡no se olvidan nunca! Las primeras veces, son acontecimientos que cuando los recordamos nos conmueven, y nos regalan una sonrisa o una lágrima. Como cuando recuerdo mi primera Mariápolis, recién concluida.

Recibí la invitación de parte de un amigo muy querido y, a pesar de las dudas e incertidumbre, decidí participar. Cuando llegué a Esmeraldas –ciudad habitada prevalentemente por afrodescendientes, -con tradiciones, cocina y un ritmo particular- conocía quizás a 10 de las 350 personas que participaban en la Mariápolis, y por lo tanto, me sentí un “perfecto extraño”.

Tuve que compartir la habitación con dos desconocidos, rezando que no roncaran. Después participé en las reuniones, las mesas redondas, momentos de encuentro con personas nunca vistas antes… pero escuchando sus experiencias, sus sueños, la forma como buscaban su felicidad y la de su prójimo, sentí la confianza necesaria para lanzarme también yo a hablar de mí.

Entre las varias meditaciones, la que más me impresionó fue una carta que Juan Pablo II escribió a Chiara es la que invitaba a los miembros del Movimiento a ser “apóstoles del diálogo”. ¿Cómo hacerlo? Escuchando y abriéndonos al prójimo. En ese momento, recordé a mi padre, que dentro de poco va a cumplir 85 años y que se está quedando sin amigos porque muchos ya están en el cielo. Entendí que puedo ser su amigo, escuchándolo hablar de las cosas que le interesan: con él no puedo hablar de I-pad o de Internet, pero puedo amarlo y estar más tiempo con él.

El título de la Mariápolis decía: “El otro soy otro yo”. Una experiencia muy fuerte en este sentido fue ir a visitar a las detenidas en la cárcel de mujeres y sentir caer los prejuicios y la indiferencia, descubriendo que siempre poseemos algo para donar: el amor.

Pero la Mariápolis no fue sólo compromiso y meditaciones, en “la noche de talentos”, cuando cada uno donaba sus talentos artísticos, me divertí como pocas veces lo había hecho. Además, fue espléndida la Misa afro: la representación exacta de la alegría que existe en nuestros corazones cuando participamos en un encuentro con Dios.

Cuando regresé a mi ciudad, a pesar de que volví con el estómago vacío –por no haber comido los famosos platos tradicionales a base de pescado, como el corviches o el encocao -, mi corazón estaba completamente lleno de amor. Nos dijeron que la Mariápolis empezaría realmente cuando regresáramos a casa, a nuestra rutina. Entonces he tratado de poner en práctica lo aprendido, en especial tratando de ver el rostro de Jesús en tantos hermanos con quienes me encuentro durante el día.

Puedo afirmar que la de Esmeraldas ha sido mi primera Mariápolis, pero seguramente no será la última».


Mariápolis Esmeraldas Flickr photostream

Para información sobre las Mariápolis en el mundo: www.focolare.org/mariapolis

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