Nuestro sistema educativo ha preparado para este mundo a hombres que no comprenden la sociedad en la que deben vivir. Este sistema está destinado a destruir nuestra civilización y ya la está destruyendo.  Es inútil culpar a los políticos, a los empresarios, a los abogados… Hemos dado a muchos de nuestros jóvenes el primer empujón para que se introduzcan en el camino de la criminalidad. Es culpa nuestra si las calles están repletas de delincuentes. Es el momento de reparar esta locura. Es el momento de recoger a esta juventud, tan preciosa para la sociedad, y alimentarla con la fuente de la Vida.

Si los resultados no son buenos -¿quién de nosotros puede librarse de esta responsabilidad? ¡Que cada uno examine su conciencia y examine también su filosofía de vida! Puesto que rechazamos las enseñanzas de la religión no logramos darnos cuenta de las más graves mutilaciones del laicismo. El hecho de haber alejado la religión de nuestra vida significa haber reducido la cultura a la erudición, la vida a la técnica, la ciencia a los manuales. Significa haber privado el espíritu del hombre de los valores del espíritu. Significa haberle quitado a la sociedad los principios constitutivos para constituirse y gobernarse, haberle quitado los criterios para elegir entre el bien y el mal, con sentido de responsabilidad y conciencia de la culpa. Una cultura sin Dios es una cultura a la que le falta la idea de un juez infalible, y por lo tanto de una sanción segura e inevitable ante cada acción humana. Y un ciudadano que no cree e ignora la sanción eterna tiende fácilmente a abusar del hermano, también porque ignora que se trata de un abuso moral. El hombre aprende cómo se hace una máquina pero desconoce como fue hecho él mismo. Sabe para qué sirve la atmósfera pero ignora para qué sirve el alma.

Educar, formar, es encender una llama. Si queremos formar jóvenes capaces de elevarse por encima de la ganancia económica y del placer sensual, hay que elevarlos con una fe superior a la materia y al sentido. El hombre se eleva mediante un impulso sobrenatural, que no lo hace superhombre, sino que lo confirma como semejante a Dios. Este impulso de ascender se llama amor a Dios y su natural expansión es el amor al hombre. Genera hambre y sed de justicia y el joven, ávido de ella, lleva esta hambre a la sociedad.

La llama encendida se debe alimentar y hay que educar al joven para que custodie y haga crecer el calor y la luz.  El tiene necesidad de una educación que no se limite solo a la infancia, sino que vaya del nacimiento hasta la muerte, es decir a lo largo de toda la vida en el cual hay que arder y dar luz. Esta llama tiene necesidad de alimento, y el alimento es variado, son palabras, libros, espectáculos, y son sobre todo ejemplos y experiencias. Esta llama viva permite que se experimente  la gracia divina que empuja a ir hacia los seres más atormentados, hacia los menos dotados, los débiles, los derrotados, los despreciados, para compensar en ellos, con nuestro don, nuestras deficiencias. Orientarse hacia ellos es necesario, como es necesario aspirar a la salud, aunque estemos enfermos, es más, justo porque estamos enfermos. Es necesario que todos colaboremos para suscitar una disposición de paz y de fuerza, de colaboración y de altruismo, para convertirnos en divulgadores de la verdad.

Igino Giordani en: La società cristiana, Città Nuova, 2010 (ed. Salesiana, 1942).

3 Comments

  • Grazie a tutti quelli che lavorano in Newsletter. Gli articoli mi servono, per i giovani, per gli adulti ed infine a tutte le branche. Scusate se non scrivo ogni volta che prendo qualcosa, uso solo il «mi piace». Auguri a tutti, nel Patto, 1, Mario.

    • Igino Giordani ha scritto queste righe nel 1942, quindi in piena Guerra Mondiale. Questo per contestulizzare l’articolo. I politici degli ultimi 20 anni sarebbero allora espressione di «le strade sono gremite di giovani delinquenti» di allora?
      Pur essendo d’accordo su molto, non condivido l’allusione a Dostojevski che senza Dio tutto sarebbe permesso. Le indubbitabili mancanze poi non sono da addebitare a una parte sola (quella laica). Anche gli uomini della religione hanno da rifletterci sopra

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