Chiara los llamaba“popetti”, es decir, niños” en su dialecto trentino. Eran los chicos que habían entrado en contacto con el naciente Movimiento de los Focolares en los años ’50, formaban parte de la primera comunidad. Seguían de cerca los acontecimientos, compartieron con los protagonistas alegrías y sufrimientos y también momentos relevantes como las Mariápolis, que se realizaban en el período de verano en las Dolomitas alrededor del primer grupo de focolarinas y focolarinos.

Luigi Liberati, romano, conoció la espiritualidad de la unidad a finales del ’53. «Todos los que han recibido el regalo de estar cerca de Chiara llevan dentro la seguridad de que ella los amó en forma exclusiva; siempre tengo en mi mente y en mi alma la fuerte experiencia de haberme sentido amado y de que me dieron mi lugar». Su relato ofrece un cuadro inédito y vivo, intenso y profundo: «En agosto del ’54, participé en mi primera Mariápolis. Como no éramos muchos, era muy fácil estar en contacto con Chiara». Luigi recuerda una anécdota: «En el Evangelio de la Misa se leía “…quien recibe a uno de estos pequeños…”, y enseguida, a la salida Chiara dijo: “Popetti, todos al auto, vamos a comer frutilla (fresas) con crema”. Inmediatamente todos entramos, apretados, en la Fiat 103.  A los más pequeños Chiara los llevaba en su regazo y después… buen atracón de fresas (frutilla) con crema».

Durante las primeras Mariápolis, Chiara  confió el grupo de chicos que aumentaba continuamente a Vincenzo Folonari, familiarmente conocido como Eletto: «Allí se evidenció todo el espesor espiritual de Eletto. Con él conocí gracias nunca antes vividas: abrió con nosotros un diálogo que era el vínculo con Chiara, ella nos amaba, nos enseñaba, y Eletto nos ayudaba a traducir en vida todo eso».

Con el pasar del tiempo, el grupo de chicos aumentaba y Chiara pensó en mantenerlos unidos creando un pequeño centro. «Casi todos los días alguno de nosotros llegaba allí después de la escuela; nos manteníamos en contacto por correspondencia con otros chicos esparcidos en varias partes de Italia. Chiara venía a menudo, nos daba consejos y nos animaba». La relación con ella era directa y filial: «Cuando en el ’57 tuvo un accidente y se rompió el hombro, Pablo Carta y yo íbamos casi todos los días a la clínica donde estaba internada y le dejábamos un mensaje en el auto para hacerle llegar todo nuestro amor».

En un momento éramos tantos, que un día sentimos la exigencia de organizar un encuentro internacional; ese día advertimos una responsabilidad que nos hacía sentir totalmente iguales a los adultos; vivíamos todo con sacralidad. Así se pusieron las bases de la difusión de la espiritualidad de la Unidad entre las nuevas generaciones: «Con todo esto –concluye Luigi- Dios nos estaba preparando para lo que, en la siguiente década, surgiría en forma explosiva con los “Gen”». Pero esto es otro capítulo.

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