Se habla mucho del deber de dar testimonio que tiene el cristiano en la vida social: testimoniar a Cristo. Esto, en la práctica,  quiere decir que el mundo, viendo como el cristiano habla, actúa, escribe, sufre, o goza, comprende quien es Cristo, siempre que  ese cristiano actúe de forma que honre  a Dios a través de Cristo. Esto parecerá arduo, casi una utopía. Y en cambio, porque fue  pedido por el mismo Cristo, quiere decir que es posible. Él lo ha considerado posible, y exige de cada uno de nosotros, que seamos perfectos en la Tierra como el Padre nuestro que está en los Cielos: ¡nada menos que esto!

En nuestro tiempo, el testimonio se exige sobre todo en el campo social, económico y político, dado que es en estos ámbitos donde más comúnmente se niega a Dios y se traiciona el Evangelio con ideologías materialistas, con egoísmos feroces, con abusos demagógicos. La tarea del cristiano es  purificar ese ambiente, actuando con la pureza de la vida, con la libertad en su comportamiento ético, con el sacrificio de sí mismo. De hecho, la manera más segura para curar los males sociales consiste en construir en nosotros la conciencia del bien social y luego afirmarla, con la palabra, con la acción, con el voto, ya sea en casa, como en la oficina o en el taller; en los  puestos de responsabilidad y ejecutivos, entre grandes y chicos. Cualquier acción que se realice, sea que se coma o se beba, se haga de forma de honrar a Dios. La gente que es escéptica, incrédula o dubitativa se convertirá  si reconoce en nosotros a Cristo.

El atractivo perenne y la acción saludable de un S. Francisco, deriva del hecho de que se reconoce en él, los lineamientos de Cristo. Se nos ha consignado una tarea enorme: una tarea divina. Se me  exige que sea Cristo vivo también cuando doy clases, cuando escribo en un periódico, cuando atiendo a un enfermo de cáncer en el hospital. Tenemos que serlo en cada momento, en la relación con los hermanos, aunque sean desagradables o adversarios. Nosotros amamos al hermano, y el hermano nos abre una brecha a Dios. De este modo se encarna lo divino en la estructura humana, en la política, en la economía, en el arte, en el trabajo. Y como cada uno de nosotros vive su vida con sus necesidades, tensiones y problemas, de este modo lleva el alma de Cristo, la inspiración del Evangelio como la solución a la crisis de su época, transformándola en proceso de purificación, en un medio para volver a ser  libres.

Igino Giordani en: Parole di vita, Società Editrice Internazionale, 1954

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