Cuando se enteraron de que en una cárcel  había detenidos “especiales”, los jóvenes tratan de conocer mejor el tema. Visitan la cárcel y se vinculan con hombres, mujeres y niños en su mayoría cristianos provenientes de Eritrea, que tienen una historia de profundo dolor. Ellos intentaban escapar de la difíl situación que atraviesa su país y pensaron que los iban a llevar a un lugar mejor, pero  cayeron en la trampa de los traficantes de órganos. Estaban destinados a una muerte desconocida. Cuando se dieron cuenta del engaño, escaparon atravesando las fronteras y se refugiaron en Egipto. Sin documentos, fueron arrestados y encerrados en una cárcel. Es allí donde los jóvenes de los Focolares los encuentran. Los detenidos esperaban, algún día, volver a Eritrea.

“Con el apoyo de un religioso comboniano y de los jóvenes de los Focolares- cuenta Abdo, testigo directo- logramos entrar en la cárcel. Estábamos muy contentos con la idea de poder amar concretamente pero no imaginábamos con cuánto dolor nos íbamos a encontrar. En la prisión,  la comida era muy escasa; la higiene y las atenciones médicas prácticamente no existían”. Los jóvenes quedaron impresionados al ver que en la cárcel también había niños, algunos muy pequeños. Cuando cruzaban la frontera, uno de ellos fue herido por una bala perdida.

“Imposible definir el dolor que sentíamos delante de un sufrimiento tan grande-comenta Abdo-. Con los ojos llenos de lágrimas nos preguntaban cuál era el mal que habían cometido para merecer vivir en esa situación”

Los muchachos no se desaniman, se dividen en grupos, escuchan sus historias; tratan de darles consuelo, esperanza en el amor de Dios; procuran socorrer las necesidades más urgentes con ayuda material.

“Algunos precisaban medicamentos, otros, ropa o también un teléfono para comunicarse con sus familias que no sabían dónde habían llegado. Pero su primera necesidad era la de tener a alguien que los fuese a visitar y que se interesara por ellos”

Foto © 100viaggi.it

Los responsables de la prisión dicen que la falta de alimentos es una de las mayores dificultades. “Un día-cuenta Abdo- preparamos más de cien pequeños recipientes con “koscheri”, comida típica egipcia hecha con pasta y lentejas. Nuestra visita concluía, generalmente, con un intenso momento de oración. Ellos cantaban los salmos en su propio idioma. Era un alma sola y una voz sola, con tanta fe y fuerza interior, que nos envolvía a todos en un clima espiritual muy profundo; ¡no podíamos contener la emoción!”

Las visitas fueron cada vez más asiduas, constantes, e involucraron en esta fuerte experiencia a los jóvenes por un mundo unido de otras ciudades de Egipto como El Cairo y Sohag. “Al día de hoy- concluye Abdo-algunos eritreos ya volvieron a su país, pero, víctimas del mismo dramático engaño, llegaron nuevos detenidos a la cárcel. A menudo sentimos la impotencia por no poder hacer nada y queremos dar más, pero se los confiamos a Dios pues para El nada es imposible. A nosotros se nos pide esta pequeña colaboración para construir un mundo más fraterno y unido”

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