Continuación de «La aventura de la Unidad»/Los inicios/1

En los meses sucesivos Chiara se encuentra rodeada de jóvenes. Algunas de ellas quieren seguir su mismo camino: Natalia Dallapiccola la primera, después Doriana Zamboni y Giosi Guella; también Graziella De Luca y las dos hermanas Gisella y Ginetta Calliari; otra pareja de hermanas, las Ronchetti, Valeria y Angelella; Bruna Tomasi, Marilen Holzhauser y Aletta Salizzoni; … Y todo esto sucede a pesar de que el camino del focolar no estaba para nada definido, salvo por el “absoluto radicalismo evangélico” de Chiara.

En esos meses la guerra encrudece también en Trento. Ruinas, escombros, muerte. Chiara y sus nuevas compañeras se encuentran en los refugios antiaéreos cada vez que hay bombardeos. Es fuerte el deseo de estar juntas, de poner en práctica el Evangelio, después de aquella fulgurante intuición que las lleva a poner a Dios amor como el centro de sus jóvenes vidas. «Cada acontecimiento nos impresionaba profundamente –dirá más tarde Chiara-. La lección que Dios nos ofrecía mediante las circunstancias era clara: Todo es vanidad de vanidades, todo pasa. Pero, con-temporáneamente, Dios ponía en mi corazón, a nombre de todas, una pregunta, y con ella una respuesta: “Pero ¿existirá un ideal que no muera, que ninguna bomba pueda hacer caer, por el cual valga la pena donar todo de nosotros?”. Sí, Dios. Decididamente decidimos hacer de Él el ideal de nuestra vida».

En el mes de mayo, en un sótano de la casa de Natalia Dallapiccola, a la luz de una vela, leen el Evangelio, como ya es su costumbre. Lo abren casualmente, y encuentran la oración de Jesús antes de morir: «Padre, que todos sean una cosa sola» (Jn. 17, 21). Es un texto evangélico extraordinario y complejo, es el testamento de Jesús, estudiado por lo exegetas y por los teólogos de toda la cristiandad: pero algo olvidado en aquella época, por ser misterioso para la mayoría. Y después la palabra “unidad” había entrado en el vocabulario de los comunistas, que en cierto sentido reclamaban el monopolio. «Pero aquellas palabras parecían iluminarse una a una – escribirá Chiara-, y nos dejaron en el corazón la convicción de que habíamos nacido para “aquella” página».

Pocos meses antes, el 24 de enero, un sacerdote les pregunta: «¿Saben cuál fue el dolor más grande de Jesús?». Las muchachas responden según la mentalidad común de los cristianos de entonces: «El que sufrió en el huerto de los olivos». Pero en sacerdote replica: «No, Jesús sufrió más cuando grito en la cruz: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”(Mt 27,46)». Impresionada por esas palabras, en cuanto quedaron solas, Chiara le dice a su compa-ñera: «¡Tenemos una sola vida, gastémosla lo mejor que podamos! Si el dolor más grande de Jesús fue el abando-no por parte de su Padre, nosotros seguiremos a Jesús abandonado». A partir de ese momento Él será para Chiara el único esposo de su vida.

El conflicto mientras tanto no deja tregua. Las familias de las muchachas en gran parte se ven desplazadas a los valles de las montañas. Pero ellas deciden permanecer en Trento: quien obligada por el trabajo o por el estudio, o, como Chiara, para no abandonar a las muchas personas que empezaban a sumarse. Chiara encuentra un techo en el apartamento número 2 de la Plaza de los Capuchinos, en la periferia de Trento, donde ella y algunas de sus nuevas amigas –primero Natalia Dallapiccola, y después poco a poco las otras- se transfirieren. Es el primer focolar: un modesto apartamento con dos ambientes en el anexo arbolado a los pies de la iglesia de los Capuchinos: lo llaman “la casita del amor”, o, simplemente, “la casita”.

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