<La sangre.

El auto que va delante de mí pierde el control, choca contra una pared y se vuelca. Logro frenar. Alguien se detiene para socorrer a los heridos: una anciana, un niño y un joven. Pero nadie quiere llevarlos al hospital por el temor de ser acusados de haber provocado el accidente. De mi parte, aunque temo porque algunas veces me ha sucedido que cuando veo sangre me desmayo, me esfuerzo y los subo a mi auto. En el hospital cobran una cantidad de dinero para ingresarlos, pero ellos no tienen nada. Firmo un cheque y  me aseguro de que los heridos queden bien atendidos. Estoy feliz de haber vencido mi emotividad, pero sobre todo, por haber hecho algo por los hermanos.  M. S.-Argentina

Más allá del cansancio

Muchas veces cuando llego a casa, siento el vacío que dejó la muerte de mi esposa y prefiero estar solo, tranquilo, pero siento que debo olvidarme de mí mismo y cultivar la relación con mis hijos. Es difícil ser padre y madre a la vez. Antenoche, volviendo a casa, me di cuenta de que todos estaban todavía levantados. Hubiera querido descansar, en cambio, olvidando mi cansancio, me puse a jugar con ellos. Para mi sorpresa, uno de ellos, con quien la relación había sido siempre difícil, se me acercó con afecto y se sentó en mi regazo. No lo había hecho nunca.  S. R.-Usa

Bombones

Le llevé a unos amigos muy queridos una caja de bombones de regalo. Por su lado, ellos quisieron regalarme una caja más grande: «¡Para tus hijas!». En el ómnibus, mientras volvía a casa, subió una pareja de gitanos con una niña de unos cinco años. La pequeña miraba mi caja con gran deseo. Al principio fingí que no la miraba. Pero no estaba tranquilo. «Jesús, hazme comprender qué debo hacer» Justo en ese momento, la niña se me acercó tendiendo su manito hacia los bombones. No podía rechazarla y se los dí. Pero, cuando bajé del ómnibus, estaba disgustado de volver a casa con las manos vacías. Apenas llegué a casa, mi esposa me dice que una amiga, que pasó a saludarla, había dejado de regalo una gran canasta llena de golosinas. Me quedé sin palabras, feliz.  W.U. – Roma

Extraído de: El Evangelio del día,  Città Nuova Editrice

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