Desocupado
En la fábrica desde hacía tiempo había síntomas de serias dificultades. De repente nos encontramos en la calle sin ninguna posibilidad de gestionar la ayuda del Estado o de tomar otras providencias. Desocupado, sin nada que hacer en casa, estaba entrando en un profundo estado de frustración, de inutilidad. Viviendo con el sueldo de mi esposa. Sintiéndome ayudado por mi fe, me dije que podía dedicarme a hacer muchos trabajitos que desde hacía tiempo mi esposa me había pedido. Me puse a pintar las puertas y las ventanas, a tapizar las paredes… También otras personas de la familia se apasionaron y me dieron una mano. Comprendí que lo importante no era sólo traer un sueldo a la casa, el verdadero capital del que la familia tenía necesidad era el amor, y, desocupado o no, podía amar.   L. R. – Italia

Una justicia humana
A pesar de que me había preparado con las mejores intenciones, este lunes la audiencia había sido triste y apagada. Al final de la mañana me sentía desanimado por este tipo de justicia tan fácil de despachar. Sentía que tenía que hacer algo. Mientras tanto se presentó el último imputado. Parecía más viejo de la edad que tenía. Ya había estado en prisión y esta vez lo habían sorprendido con un automóvil robado. Supe por él que, desde que había salido de prisión, estaba trabajando regularmente, su jefe estaba satisfecho. Entonces decidí modificar la sentencia y le pedí al tribunal una pena en la que pudiera descontar los días de prisión durante las vacaciones anuales. Así podía mantener su trabajo. El tribunal aceptó. Pocos días después me llamó por teléfono un periodista de la televisión sorprendido por mi actitud. Le contesté que lo único que había hecho era mi trabajo, utilizando todos los recursos de la ley. Durante el programa ese periodista retomó el hecho, concluyendo así: «Aplicando la ley con el corazón y la inteligencia, se puede hacer justicia humana». A.B. F. – Francia

Constructor de paz
Soy seminarista. En la difícil situación de los conflictos étnicos de mi país, también mi aldea estaba dividida. Dos de las facciones combatían, ante la ausencia de la fuerza pública. Aún sabiendo el riesgo que corría, le pedí a Dios la fuerza para ser constructor de unidad entre mi gente, y superando una barricada de troncos que había en medio de la calle, logré llegar donde estaba uno de los dos grupos que se había refugiado en los locales de la parroquia. Pedí la palabra y pude hablarles con el corazón abierto sobre lo inconsistentes que eran las motivaciones de ese odio y violencia. Después de escucharme, me pidieron que hablara también con el otro grupo. Debo haber sido convincente porque al final todos volvieron a vivir juntos. Gilbert – Burundi

Tomado de: El Evangelio del día, Città Nuova Editrice.

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