JustinNaryEl Padre Justin Nary, de 42 años, de la República Centroafricana, habla lentamente en el Net-working, la reciente cita para sacerdotes y seminaristas que tuvo lugar en Loppiano. Habla de su país, que ha estado en el centro de la crónica desde hace poco más de un año después de la sangrienta guerra civil entre musulmanes, cristianos y animistas.

Un conflicto casi olvidado, que ya no tiene audience, pero que sigue teniendo todavía hoy pesadas consecuencias cotidianas en la población.

«Desde hace tres años era párroco en una gran ciudad que, como todo el país, vivía con la psicosis del eminente conflicto étnico-religioso. Todo empezó cuando me di cuenta con dolor, de que entre nosotros sacerdotes, pastores e imán ni siquiera nos conocíamos. Debía hacer algo porque estaba en juego la vida de nuestra gente». Por eso el Padre Justin involucró a los otros líderes religiosos en citas periódicas para compartir y para buscar juntos la forma de orientar a los fieles hacia un estilo de vida pacífico.

El golpe de estado provocado por una minoría musulmana hizo que rápidamente se precipitara la situación y que empezaran las masacres contra la población no musulmana. Pero no terminó allí: una facción rebelde compuesta por cristianos, paganos y militares de tradición local dio un vuelco a la situación, tomaron el poder y desplegaron una feroz venganza contra los musulmanes. Quien podía dejaba la ciudad, pero alrededor de 2.000 musulmanes corrieron a pedir refugio a la parroquia y el Padre Justin les abrió las puertas. No pasó mucho tiempo y la cosa se supo. Los rebeldes llegaron para matar a todos, a menos que el Padre Justin reaccionara ante su ultimátum.

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El sacerdote sigue contando: «Había hecho lo posible para buscar  la ayuda de los militares o de las autoridades, pero había sido en vano. Fue mientras celebraba la misa que entendí que Dios me pedía que le donara la cosa más grande que tenía, la vida.

Entonces decidí que me iba a quedar con mi gente, musulmana y no musulmana,  hasta el final, consciente de que me estaba arriesgando a ser masacrado junto a ellos. Ante mi determinación, también mis hermanos de comunidad, que habían venido para rescatarme, decidieron hacer lo mismo».

Faltaban poquísimas horas para que se venciera el ultimátum, cuando, de repente, sonó el teléfono celular del Padre Justin. Era el jefe del ejército de la Unión Africana que le aseguraba su ayuda enviando al ejército, que llegó precisamente 17 minutos antes que los rebeldes, salvando la vida de todos.

«Después de un fallido intento de ataque, la mayor parte de los refugiados logró emigrar a Camerún –concluye el Padre Justin-, mientras que todavía 800 de ellos están en la parroquia. Lo que me da la fuerza en los momentos más difíciles es preguntarme qué harían mis amigos de los Focolares y Chiara Lubich en mi lugar. Me acuerdo de sus encuentros con los amigos musulmanes, cómo ella los amaba y enseguida todo se vuelve claro: habría dado la vida por ellos».

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