20140928-01
Foto: Antonio Oddi

Pero a los ojos de Dios, ¿será más hermoso el niño que te mira con ojos inocentes, tan semejantes a la naturaleza límpida y tan vivos, o la jovencita que deslumbra como la lozanía de una flor apenas abierta, o el anciano marchito y encanecido, ya encorvado, casi del todo inhábil, quizá solamente en espera de la muerte?

El grano de trigo es bello y está lleno de esperanza cuando -tan prometedor, más tenue que un tallito de hierba, agarrado a los granos hermanos que arracimados forman la espiga– espera madurar y desgajarse, solo e independiente, en la mano del agricultor o en el regazo de la tierra.

Pero también lo es cuando, ya maduro, es escogido entre los otros, por ser mejor, para ser enterrado y dar vida a otras espigas: él contiene ahora la vida. Es bello, y es el elegido para las futuras generaciones de mieses.

Pero cuando enterrado, marchitándose, su ser se reduce a poca cosa, más concentrada, y lentamente muere, pudriéndose, para dar vida a una plantita, distinta de él, pero que de él recibe la vida, tal vez entonces, es más bello todavía.
Bellezas distintas.
Y una más bella que la otra.
Y la última, la más bella.

¿Verá Dios así las cosas?
Esas arrugas que surcan la frente de la viejecita, ese andar curvo y tembloroso, esas pocas palabras llenas de experiencia y sabiduría, esa mirada dulce de niña y mujer a la vez, pero más buena que la una y la otra, es una belleza que nosotros no conocemos.

Es el grano de trigo que, apagándose, está a punto de encenderse a una nueva vida, distinta de la primera, en cielos nuevos.

Yo pienso que Dios ve así las cosas y que el aproximarse al Cielo es muchísimo más atrayente que las distintas etapas del largo camino de la vida, que en el fondo sirven sólo para abrir aquella puerta”.

Chiara Lubich, QUIZÁ MÁS BELLO AÚN, Meditaciones, en Escritos Espirituales /1, Ciudad Nueva, Madrid, 1995, pp. 112.

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