20141108-01Un fondo para quien vive en necesidad
Desde hace más de veinte años, trabajo en el hospital universitario. Un día en mi unidad de dermatología llegó una paciente que ninguno de los colegas quería atender, a causa de los prejuicios. Los análisis de sangre, de hecho, habían revelado que estaba infectada por el SIDA. Ya que no podía operarla, empecé un tratamiento distinto con radioterapia. Tres meses después ya había mejorado. Dado que no podía tenerla hospitalizada por más tiempo y sabiendo que sus hijos no estaban en condiciones de cuidarla, le pregunté si tenía a otros parientes que podían hacerlo. Los había, pero vivían en otro Estado. Les propuse entonces a mis colegas contribuir con el dinero para el pasaje, dado que ella no estaba en condiciones de hacerlo. Recogimos el dinero, no sólo para el viaje, sino también para ayudar a su familia. Cuando la paciente dejó el hospital, estaba feliz. Después de esta experiencia, junto con los colegas, decidimos constituir un fondo para ayudar a los pacientes en necesidad. ¡A cuántas personas hemos podido  ayudar en estos años gracias a este fondo! (K. L.- India)

La prescripción
Tengo cuarenta años y sufro de asma. Cuando me di cuenta de que estaba embarazada, la obstétrica me propuso abortar. Le dije que no. Ella me explicó que tenía que elegir entre el niño y mi vida, que era muy importante para los demás hijos que tengo. Quedé turbada y no lograba entender por qué tenía que matar a esta criatura inocente. Mi esposo, viendo mi estado de salud, dijo que todo dependía de mí. A este punto me entregaron la prescripción de una medicina “muy importante para mi salud”. Mi esposo la compró. No sé leer bien como para entenderlo todo, pero en el corazón sentí una duda. Pedí mayores informaciones: esa inyección procuraba el aborto. No me la apliqué y confié en Dios. Cuando llegaron los primeros dolores me invadió el temor. Preparé el testamento, confié los hijos a los parientes. Arreglé la casa y fui al hospital. El parto fue más fácil que las otras veces, sin ningún problema. Mi esposo hubiera querido llevar al niño al consultorio de la obstétrica para mostrárselo, pero yo preferí que no lo hiciera. Para mí fue una experiencia personal del amor de Dios y no podía ser orgullosa, sino sólo agradecerle. (D. A. – Costa de Marfil)

Re-enamorarse
Ese día, con mi esposo, se creó una fuerte tensión. «¿Algo que no funciona?» le pregunté. Y él: «No hace falta un mago para entenderlo». Según él, yo no comprendía sus exigencias. Era verdad, pero yo me preguntaba: «¿Será posible que con tantas cosas lindas de nuestra vida, él se detiene en la única que no funciona?». Fuimos a acostarnos enojados. Al día siguiente pensaba: «Somos un equipo, para aliviarlo a él tengo que trabajar sobre mí, ablandar mi corazón, pedir disculpas». No lo lograba. Para dar el paso, pensé en un acto de amor concreto hacia él, que es aficionado al fútbol. Para hacerlo feliz, cancelé el compromiso que teníamos para esa noche de manera que él pudiera ver el partido de la copa europea. Pero para volver a empezar realmente, teníamos que aclararnos. Así, a pesar del cansancio y los compromisos, una noche salimos y, primero el uno y luego el otro, nos abrimos con una confianza profunda, como no sucedía desde hacía tiempos. Nos miramos con ojos nuevos y nos entendimos. Diría que nos re-enamoramos. (G. S.- Italia)

 


 [C1]Me parece mejor presente progresivo porque es una ayuda que se sigue dando de lo que se intuye de la experiencia

 [I2]Pondría “al consultorio de la obstetra”

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