20130812-01La maravilla de la Redención inicia con el nacimiento del Redentor: el rey de lo creado no encuentra un aposento para venir al mundo, así como después no tendrá ni una piedra donde reclinar la cabeza.

Fue el verdadero hombre. Y su presentación a la humanidad, para la que había venido, tuvo lugar bajo la forma de un niño, que yace en un pesebre.

También los romanos, los griegos y los persas esperaban al Salvador del mundo tras la semblanza de un chico, quien iniciaría una nueva era en los siglos.

Los judíos lo esperaban a la luz de las profecías, poniendo en Él la esperanza mesiánica de un renacimiento del pasado y un vuelco de las cosas.

El vuelco se configura ya desde ese nacimiento ‘proletario’ que pone al Hijo de Dios al nivel de las víctimas de las guerras y de las inundaciones, entre las personas sin casa y sin dinero, en el estrato inferior de la miseria universal, tal como murió, en el patíbulo de la más grande ignominia.

Una presentación desconcertante de la divinidad: nubes de ángeles arriba y grupos de pastores abajo. Pero lo más desconcertante es el canto entonado en medio de la noche de claro fulgor por los espíritus angélicos que anuncian el singular nacimiento- Gloria a Dios en el cielo; paz a los hombres en la tierra.

La gloria para Dios –dice en resumen el mensaje- es la paz entre los hombres. La paz de Dios es su gloria. La gloria de los hombres es su paz.

El nexo es vital, y por sí sólo incolucra la relación de valores divinos y humanos incluso desde la Encarnación, donde la naturaleza divina y la naturaleza humana se unen en una única persona, que se convierte así en vínculo y relación que va de lo infinito a lo finito, de lo eterno a lo transitorio, de la gloria a la paz.

Un nexo así trae como consecuencia que no se puede separar la gloria de Dios de la paz entre los hombres. Si está una está la otra; si no está una, falta también la otra.

Este primer gran anuncio evangélico está lleno de consecuencias, preanuncia el efecto individual y social del amor, ley que constituye el nuevo orden, adoptado por ¡ese Niño pobre! El efecto es la paz. Y si hay paz, quiere decir que actúa, en el espíritu de cada uno y en las relaciones entre todos, esa luz divina que es la caridad; quiere decir que los hombres se sienten hermanos porque sienten la presencia del único Padre.

La gloria más grande que los hombres pueden dar a Dios en lo alto de los cielos es asegurar, con su buena voluntad, la paz de los seres racionales desde lo más hondo del planeta, en cuyo jardín somos tan feroces.

Por la paz, nuestra vida en la tierra se diviniza. Si en lugar de perder tiempo odiando, en cambio se gana vida amando, se obtiene la gracia de hospedar a Dios en nosotros, que demora en nosotros en su esencia –su atmósfera- que es el amor. Dios –enseñan los místicos- sólo habita en la paz..

Por eso, por la presencia de Cristo, un establo se convierte en un paraíso, y hasta una choza puede llegar a ser una iglesia Y puede serlo también cada casa; y también cada oficina, e incluso un Parlamento.

(Igino Giordani, Parole di vita, SEI, Torino, 1954, pp. 21-23)

 

 

 

No comment

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *