20150416SierraLeoneAntonett
Antonette, la joven colaboradora de una ONG, en la aldea de Rosanda.

Todavía más días de cuarentena en Sierra Leona: del 27 al 29 de marzo algunas zonas de la capital Freetown y otros puntos del norte del país, fueron nuevamente aisladas, después de los casos de ébola registrados en los días precedentes. Grupos de personas especializadas fueron casa por casa a las zonas de mayor riesgo, sensibilizando e identificando a los enfermos y a aquéllos que podrían haber sido contagiados por el virus.

«Tenían la esperanza de llegar a “cero casos” hacia fines de febrero – escribe el padre Carlo de Sierra Leona-. Las escuelas estaban listas para volver a abrir, y habían propuesto hacerlo para fines de abril. Sin embargo todavía hay incertidumbre, la gente quiere verdaderamente comenzar una vida normal, pero el virus sigue al asecho».

«Al principio de la epidemia estaba en Makeni por motivos de estudio – cuenta Antonette, una joven que trabaja para una ONG-. La crisis repentinamente se volvió tan seria que pensé volver a mi ciudad, donde no existía el virus. Pero luego, decidí quedarme como voluntaria para ayudar a las personas contagiadas. Fui destinada a un pueblo llamado Rosanda», donde se registraron 54 casos y 42 fallecimientos. «Fue muy triste en el primer período; cada día morían casi 15 personas. Debía comunicar el deceso a las familias, y, aunque trataba de transmitir todo el amor posible, no fue para mí una experiencia fácil. Dos niños me preguntaban continuamente cuándo volverían sus padres. No me sentía capaz de decirles la verdad. Trataba de consolarlos con mi presencia y algunos pequeños regalos». «Durante un mes, cada día, fui a ese pueblo – sigue Antonette- aprendiendo a ensanchar mi corazón a aquél que se encontraba en necesidad, aunque no formara parte de mi familia ni de mi círculo de amigos. Ahora en Rosanda terminaron los 21 días de cuarentena. No hubo casos nuevos y estoy agradecida a Dios de haber podido ser para todos ellos un instrumento de Su amor, que recibía cada mañana en la Eucaristía».

Al igual que Antonette, otras personas se dedicaron a enfrentar juntos este gran dolor. Algunas familias adoptaron niños que quedaron huérfanos. Los religiosos y los sacerdotes no escatimaron su esfuerzo. Entre ellos, el padre Peter, quien trabajó en algunos pueblos. Gracias a su intervención inmediata fue posible bloquear el contagio y reducir el número de víctimas.

Case in quarantena nel villaggio di Rosanda
Casas en cuarentena en la aldea de Rosanda

La historia del padre Peter tiene que ver con Small Bumbuna, pueblo de la diócesis de Makeni, ubicado a 200 millas de Kailahum, de donde partió la epidemia. «La enfermedad se propagó en Sierra Leona como un incendio en el verano. Cuando aparecerion las primeras víctimas, se pensó en el cólera, en los espíritus malignos o en otras supersticiones. La respuesta del equipo médico fue lenta: fueron necesarias dos semanas para confirmar que se trataba de ébola. Desde la parroquia, situada en otro pueblo, hubiéramos querido visitar a las personas, pero el miedo al contagio era demasiado fuerte. El equipo médico del distrito no lograba manejar la situación y enviar provisiones. Las calles eran de difícil acceso». Frente a tantas dificultades, el padre Peter, acompañado por sus parroquianos, tomó «una decisión radical que nos llevó a enfrentarnos cara a cara con el ébola. Al llegar encontramos una ciudad desierta. El jefe del pueblo nos describió la terrible situación. En los rostros se leía la falta de esperanza y la imposibilidad de hacer algo». Desde allí comenzó una acción sin pausa que involucró a la máxima autoridad del lugar. El padre Peter fue enviado como “guía” para conversar con la población y explicar cómo había que proceder para marginar el contagio y dejarse curar. En el lapso de dos semanas el peligro se revertió y las personas pudieron volver a trabajar en las actividades agrícolas. «Asumí estos riesgos – concluye el padre Peter- porque es mi comunidad. ¿Cómo podía abandonarlos en estos momentos de sufrimiento? Esta pregunta me ayudó a identificarme con ellos, a presentar la situación a las autoridades, a ofrecerme como guía. Aprendí que nada es demasiado pequeño para ofrecerlo, y tampoco demasiado pesado para asumirlo. Continuamos rezando para que la epidemia sea totalmente derrotada y se pueda volver a la vida normal».

No comment

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *