20150613-a«Nuestra espiritualidad se basa en un punto esencial: la fe en el amor de Dios, tener conciencia de que no estamos solos, de que no somos huérfanos porque tenemos un Padre que nos ama.

Uno de los momentos en los que podemos aplicar esta fe, es cuando algún pensamiento nos preocupa y nos hace perder la paz. A veces, se trata de temor del futuro, una preocupación por la salud; o cuando nos hallamos alarmados por supuestos peligros o angustiados por algún familiar; o preocupados ante un determinado trabajo, o dudamos sobre cómo comportarnos ante una cierta situación, o nos asustamos cuando escuchamos noticias negativas…

Pues bien, en estos momentos de incertidumbre, Dios quiere que nosotros creamos en su amor y nos pide un acto de confianza. Si somos verdaderamente cristianos, desea que aprovechemos estas penosas circunstancias para demostrarle que creemos en su amor. Esto significa tener fe en que Él es nuestro Padre y que piensa en nosotros. Poner en sus manos cada una de nuestras preocupaciones.

Dice la Escritura: «Descarguen en Él todas sus inquietudes, ya que Él se ocupa de ustedes». (1 P 5, 7). Porque Dios es Padre y quiere la felicidad de sus hijos. Por eso toma sobre sí sus cargas. Además, Dios es Amor y quiere que sus hijos sean amor.

Ahora bien, todas estas preocupaciones, ansiedades y miedos, bloquean nuestra alma, hacen que se encierre en sí misma e impiden que ésta se abra a Dios, haciendo su voluntad, y al prójimo, haciéndose uno con él, para amarlo como se debe.

En los primeros tiempos del Movimiento, cuando la pedagogía del Espíritu Santo nos hacía dar los primeros pasos en el camino de «poner en manos del Padre todas las preocupaciones» era algo habitual, que repetíamos con frecuencia durante el día.

Pasábamos de un modo de vivir puramente humano – aun siendo cristianos – para entrar en un modo de vivir sobrenatural, divino; es decir, empezábamos a amar. Las preocupaciones son obstáculo para el amor. El Espíritu Santo, por lo tanto, tenía que enseñarnos el modo de eliminarlas. Y así lo hizo.

Recuerdo que decíamos que así como no se puede tener una brasa en la mano sino que se la suelta enseguida porque de lo contrario nos quema, así, con la misma premura, debíamos poner en las manos del Padre toda preocupación. Y no recuerdo ni una puesta en su corazón de la que Él no se haya ocupado. (…) Pongamos en sus manos nuestras preocupaciones. Seremos libres para amar. Correremos mejor por el camino del amor que – como sabemos – conduce a la santidad.»

Chiara Lubich

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