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«La función por excelencia de la familia es la de crecer y multiplicar, incrementar la vida, cooperar en la obra creadora del Creador. Su unidad no se interrumpe, sino que aumenta y se prolonga en la prole. En los hijos el amor de los dos esposos se encarna; la unidad se transforma en persona. Padre, madre, hijo, forman una vida que de alguna forma es a imagen y semejanza de la divinidad, por la que fueron creados y son vivificados. Tres puntos por los que pasa el circuito del único amor, que parte y se alimenta del amor de Dios». (Giordani, 1942)

Giordani, al trazar el semblante divino de la familia, de alguna manera, anticipa lo que más adelante declararán los textos del Vaticano II, tanto cuando subraya el privilegio de los esposos de «cooperar en la obra creadora del Creador», como cuando define a la familia como espejo de la vida trinitaria, de la que deriva su designio. Ésta es una doctrina muy querida por S. Juan Pablo II, quien la eligió como tema de sus históricas catequesis sobre el amor humano, en los años ‘80.

El pasado 23 de junio, la Comisión preparatoria del Sínodo divulgó el Instrumentum Laboris, sobre el cual los padres sinodales están llamados a reflexionar, en el próximo mes de octubre, para luego proponer, al Santo Padre, posibles soluciones a aplicar en favor de las familias. El documento, centrado en la vocación y en la misión de la familia, empieza con una mirada a las múltiples problemáticas que conciernen a la familia hoy y a los graves desafíos culturales y sociales que la amenazan. Sin embargo, la constatación de estas dificultades tan serias no es sólo de los tiempos actuales. En 1975, el episcopado de Quebec publicó una carta que contenía un análisis alarmante en este sentido. Giordani quedó profundamente impresionado por esto, a tal punto que citó algunos párrafos de aquella carta en uno de sus artículos. Al final de ese texto, ofreció a las familias su mensaje alto y luminoso:

«Las dificultades de la vida no abaten a una familia anclada en Dios; pero en demasiados casos la arrasan, porque está anclada sólo en el dinero. La unión de los cónyuges es su fuerza, pero la unión es fruto del amor. Por lo tanto redunda en su propio beneficio, terreno y celestial al mismo tiempo, el amarse, aprovechando las pruebas, los dolores, los desengaños para santificarse.

El matrimonio no une sólo a los esposos el uno al otro, en cuanto esposos, padres o madres; sino que los une a Dios. Esta unidad en Dios, del hombre y la mujer, de los padres y los hijos, es el sentido más profundo del matrimonio y de la familia». (Giordani, 1975)

A cargo del Centro Igino Giordani

 

Textos extraídos de: Igino Giordani, Famiglia comunità d’amore, Città Nuova, Roma 2001 e Igino Giordani, La società cristiana, Città Nuova, Roma, 2010

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