2En Nigeria hay un gran desnivel entre el desarrollo de las ciudades y el de las aldeas rurales, donde casi no hay infraestructuras, ni electricidad, ni atención médica, ni calles, etc. Yakko es una de estas aldeas –está ubicada cerca del desierto, en medio de las montañas- donde las comunidades cristiana y musulmana, desde siempre, viven en gran armonía. Por la noche, después del trabajo en el campo, los hombres se encuentran en la plaza para conversar alrededor de una bebida alcohólica que ellos producen, Guinea corn.

Hace algunos años, una misionera, Sor Patricia Finba, llevó a Yokoko la espiritualidad de los Focolares y Felix, Abubacar, Nicodemus, Loreto, el Padre Giorge Jogo y otros la hicieron propia. El año pasado acogieron en su aldea a más de 200 personas provenientes de varias regiones de Nigeria para conocerse más.

Este año, un grupo de jóvenes y adultos de Onitsha decidió pasar algunos días allí. Después de 24 horas de viaje –peligroso en algunas partes- en autobuses públicos repletos, cargados con bolsas y paquetes, fueron recibidos calurosamente en las casas de las personas de la comunidad.

«Participamos de sus vidas –cuenta Luce- compartimos todo», «y – agrega Cike – nos dimos cuenta de que a los jóvenes lo que les interesaba no eran tanto los bienes materiales, la ropa y las medicinas que les llevamos, sino los bienes espirituales: nuestra amistad y el tesoro de nuestra vida, el descubrimiento de Dios Amor».

Decidimos por esto, compartir una jornada de reflexión, haciendo una excursión a la montaña que, con su árida belleza, invita a la meditación. «Fue una jornada importante –cuenta Imma-. En una atmósfera de amistad profunda compartimos los valores en los que creemos y sobre los que basamos nuestra vida». Los días siguientes llevamos juntos una ayuda a quien estaba pasando necesidad, sobre todo a los ancianos y a los niños y a los muchos refugiados provenientes de las regiones del norte. Visitamos 5 aldeas.

5Una comunidad musulmana los acogió con especial alegría. Algunos de ellos ya vivían por la unidad del mundo y con ellos enseguida se creó un clima de familia que permitió compartir las alegrías y dolores del lugar. De hecho, las aldeas estaban pasando un periodo muy difícil por la sequía y, según la tradición, habían pedido a un “notable” de la aldea que rezara pidiendo la lluvia. Pero la lluvia no había caído y habían decidido matar a esa persona.

«Cuando escuchamos lo que habían decidido nos asustamos y le rezamos a Dios para pedirle que lloviera –sigue contando Luce. Al tercer día Él nos bendijo con una buena lluvia! Estábamos contentos, no sólo por la lluvia, sino porque se había salvado la vida de una persona».

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