Congresso Gen 2«El año pasado –cuenta Jaime- tuve la oportunidad de vivir todo el año en una ciudadela de los Focolares, la Mariápolis Lía que surge en Argentina a las afueras de Buenos Aires. Fue una experiencia muy fuerte, precisamente porque la ley de la ciudadela es el Evangelio, a partir del mandamiento nuevo de Jesús: Ámense los unos a los otros como yo los he amado”».

Pero regresando a El Salvador, Jaime se vio sumergido en un clima de peligrosa violencia: las calles, también en pleno día, no son seguras. Es riesgoso incluso tomar el autobús o jugar fútbol en la cancha municipal. «La situación se había vuelto tan difícil y riesgosa –prosigue Jaime- que pensé en emigrar. Al principio todos en casa estábamos de acuerdo pero meditando conmigo mismo advertía que Dios me pedía que me quedara para ser una pequeña luz en el ambiente donde vivo, junto a mis amigos gen que, si me iba, dejaría solos en esta situación. Pero lo que me convenció definitivamente fueron las noticias de la vida de los jóvenes del Movimiento en Medio Oriente, muchos de los cuales se han quedado en su tierra en situaciones mucho más difíciles que la mía. En casa lo volvimos a hablar y todos decidimos quedarnos en El Salvador y seguir confiando en Dios.

Cuando le dije a los gen que me quedaba, surgió la idea de lanzar una campaña con el título: “Cambia tu m²” (metro cuadrado)”, convencidos de que si todos nos comprometemos a cambiar nuestro m², cambiará todo el país».

Congresso Gen 2Quien cuenta ahora es Tuong, una joven maestra vietnamita de 13 niños quien relata: «Cada uno de ellos me recuerda a Jesús en su abandono en la cruz. ¿Por qué lo digo? Dos de ellos fueron rechazados en la escuela pública después de repetir tres veces el mismo año. Otros dos tienen una discapacidad, por lo que la escuela normal no los acepta y la escuela especial está muy lejos de su casa. Los otros tienen dificultades para aprender y sus padres están separados y son pobres. Todos viven en la total falta de amor, de interés y empatía, decoro, en un estado de abandono por parte de la familia y de la sociedad».

¿Tuong, qué te empuja a seguir enseñando a un grupo así, todos los días, sin ayuda de las instituciones? No debe ser fácil… «Efectivamente no lo es. Un día trataba de enseñar a un alumno una letra de la escritura vietnamita. Se la repetí una, dos, tres veces, pero no entendía y no lograba pronunciarla. Volví a intentarlo y se la enseñe nuevamente repitiéndola muchas veces, pero él no lograba seguirme. Estaba por enojarme, quería dejarlo e irme con otro niño. En ese momento, sus ojos se llenaron de lágrimas, advertí  su necesidad de ayuda. Entonces pensé: si Jesús estuviera aquí con este niño que no entiende, no lo habría dejado diciendo: “¡No me importas!”, y me dije: “Empezamos de nuevo”. Después de un respiro me calmé y con la mente fresca y el corazón sereno dije una cosa divertida para hacerlo sonreír y después busqué otra forma para enseñarle esa letra.

Un día me sentí mal. Entonces una chica dijo a los otros alumnos: “¡Quédense tranquilos! ¡Hagan silencio! ¡La maestra hoy no está bien!”. Un pequeñito de 5 años vino a traerme un vaso de agua diciéndome que descansara un poco. ¡Ohh! Estas pequeñas atenciones me hicieron sentir tan feliz, confirmándome que el arte de amar del Evangelio que trato de vivir empieza a penetrar en su estilo de vida. Todos los días ellos hacen lo mejor posible para aprender, estar en el amor y reír. Nos hemos convertido en una pequeña familia. Ahora ellos llenan mis días y mi vida se ha llenado de color y se ha vuelto sorprendente».

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