PdV 1El alcalde
«Yo no estaba de acuerdo, pero mi marido aceptó postularse como candidato a alcalde, seguramente no por ambición, sino por el mero deseo de servir a la comunidad. Mi oposición se debía al temor de que, siendo el nuestro un pueblo muy difícil, semejante compromiso podía traer consecuencias negativas a la familia. No sirvieron de nada las amenazas y las peleas. Cuando, un sábado a la mañana, me enteré por el periódico de que él había firmado su candidatura, empecé a estar realmente mal. Al día siguiente, en la misa, el Evangelio hablaba de la higuera estéril. En ese momento me sentí como esa higuera, incapaz de fructificar. No sólo yo, sino que con mi actitud le impedía incluso a mi esposo que diera fruto para la comunidad. Entendí que Jesús me pedía que le donara también a mi familia, a pesar de los temores. Volviendo a casa, les comuniqué a mi esposo y a nuestras hijas la experiencia que había vivido y todos de acuerdo decidimos apoyarlo. Desde ese momento lo acompañé a todos los eventos públicos y las asambleas, y, ahora que es alcalde, lo sigo haciendo en todas sus visitas institucionales». (F.D. – Italia)

Tensiones en la familia
«Mi esposo y yo habíamos llegado a casa tan cansados y tensos que, perdimos el control y discutimos en forma violenta, hasta el punto de que parecía que nuestro matrimonio se hubiese acabado. Hice todo lo que pude para “recomponer” la situación, pero él seguía muy enojado por mi manera de actuar. Al día siguiente, tenía que ir a ayudar a una familia muy pobre. Pero ¿no era ésta una escapatoria, si antes no restablecía la concordia y la paz con mi esposo? Aunque me volvían continuamente a la cabeza todas mis buenas razones, traté de superarme. Entre otras cosas, ese mismo día él tenía programado un encuentro importante. Yendo más allá del temor por su reacción, lo llamé y le pedí perdón. Todo quedó borrado, experimenté la libertad de sentirme amada y esto le dio sentido incluso a mi trabajo en favor de los demás». (F. – Panamá)

Pedazos de vidrio
«Desde la ventana de mi oficina, puedo ver la calle. Un día veo que pasa Miguel, un indigente que, cuando está borracho, pelea con todo el mundo. Se detiene, recoge los fragmentos de una botella y los deposita en un basurero. Luego se aleja. Yo también los había notado, pero no me había detenido a recogerlos por la prisa. ¡Qué lección! Y además precisamente por parte de uno que es clasificado como marginado. Me imaginé a Miguel en el examen final del Evangelio, cuando Jesús le dirá: «Entra en mi reino: recogiste unos vidrios que podrían herir a un hermano mío. ¡A mí me lo hiciste!»». (P. O. – Italia)

Medias sucias
«En el vestidor de la piscina, un señora anciana, un poco descuidada, estaba sentada en un banco y a su lado había un par de medias más bien sucias. Todas las demás, incluida yo, nos quedamos bastante lejos. No lograba ponerse la camiseta por la espalda todavía húmeda, así que me acerqué para ayudarla. Agradecida, me preguntó si podía también ponerle las medias. Ay Dios mío, ¡precisamente aquéllas! Y en seguida un pensamiento: «Jesús, eres tú que quieres encontrarme en ella». Me arrodillé y le puse las medias y luego los zapatos. Todavía hoy tengo el recuerdo de la alegría que experimenté». (Rosemarie – Suiza)

 

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