Foco 4Igino Giordani trataba a los jóvenes con ese amor que brota de la unidad entre las generaciones. Era un hermano para cualquiera, para los pequeños y para los grandes, porque la fraternidad nos recoge en uno, ante la presencia del único Padre:
«Jesús utilizó las más vivas expresiones para afirmar su íntima fraternidad con los hombres. Es posible imaginar cuánto amaba a su madre y a sus primos, compañeros de su infancia y confidentes de su juventud. Sin embargo, una vez que le dijeron que lo buscaban mientras enseñaba, respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? –Y extendiendo su mano hacia los discípulos dijo; quien quiera que haga la voluntad del Padre mío, que está en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 48-50). El significado de la respuesta es obvio: quien quiera que acepte la paternidad de Dios, que es el objeto de la predicación evangélica, entre a formar parte de la familia de Jesús, se convierte en hermano, hermana, madre de Él. El cristianismo emparienta con Cristo y, por Él, con Dios, con el primer grado de parentela, que es la fraternidad». [de: Igino Giordani, Il messaggio sociale del cristianesimo, (El mensaje social del cristianismo) 2001, p. 87]

Paragonaba la unidad entre las generaciones al manejo de un auntomóvil: la juventud es como un motor, la ancianidad es un manejo prudente; ¡ambas indispensables para llegar a la meta!

Entre las numerosas personas con las que se escribía, en 1979, un año antes de morir, encontramos un niño de 9 años, apodado Sandokan, el cual estableció una profunda relación con Igino y lo llamaba “abuelito con corazón de gen”: «Querido abuelito, desde que supe que estabas enfermo trato de rezar más por ti. Con mi mamá y mi papá le pedimos a un sacerdote que te recordara en la Misa y a Jesús en mi corazón le pedí que te ayude y que te esté cerca en este momento. Recuerdo que en una carta te escribí que iría a tu casa, pero no he podido, pero lo importante es que te tengo en mi corazón y yo estoy en el tuyo. ¿Cuándo nos dejes a nosotros puedes saludarnos a Jesús? Sabes lamento que te vayas porque te quiero mucho, pero estoy contento que tú puedas ver a Jesús quien ha sido todo para ti. Un gran beso de tu Sandokan».

«Queridísimo Sandokan, conocido como Ferdinando, te recuerdo muy bien: tú y yo somos hijos del mismo Padre, Jesús. Yo paso los días junto a ti, sin importar si vivimos lejos. Tu papá te explicó bien: soy un abuelito, con el corazón de un gen. Por lo tanto somos coetáneos y hermanitos. Salúdame a tus hermanitos, también ellos hijos de Jesús; ámalos como amas a mamá y a papá y como amas a Jesús… Un besito en tu naricita de tu abuelito».

En un banco del Centro Mariápolis, el centro de los Congresos del Movimiento de los Focolares, los jóvenes se reunían a su alrededor, cantando y danzando, se detenían para hacer coloquios íntimos; cada uno se sentía amado y estrechaba con él el pacto de seguir y vivir el ideal de la unidad propuesto por Chiara Lubich. Giordani reseña uno de estos encuentros alegres en su Diario:

«Aun estando sin voz, hoy, me pidieron que hablara a la escuela de los gen y de las gen: trescientas personas. Improvisé, hablando de varias cosas, pero polarizándolas alrededor del misterio de amor, en el que actúa la triada: Dios-el Hermano-Yo. El entusiasmo, embellecido por los cantos, explotó entre las y los gen, como manifestación de la alegría de los presentes». [del: Diario di fuoco, (Diario de Fuego) 25 de abril de 1979].

 

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