20171023-aRegreso

«Papá murió cuando tenía 14 años. Mi mamá, mucho más joven que él, nos hacía sufrir mucho a nosotros, sus hijos: ella salía con los amigos, tomaba… Hasta que nos abandonó, para juntarse con una persona que se dividía entre ella y otra familia. Cuando mis hermanos se casaron, me encontré viviendo sola y culpaba a mi madre de todos mis sufrimientos. No lograba perdonarla. Sin embargo yo decía que era cristiana. Cuando me di cuenta que ella no podía darme lo que ella a su vez no había recibido, me resultó claro que era yo quien debía tomar la iniciativa, dado que yo había recibido la gracia de conocer la vida del Evangelio. Fue un proceso lento. Comencé llamándola por teléfono de vez en cuando, la visitaba llevándole algún regalito, y rezaba por ella. Si bien antes me sentía víctima de las circunstancias, ahora estaba descubriendo que la verdadera felicidad es amar sin esperar nada a cambio. También la relación con su compañero poco a poco es más serena y trato de no condenarlo. Ahora estoy haciendo de puente entre mis hermanos y mi mamá, con la seguridad de que poco a poco también ellos volverán a ella» (Alenne – Brasil)

Una taza de te

«Estaba en una cafetería cuando vi que una señora anciana pedía una taza de té. Era muy pobre y el dueño del local, imaginando que ella no habría podido pagar, se la negó. En el bolsillo tenía poca plata, pero alcanzaba: así habría hecho Jesús, pensé. Entonces le dije al dueño del bar: «Dale el te a la señora, yo pagaré». Con gran sorpresa mía, respondíó: «No sería justo. Tu generosidad me hizo comprender que es mucho más simple para mi, que soy el dueño del local, yo se lo ofrezco». ¡Sólo hacia falta comenzar!». (John Paul- Paquistán)

Amor centuplicado

«Hace varios años que trabajo en un centro para drogadictos, casi todos jóvenes, que a pesar de su fragilidad y sufrimientos, luchan para reinsertarse en una vida normal. Cada jueves trabajamos juntos en la cocina, preparando el almuerzo. Pensaba que yo sería útil para ellos. En cambio me di cuenta que el amor que daba se me devolvía centuplicado. Comprendí que si nos esforzamos en recibir al hermano así como es, con sus debilidades y sus momentos dolorosos, como haría Jesús, con ojos de misericordia, podemos experimentar la esperanza en un futuro más sereno». (Graziella – Italia)

Mi límite

«Cuando hablo en público me tiemblan las manos y se me nubla la mente. Traté de aceptarlo y me puse, en cambio, a hacer algo concreto por los demás. Comencé con pequeños gestos: ayudar a mi madre en las tareas de la casa, o a mis hermanos en sus tareas escolares, o también llamando a mi abuela que vive sola o yendo a visitarla para llevarle flores o una torta. En la universidad trato de preocuparme por los que tienen menos éxito en los exámenes. Haciendo así mi vida no solamente cambió sino que además casi me olvidé de mi límite» (J.M. – Alemania)

 

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