Nací en Bérgamo (Italia), soy la mayor de 4 hijos de una linda familia con sólidas raíces cristianas.
Cuanto tenía 17 años, iba a la escuela superior y estaba comprometida en la parroquia. Me apasionaba el estudio, dedicarme a los demás, los paseos a la montaña. Tenía muchos amigos y una experiencia de fe rica. Era, como se decía entonces, “una buena muchacha”, sin embargo… me faltaba algo. Buscaba algo todavía más grande, bello, auténtico.
Italia atravesaba años difíciles marcados por los atentados de las Brigadas Rojas y por la crisis laboral. Mi papá, metal-mecánico, primero se había tenido que acoger al subsidio estatal porque le habían reducido el horario laboral y, después perdió definitivamente el trabajo. Yo sentía un fuerte el dolor ante las injusticias, ante las contraposiciones sociales, me atraía el compromiso político para renovar la sociedad. Transcurría horas hablando con mis amigos, confrontándonos en debates que, sin embargo, me dejaban vacía por dentro.
Un día Anita, una chica de la parroquia, nos invitó a mí y a mi hermana al Genfest que se iba a realizar en Roma. Nos dijo que nos encontraríamos con miles de jóvenes de otros países y también con el Papa. Anita tenía algo especial. Una alegría sincera brillaba en sus ojos, y como ella, otras personas de la parroquia –el sacerdote, dos catequistas, un seminarista- parecía que tenían un secreto: estaban siempre abiertos a todos, disponibles, eran capaces de escuchar en forma auténtica. Con una buena dosis de inconciencia, mi hermana y yo partimos con un centenar de jóvenes de la parroquia a Roma, al Genfest.
Debido a un accidente llegamos tarde al estadio Flaminio, y nos tocó ubicarnos en la parte alta de las graderías, en la parte descubierta y lejos del palco donde ondeaba un escrito: “Por un mundo unido”. Llovía sin parar y estaba empapada. Empecé a preguntarme cómo se me había ocurrido emprender una aventura de este tipo. Pero enseguida unos jóvenes suizos que estaban sentados unas gradas más debajo de las nuestras, nos pasaron una lona para que nos reparáramos de la lluvia, nos ofrecieron comida y nos prestaron binoculares para poder seguir mejor el programa. Hablábamos idiomas distintos, pero nos entendimos enseguida: experimenté la gratuidad del amor y una gran acogida. En la gramilla del estadio, a pesar de la lluvia, se alternaban coreografías coloridas. Me parecía que había entrado en otra dimensión. 40.000 jóvenes llenos de entusiasmo que llegaban de todas partes de la Tierra, que daban testimonio del Evangelio vivido realmente.
Después subió al palco una pequeña mujer de cabello blanco. Era Chiara Lubich. La veía por el binocular. Apenas empezó a hablar, el estadio hizo profundo silencio. Escuchaba absorta, más por su tono de voz y por la convicción que emanaba que por sus palabras. Tenía una potencia que contrastaba con su figura frágil. Hablada de un “momento de Dios”, y a pesar de que hizo referencia a las divisiones, fracturas y desunidades de la humanidad, anunciaba un gran ideal: el de un mundo unido, el ideal del Jesús. Nos invitaba a llevar lo divino a la sociedad, al mundo, mediante el amor.
Su intervención duró pocos minutos. Yo me sentía como aplastada por una conmoción que nunca había experimentado. Tenía el rostro húmedo por las lágrimas. Salí de ese estadio caminando entre el río de jóvenes, con la profunda convicción de que –desde ese momento en adelante- ningún acontecimiento doloroso o difícil me podría destruir: ¡el mundo unido es posible y yo tengo la maravillosa posibilidad de construirlo con mi vida!
¡Había encontrado! Quería vivir como Chiara, como esos jóvenes con quienes había estado esa tarde, tener una fe como la de ellos, su misma vivacidad, su misma alegría.
A la mañana siguiente, en la Plaza San Pedro, tuvo lugar el fascinante encuentro con Juan Pablo II. Durante el viaje de regreso, yo –que era timidísima- bombardeé de preguntas a las Gen: ¡quería saber todo de ellas!
Empecé a frecuentarlas en mi ciudad. Las Gen me hablaron de su secreto, un amor sin condiciones a Jesús Abandonado en cada pequeño o gran dolor en nosotros o a nuestro alrededor. Comprendí que se trataba de una experiencia de Dios, radical, sin medias tintas; que Él me invitaba a darLe todo, a seguirlo. Me vino un temor grandísimo pues para mí se trataba de TODO o NADA.
En los meses sucesivos al Genfest, no faltaron los sufrimientos y dolores fuertes. Pero la vida que había emprendido con las Gen, el poderle dar un sentido al dolor, la unidad entre nosotras hecha de amor concreto, de comunión, me ayudó a seguir adelante, más allá de cada obstáculo, en una aventura extraordinaria que me dilató el corazón. Experimenté que, con Dios en medio nuestro, todo es posible y la realidad de la familia humana que había soñado era posible.
Patrizia Bertoncello
Nel 1980 ero un gen due allo Stadio Flaminio e non dimenticherò MAI quella esperienza. Sono trascorsi da allora 43 anni , ho lasciato il Movimento dei Focolari e ho preso strade diverse da quelle differente da quella di questa Associazione Cattolica, ma ho conservato la fede e l’Ideale di Chiara LUBICH è ancora impresso nel mio cuore.
Buongiorno c’ero anch’io dei ragazzi mi avevano «catturato» nei pressi di una chiesa, eravamo io è un mio amico, poi ci portarono nella loro sede storica di Ortigia in Via delle Vergini, siamo rimasti affascinati dal loro pensiero, dal loro modo di vivere e da li a qualche giorno siamo diventati focolarini…avevamo 17 anni, dopo un paio di mesi si presentò l’occasione per andare a Roma al Genfest 1980, viaggio lunghissimo e bellissimo da Siracusa a Roma, arriviamo e veniamo ospitati da una struttura dove dormiamo nei nostri sacchi a pelo, il Sabato andiamo allo stadio Flaminio dove insieme a circa 40000 ragazzi provenienti da tutto il mondo incontriamo Chiara Lubich, facciamo amicizia con delle ragazze tedesche e tramite cartoline di roma ci diamo appuntamento sotto delle colonne…arriviamo a Piazza San Pietro piena oltre ogni immaginazione…e poi l’incontro con Giovanni Paolo II…esperienza bellissima io da allora sono un Focolarino
C’ero anch’ioe anche la mia vita ècambiata ccon quel Genfest! Come sono ancora attuali le parole di Chiara…il nostro particolare contributo al mondo unito non può mancare.
Grazie, sono con voi.
Antonietta
Sono andata al Genfest 80 con un gruppo di giovani della Germania del nord e di Berlino. Per 6 mesi avevamo preparato un piccolo musical con musica composta e eseguita da noi, con acrobazie su una bici speciale, con enormi strumenti fatti di cartone ( per i quali avevamo affittato un compartimento del treno).
Il nostro numero non poteva andare in porto, perché per la pioggia sarebbe stato troppo pericoloso per i nostri acrobati: il palco era bagnato!!!
Ma valeva lo stesso la pena partecipare!
Grazie Patrizia del tuo racconto, anch’io c’ero e sei riuscita a farmelo rivivere, ero all’inizio e anch’io mi sono chiesta che senso avesse avuto arrivare in un posto all’aperto con la pioggia….. ma poi le cose sono andate meglio e sono diventata anch’io una fans del mondo unito e della fratellanza universale! Mi auguro che tanti giovani possano partecipare al GenFest e sperimentare che il mondo unito è possibile….nonostante i venti di guerra che si respirano!
Leggere la tua esperienza, è stato un tuffo al cuore! Sembrava di essere di nuovo lì ad assaporare quella presenza di «Cielo» che, chi ne ha fatto l’esperienza, non potrà mai dimenticare! Ha cambiato la vita anche a me, eccome! Sulla Piazza San Pietro l’indimenticabile scoperta: la Chiesa siamo noi, sono io, quando lasciamo che quel Cielo scende fra noi. Grazie, Patrizia, di avermelo ri-cordato! Che tanti possano essere toccati da quell’Amore. Prego ogni sera per questo.
Sì Koni! Credo che quelle ore abbiano segnato l’esistenza di tanti e rimangono fondamentali qualsiasi scelta di vita ognuno di noi abbia fatto in seguito. Continuiamo a vivere perché quel «Cielo tra noi» possa essere sperimentato da tanti, da tutti!