La vida del hombre no debería estar hecha de compartimentos estancos, como desgraciadamente sucede a menudo. Nada de vidas dobles, triples o cuádruples. Nada de comportamientos diferentes cuando se está en familia, en el trabajo o en la parroquia, en el club deportivo, la escuela o la universidad.

La “cultura de la unidad” que surge del “carisma de la unidad” lleva a la persona que se adhiere a una plena realización de su potencial humano, a la luz de los principios del Evangelio. Este modo de vivir unitario no puede dejar de tener un reflejo en cada uno de los ámbitos en los cuales la persona se encuentra, vive y actúa.

Escribía Chiara Lubich en 1968: “El amor es luz, es como un rayo de luz que, cuando atraviesa una gota de agua, se despliega en un arco iris, en el que se pueden admirar sus siete colores. Son todos colores de luz que, a su vez, se despliegan en infinitas gradaciones. Y así como el arco iris es rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo/añil y violeta, el amor, que es la vida de Jesús en nosotros, asumiría distintos colores, se expresaría de varias maneras, diferente una de otra.

ROJO «El amor, por ejemplo, es comunión, lleva a la comunión.

   Jesús en nosotros, porque es Amor, realizaría la comunión.

NARANJA  El amor no se encierra en sí mismo, es difusivo de por sí.

   Jesús en nosotros, el Amor, sería irradiación de amor.

AMARILLO  El amor eleva el alma.

    Jesús en nosotros elevaría nuestra alma a Dios. Y esto es la oración.

VERDE  El amor sana.

      Jesús, el centro del amor, sería la salud de nuestra alma.

AZUL  El amor reúne a las personas en asamblea.

   Jesús en nosotros, porque es Amor, reuniría los corazones.

AÑIL  El amor es fuente de sabiduría.

  Jesús en nosotros, el Amor, nos iluminaría.

VIOLETA  El amor compone a muchos en uno, es unidad.

 Jesús en nosotros nos fundiría en uno.

Éstas son las siete expresiones principales del amor que teníamos que vivir. El siete sirve para indicar un número al infinito”.