Chiara LubichLos “últimos confines de la Tierra”, nada menos.

Trento, 1944, fiesta de Cristo Rey. Al terminar la Misa Chiara y sus primeras compañeras se reúnen alrededor del altar, casi sin darse cuenta del calibre de su solicitud, piden a Dios que realice, también a través de ellas, una frase escuchada durante el curso de la liturgia:

“Pídeme y te daré en herencia todas las gentes y en dominio hasta los últimos confines de la Tierra” (Sal 2,8).

«Tú sabes cómo se puede realizar la unidad –dicen-. Aquí estamos, úsanos, si quieres”.

Mirando en retrospectiva se comprende que, ya desde los primeros pasos del Movimiento, el horizonte no podía ser otro que el mundo, el anhelo del corazón miraba lejos ante un ideal vasto como la unidad y esa petición de Jesús al Padre “que todos sean uno” (Jn. 17, 21).

Nadie, en esa época, habría podido imaginar que “los últimos confines de la Tierra” habrían sido alcanzados y con cierta rapidez. No era una programación hecha teóricamente, sino un seguir un camino que “Alguien” iba trazando. “El Movimiento se desarrolla según un designio preciso de Dios, ignorado por nosotros pero que se revela poco a poco”, cuenta Chiara Lubich, recorriendo su historia en el XIX Congreso Eucarístico Nacional de Pescara, en 1977. En esa ocasión subrayó que “la pluma no sabe lo que tendrá que escribir. El pincel lo que tendrá que pintar. El cincel no sabe lo que tendrá que esculpir. Así, cuando Dios toma en mano una criatura, para hacer surgir en la Iglesia una obra suya, la persona no sabe lo que tendrá que hacer. Es un instrumento. Cuando todo empezó en Trento yo no tenía un programa, no sabía nada. La idea de la Obra era de Dios, el proyecto estaba en el Cielo. Así fue al inicio, así durante los 34 años de desarrollo del Movimiento de los Focolares”. Así, agregamos nosotros, en los años siguientes, hasta hoy.

Evidentemente ese primer núcleo de muchachas no estaba destinado a permanecer encerrado dentro de la pequeña capital trentina, donde después de apenas algunos meses ya eran 500 las personas de todas las edades y condiciones sociales que compartían el ideal de la unidad. Éste muy pronto cruzó las fronteras de la región. Terminada la guerra, de hecho, las primeras focolarinas se mudaron a algunas ciudades de Italia debido al estudio o al trabajo. Y no faltaban invitaciones de parte de personas deseosas de conocer y de dar aconocer a muchos su experiencia.

La primera etapa fue Roma, donde Chiara misma fue en 1948 y después poco a poco Florencia, Milán, Siracusa…

En 1956 empezó la difusión en Europa, en 1958 en América Latina, en 1961 en América del Norte. 1963 fue el turno de Asia, 1967 el de Australia.

Hoy en día el Movimiento de los Focolares está presente en 182 países, cuenta con alrededor de dos millones de adherentes y simpatizantes, en su mayoría católicos, pero no sólo. Forman parte, en distintos modos, miles de cristianos de 350 Iglesias y comunidades eclesiales: muchos fieles de varias religiones, entre los cuales hebreos, musulmanes, budistas, hindúes, sikh… y personas de convicciones no religiosas.

El núcleo central del Movimiento está constituido por más de 140 mil animadores de las distintas ramificaciones. Ésta es brevemente la historia de un pueblo nacido del Evangelio.

«Lo habíamos pedido con fe aquella vez –escribía Chiara en el 2000-. El Movimiento ha llegado realmente a los últimos confines. Y en este “nuevo pueblo” están presentes todos los pueblos de la tierra».

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