Por una Iglesia-comunión

 
La presidenta del Movimiento de los Focolares, Maria Voce, ha ofrecido a Zenit una reflexión acerca del importante momento que vive al Iglesia católica en espera de un nuevo Papa. Reproducimos el texto íntegro.

La decisión del papa Ratzinger del pasado 11 de febrero me  parece que nos ha ofrecido un concentrado de su reflexión teológica y espiritual. En primer lugar porque resalta el primado de Dios, el sentido de que la historia es guiada por él. Y también porque nos orienta a captar los signos de los tiempos y afrontarlos con el coraje de unas decisiones dolorosas pero innovadoras. Y con una clara nota de esperanza en “la certeza de que la Iglesia es de Cristo”.

¿A qué Iglesia estaba mirando Benedicto? ¿Por amor a qué Iglesia ha dado un paso de semejante envergadura? Creo que no me equivoco si digo que a la “Iglesia-comunión”, fruto del Vaticano II y también perspectiva suya, “cada vez más expresión de la esencia de la Iglesia”, como también ha señalado el papa Ratzinger al final de su pontificado.

“Cada vez más”, como diciendo que todavía no los somos del todo. Y ¿en qué dirección? La Iglesia, como bien se sabe, es para el mundo. Por esto, frente a las exigencias de reforma ad intra, me parece que tiene que privilegiar el mirar fuera de sí, intensificar el diálogo con la sociedad. Ese contacto vital le permitiría que se oiga claramente su voz fiel al Evangelio, y al mismo tiempo escuchar las inquietudes de los hombres y las mujeres de este tiempo. El resultado sería que encontraría nuevos recursos y una insospechada vitalidad dentro de sí.

Ciertamente será necesario insistir en el diálogo ecuménico, el gran tema de la unión visible de las Iglesias, tratando de llegar a definiciones de la fe y de la praxis eclesial aceptables por todos los cristianos.
Además auguraría una Iglesia más sobria, tanto en poseer bienes cuanto en las expresiones litúrgicas y en sus manifestaciones; propondría una comunicación más fluida y directa con la sociedad contemporánea, que permita a la gente relacionarse con ella más fácilmente, y una actitud de mayor acogida también con quienes piensan de otra manera.

Universalidad y apertura en los diálogos serán por tanto dos notas que deberá recoger el nuevo papa. Y para que pueda responder a estos enormes retos, me lo imagino un hombre de profunda espiritualidad, unido a Dios para captar del Espíritu Santo las soluciones de los problemas, ejerciendo constantemente la colegialidad y colaborando también con los laicos, hombres y mujeres, para pensar y actuar la Iglesia.

A nosotros, pues, nos toca trabajar con un nuevo sentido de responsabilidad. Se trata de suscitar estímulos creativos a distintos niveles. Pienso en la economía, que solo saldrá de la crisis si se pone al servicio del hombre; en la política, que ha de recuperar credibilidad volviendo a ser “vida común en la polis”; en las comunicaciones, que tienen que ser un factor de unidad en el cuerpo social. Pienso también en la justicia, en la apertura a quien comete un error, en quien sufre la plaga de la explotación, en quien ha padecido los errores de otros hombres y otras mujeres incluso de la iglesia. Pienso en aquellos que se sienten excluidos de la comunión eclesial, como las “nuevas uniones”. También esto es Iglesia, porque el Cristo que la fundó murió en la cruz para sanar toda división.

Hay que hacer brillar su verdadero rostro. Por eso he invitado a todos los que siguen el espíritu del Movimiento en todo el mundo a hacer un nuevo “pacto” que en todas partes haga crecer la escucha, la confianza, el amor recíproco durante este tiempo de espera, para que en unidad y colegialidad pueda la Iglesia elegir ese papa que también necesita la humanidad».

Fuente: Zenit

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