Dos santos muy especiales

 
El domingo de la Divina Misericordia, Juan Pablo II y Juan XXIII serán canonizados. Ambos han sido fundamentales en el desarrollo del Movimiento de los Focolares.

El Movimiento de los Focolares, al igual que otras realidades eclesiales, ha tenido -y así continúa- manteniendo una estrecha relación con los pontífices. Juan XXIII, Pío XII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI, han marcado la historia conjunta. Ante la próxima canonización de Juan XXIII y  Juan Pablo II, recordamos con gratitud algunos de esos momentos.

La idea de Juan XXIII sobre la Iglesia como signo e instrumento de unidad, que fuera el alma del Concilio Vaticano II, tuvo una singular sintonía con el carisma de Chiara Lubich. Juan XXIII fue quien aprobó  tras un periodo largo de estudio, en 1962 y por primera vez, el Movimiento de los Focolares bajo el nombre de Obra de María. Suponía la aprobación de algo inédito hasta entonces, un movimiento que une a vírgenes y casados.

Años más tarde, Juan Pablo II y Chiara Lubich mantuvieron una estrecha relación, especialmente en las grandes manifestaciones de familias, jóvenes, sacerdotes, religiosos, parroquias,… El Papa conoció la existencia del Movimiento cuando aún estaba en Polonia. Un momento importante fue el de la visita del Papa al centro internacional del Movimiento – en Rocca di Papa, cerca de Roma, el 19 de agosto de 1984-. Le fue presentada la amplia difusión del Movimiento en los países de la Europa del este. Muy impresionado dijo: “En la historia de la Iglesia hay muchos radicalismos del amor, todos ellos casi contenidos en un supremo radicalismo de Cristo Jesús, de él mismo. Ha habido muchos radicalismos del amor, muchos santos: un radicalismo de un san Francisco, otro radicalismo -digamos- de un san Ignacio de Loyola y muchos otros hasta nuestros días; otro radicalismo de un Charles de Foucould. Existe un radicalismo vuestro del amor, uno vuestro, de Chiara, de los focolarinos”

Otro momento a destacar fue el encuentro de los movimientos con Juan Pablo II en Pentecostés de 1998. El Papa subrayó que las dimensiones carismática e institucional de la Iglesia son coesenciales. Chiara le prometió que se ocuparía de la unidad entre los movimientos en la Iglesia.

Y uno de los momentos quizá más conocidos y significativos en la historia de los focolares. En 1985 Chiara Lubich estaba trabajando en los estatutos de la Obra de María. Preguntó a Juan Pablo II si la presidente podría ser siempre una mujer. Él respondió:”¡Ójala, es una buena cosa!”. Y añadió: “Yo os veo como expresión del perfil mariano de la Iglesia”.

Una relación la de Chiara con el Santo Padre, que ante su muerte, le hiciera declarar a la Lubich palabras como: “De la santidad del Papa también yo puedo dar testimonio personalmente. A menudo, después de una audiencia con él, me quedó la impresión de que el cielo se abriera. Me sentí directamente unida a Dios, en una profundísima unión con Él, sin intermediarios. Es porque el Papa es mediador, pero cuando te ha unido a Dios, desaparece. Me pareció comprender más profundamente cuál es el carisma propio del Papa. Las llaves para abrirnos el cielo, no le sirven sólo para borrar nuestros pecados, sino también para abrirnos el Cielo abriéndonos a la unión con Dios”.

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