Dos términos aparentemente contradictorios

 
Chiara Lubich y su nuevo descubrimiento de Dios. Jesús Abandonado y la cultura de la Resurrección.

chiara en EspañaEl pasado 16 de julio L’Osservatore Romano publicó el siguiente texto firmado por Florence Gillet, teóloga, experta en la obra de Chiara Lubich y colaboradora del Centro Chiara Lubich. Lo reproducimos a continuación gracias a la traducción de Javier Rubio. Artículo original en italiano.

Dos términos aparentemente contradictorios

¿Cuál es el secreto de la extraordinaria fecundidad de Chiara Lubich, dando pie a una obra tan vasta y universal en pocas décadas? ¿Cómo pudo abrirse camino con poco más de veinte años en la Iglesia preconciliar italiana y resistir con una propuesta de vida evangélica que a muchos levantaba sospechas, ya que atraía a personas de toda condición social, laicos y religiosos, hombres y mujeres? El secreto reside en lo que Chiara Lubich, refiriéndose al grito de Jesús, recogido en Mateo y Marcos, llama «Jesús crucificado y abandonado».

La espiritualidad que nace de Chiara Lubich se fue desarrollando progresivamente durante los años 40 en plena segunda guerra mundial, trazando una pequeña historia sagrada cuyo autor estaba en el cielo. Lubich siempre lo supo, sabía quién era ella y quién era Dios y le gustaba decir: «Toco una partitura escrita en el cielo, soy un pincel en manos del artista». Comprende diversos aspectos, todos ellos nacidos únicamente de las palabras del Evangelio, y todos articulados en una secuencia lógica, de modo que unos emanan de los otros. Todos son necesarios en su conjunto y ha sido denominada «espiritualidad de la unidad».

Algunas palabras del Evangelio fueron redescubiertas, como si hubiesen sido reanimadas, volviendo a vivir, luminosas y evidentes. El primer (re)descubrimiento, del que fluye todo lo demás, es Dios, su Amor: «Dios es amor». El segundo es precisamente el que tomaré en consideración: Jesús cuando, en la cruz, grita el abandono por parte de Dios, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Marcos 15, 34).

Luego, una tras otra se encienden otras palabras de Jesús y particularmente se pone de relieve el mandamiento que él llama «suyo» y «nuevo» (Juan 13, 34), el mandamiento del amor recíproco, que dilata la mente y el corazón del cristiano más allá del horizonte individual. Es un mandamiento dirigido a más de una persona y solo se puede llevar a cabo “juntos”. Chiara y sus compañeras lo asumen con un pacto de amarse como Jesús nos amó. También es fundamental la lectura del testamento de Jesús (Juan 17) que enciende la pasión y el compromiso por la unidad para que esta oración de Jesús al Padre no quede en letra muerta, sino que la unidad se realice y siga el modelo de la que hay «entre el Padre y el Hijo».

Jesús crucificado y abandonado, algo tan central en la espiritualidad de Chiara Lubich, siempre hay que entenderlo y vivirlo en función de la última oración de Jesús, su testamento (Juan 17), es decir, ser uno como el Padre y el Hijo, y por tanto en función de la Iglesia comunión. Las características de esta espiritualidad son pues cristocéntricas, trinitarias y eclesiales.

CXhiara_doriAsí narra el descubrimiento una de las primeras compañeras de Chiara, Doriana Zamboni, quien fue testigo ocular. «Íbamos a visitar a los pobres y probablemente ellos me contagiaron una infección en la cara. Estaba llena de llagas y las medicinas no detenían la dolencia. Aun así, con el rostro convenientemente protegido, seguía yendo a misa y a las reuniones del sábado. Hacía frío y salir en esas condiciones podía ser peligroso. Y como mis padres me lo prohibieron, Chiara le pidió a un padre capuchino que me trajera la comunión. Mientras hacíamos la acción de gracias, aquel sacerdote le preguntó a Chiara cuál había sido a su parecer el momento en que Jesús había sufrido más durante su pasión. Ella respondió que siempre había oído decir que había sido el dolor que había padecido en el huerto de los olivos. Pero el sacerdote dijo: “Yo creo sin embargo que fue en la cruz, cuando gritó: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. En cuanto el sacerdote se marchó, me dirigí a Chiara, segura de que tendría una explicación, sin embrago me dijo: “Si el dolor más grande de Jesús fue el abandono por parte de su Padre, entonces nosotras lo elegiremos como ideal y lo seguiremos así”».

El episodio que acabamos de narrar se sitúa con precisión en el espacio y el tiempo, en casa de Doriana Zamboni, en Trento, el 24 de enero de 1944. Se recuerdan los mínimos detalles, y ninguno es indiferente, que componen un diseño y expresan un sentido, con el significado de que marcan un giro total, una divisoria entre dos épocas.

Aquel día del “descubrimiento” de Marcos 15, 34 se proclama una Palabra que se presenta de modo creíble por ser revelada, si bien confirma una idea anterior recibida por la Iglesia. Por aquel entonces era un «pensamiento común, (…) entre los cristianos —explica Chiara— que [el dolor más grande de Jesús] había sido el que sufrió en Getsemaní. Mas nosotras, con una gran fe en las palabras del sacerdote, por ser ministro de Cristo, creímos que el dolor del abandono había sido el máximo».

Así pues, tras escucharlo, sigue una adhesión inmediata de fe, una recepción activa, ya que Chiara elige a Jesús abandonado, involucrando también a su compañera Dori, como si se viesen llamadas a una misión: «Nosotras lo elegimos como ideal y lo seguimos así». Prosigue Dori: «Se convierte en personaje vivo de la existencia».

Enseguida se acuña la expresión «Jesús abandonado», uniendo sin temor dos términos aparentemente contradictorios, o al menos paradójicos: ¿Cómo es posible que Jesús, a quien el credo proclama segunda persona divina, sea abandonado por Dios? A Chiara no le asusta la contradicción, al contrario, la elige. Cree en una palabra revelada y este acto de fe la lleva a un conocimiento más profundo del misterio de Dios; comprende que el amor de Jesús por nosotros llega hasta vaciarse de su divinidad (la kénosis). En Jesús gritando el abandono por parte de Dios reconoce, pues, la suprema revelación de Dios amor. Su primer descubrimiento de que Dios es solo amor se enriquece y concretiza. Escribe Chiara: «En él hemos contemplado inmediatamente el vértice de su amor porque es el culmen del dolor. En Jesús abandonado, de hecho, se revela todo el amor de un Dios».

Rápidamente le surge el deseo de ir al encuentro de Jesús abandonado, presente en cualquier dolor, reconociendo en ello una sombra de su dolor, la pasión por él, y decirle con la vida que no está solo, sino que su dolor es compartido. Desde ese momento Chiara y sus compañeras se esforzarán en unirse a él, reconociendo tras cada dolor la presencia de Jesús en su abandono, dando inicio así a un camino de fidelidad, continuamente renovada, a aquel que se presenta y se vuelve a presentar siempre bajo una apariencia nueva a lo largo de las décadas de la historia de Chiara.Jesús_cruz

Muchas veces y en distintas circunstancias dolorosas, a veces absurdas, volverá a pronunciar su sí inicial, un sí vital, para unirse a él como una esposa que comparte todo lo del esposo, y cada sí marcará una profundización mayor en el misterio de Dios Uno y Trino. Esta dinámica está en gran sintonía con el mensaje paulino, que proclama la paradoja de un Dios crucificado, paradoja que ha de aceptarse por fe, es decir, la inmersión voluntaria y personal en la muerte y resurrección de Cristo. Pablo, por otra parte, no cesa de insistir en que «por la fe», por esa inmersión vital en la muerte y resurrección, somos salvados, justificados y, como herederos, recibimos el Espíritu y Cristo habita en nuestros corazones.

De hecho, con el abrazo sincero y de puro amor a Jesús abandonado, Chiara hace una experiencia sorprendente e inimaginable de salvación y justificación, de plenitud de Espíritu Santo, de heredar la filiación divina. Vive el asombro de hallar en el dolor abrazado por amor a Jesús la vida, la alegría. Puede constatar que unirse al abandonado en el dolor produce una transformación del dolor en amor.

Es un dato de la experiencia de Chiara y de todos aquellos que han seguido sus huellas: abrazando al abandonado se entra en otra dimensión, la capacidad de amar se dilata, se entra en un nuevo conocimiento de Dios y de sí mismo. Lejos de entrar en algo que se opone a Dios, como podría parecer, quien ama a Jesús abandonado va de revelación en revelación, de conocimiento en conocimiento, de luz en luz. Chiara puede exclamar: «A ti en la cruz, en el máximo abandono, te hemos elegido como nuestro todo, ¡y tú nos das el paraíso en la tierra! Eres Dios, Dios, Dios». Vive, pues, el asombro de que, abrazando el dolor, sea cual sea, pues él lo ha asumido todo, se produce una «alquimia divina» por la cual el dolor se transforma en amor, la muerte en resurrección. Muchas veces ha narrado la experiencia de esta metamorfosis: «Poco a poco me has hecho entrar en tu dolor, tu infinito dolor. Y, cosa inaudita, al otro lado de esa puerta que me hablaba de muerte y angustia he encontrado el Amor y ha desaparecido el dolor. He encontrado la ley de la vida. Quien entra en tu infinito dolor, como por encanto todo lo ve transformado en Amor. He encontrado el tesoro escondido, toda ciencia, toda beldad, toda bondad, todo amor. He encontrado la Vida. Jesús abandonado ha atraído a sí todas las vanidades y las vanidades se han vuelto él y Él es Dios. Ya no hay vacío en la tierra ni en el cielo, hay Dios».

Lo vuelve a expresar en el doctorado honoris causa en filosofía que le fue otorgado en Ciudad de México, el 6 de junio de 1997: «Jesús abandonado ha experimentado en sí mismo y ha asumido el no-ser de las criaturas separadas de la fuente del ser; ha cargado con la “vanidad de las vanidades” (Eclesiastés 1, 2). Hizo suyo, por amor, ese no-ser que podemos denominar negativo y lo transformó en él mismo, en ese no-ser positivo que es el Amor, tal y como lo revela la resurrección. Jesús abandonado permitió que el Espíritu Santo se extendiera por la creación, y así se convirtió en “madre” de la nueva creación».

Chiara define Jesús abandonado como una «inmensa mina áurea de luz y amor». En una oración de alabanza a Jesús abandonado exclama: «¡Eres la cumbre más alta de la entrega de sí mismo! Eres la vida de la Trinidad aquí en la tierra. (…) ¡Eres la vida para toda muerte! ¡Eres la resurrección de los muertos a tu gracia! ¡Eres la forja de los santos!».

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Obra de Ján Morovič

¿Cuál es el sentido teológico de esta misteriosa transformación del dolor en amor que se produce cuando sinceramente se abraza a Jesús abandonado? Sencillamente es la esencia de la Buena Nueva, del Evangelio: el crucificado es el Resucitado, el abandonado por Dios es Dios donándonos el Espíritu de amor, que une al Padre con el Hijo y nos comunica su filiación. Cuando llegó la hora, Jesús dijo: «Glorifica a tu Hijo». Para Juan cruz y gloria son una sola cosa. Al abrazar al abandonado se verifica que muerte y resurrección son dos aspectos de un único acto; de hecho, nos convertimos en receptáculo del amor de Dios, el Espíritu Santo ama en nosotros, nos transformamos en «el Amor».

Detrás de todo lo que lleva la huella de Jesús abandonado está la huella del Resucitado, reconocido con certera esperanza. La participación en el sufrimiento del abandono es real en todo su dramatismo, no se da una economía del dolor, pero verdaderamente se pasa de la muerte a la vida y así se proclama la esperanza en que la resurrección ya está actuando en cada sufrimiento, y que la nueva creación está en gestación. Con estas simples palabras, “abrazar al abandonado”, Chiara testimonia de modo implícito pero vigoroso su fe en el misterio pascual, proclama que este impregna toda la creación, que es su sustancia más profunda, que renueva el universo. Al igual que las mujeres del Evangelio, es mensajera de la resurrección, de una cultura de la resurrección. Verdaderamente ha resucitado: Christos anesti.

El día en que descubrió a Jesús abandonado, inmediatamente le surgió la pasión por parecérsele, por quererlo, preferirlo, festejarlo, en pocas palabras, por fundirse con él en una actitud de esposa. Y además la pasión por atraer al mayor número posible de personas a la aventura de responder al amor abandonado para que ya no esté abandonado. Quisiera «correr por el mundo reuniéndole corazones, y siento que todos los corazones del mundo no son bastantes para un amor tan grande como Dios».

Amar a Jesús abandonado, sin embargo, no es algo intimista, significa también amar y abrazar a toda la humanidad que sufre. Él da unos ojos y un corazón nuevos para ver el dolor de los demás, para amar, consolar e inclinarse ante todo tipo de heridas. «Este es nuestro ideal —dice Chiara—, Jesús crucificado y abandonado en nosotros y fuera de nosotros, en el mundo entero, para aliviarlo y confortarlo». Con la brújula de la vida orientada hacia él, se abre ante ella y ante nosotros un horizonte ilimitado.

En la historia inicial de Chiara, en la bombardeada Trento, este horizonte supuso tomar como objetivo a los pobres. Pero muy pronto Chiara se orientó hacia otros escenarios: el mal moral en sus distintas facetas, las personas alejadas de la fe, la Iglesia obligada al silencio y perseguida en los países de la Europa del Este, la división dentro de la cristiandad. Con profética lucidez y realismo, Chiara mira a la cara al mundo postmoderno y pluralista, multicultural y multirreligioso, lacerado por la proliferación de muchos conflictos.

En todas estas situaciones el amor a Jesús abandonado lleva a no evitar los retos, sino a afrontarlos, con una dedicación concreta a las personas, así como con acciones, obras, compromisos e iniciativas de diálogo.

Quien descubre a Jesús abandonado y entrevé su rostro en cada dolor y desunión, en cada desgracia y división, no puede encerrarse en un espiritualismo desencarnado, en una especie de intimismo cómodo, más bien está siempre con él en la fractura, en la ruptura, en contacto con las “heridas” para ponerles remedio. En este sentido Chiara ha visto a Jesús abandonado como «el Dios de nuestro tiempo», «el Dios de hoy». Bajo esta perspectiva, la llamada de la persona humana, sea hombre o mujer, es altísima pues se hace protagonista del cumplimiento de la obra creadora y redentora de Dios. Uniéndose a un Dios abandonado, está llamada a «ayudar a Dio», como decía Etty Hillesum, un Dios que se presenta débil, que roza la desesperación, llamada a ser su colaboradora, su esposa.

Jesús abandonado amado, vivido y reconocido no tiene límites, abre el corazón a todo el mundo, creyentes y no creyentes, porque todos vivimos la paradoja del dolor, todos tenemos preguntas sin respuesta, contradicciones existenciales, si bien la forma de afrontarlas es distinta. En el hecho de vivir el sufrimiento tenemos el parentesco más profundo con cada persona y con el mundo contemporáneo, que sobre todo sufre por la ausencia de calidad en las relaciones.

Jesús abandonado trae esperanza, da sentido al dolor. Albert Camus, un agnóstico, en La caída, una novela con trazos autobiográficos, habla del abandono de Jesús en la cruz con estas palabras: «Él [Jesús] gritó su agonía y por eso yo lo amo, amigo mío. Murió sin saber».

Venía a mi comunidad una joven cuya vida era moralmente desordenada, motivo de gran sufrimiento para ella. Un día me dijo casi con ese acento de quien ha encontrado el sentido de las cosas: «Yo soy Jesús abandonado». Y también quisiera citar a un musulmán que desde hace años conoce y aprecia nuestro Movimiento y se siente hijo espiritual de Chiara. Atraído por la vida de la gente del Movimiento, quiso conocer toda la espiritualidad, incluido Jesús abandonado. Recientemente me abrió su corazón y me dijo: «Como musulmán no puedo aceptar a Jesús, un Dios que muere en la cruz… va contra mi religión. Pero puedo decir que Chiara, con esta realidad, me ha hecho descubrir y vivir que, yendo más allá de dolor, amando a los hermanos, encuentras la alegría, la paz, la vida».

Jesús abandonado está al lado de todo ser humano: revivirlo, redescubrirlo, anunciarlo puede permitir a muchos participar en el misterio de muerte y resurrección. Como dice la Gaudium et spes, el Espíritu santo ofrece a todos, según un modo que Dios conoce, la posibilidad de entrar en contacto con el misterio pascual (n. 22, 5).

 

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