La mujer, educadora de paz

 
Discurso pronunciado Por Chiara Lubich en Trento el uno de enero de 1995.

1995_Trento_ChLubichLa propuesta del entonces Papa Juan Pablo II para la XXVIII Jornada Mundial de la Paz giraba en torno al mensaje que escribió: La mujer, educadora para la paz.

En esta línea, la fundadora de los Focolares se dirigió a los habitantes de su ciudad natal el primer día del año de 1995. Publicamos íntegra su intervención, recogida de la página web del Centro Chiara Lubich, donde también se puede ver el video original en italiano.

La mujer, educadora de paz

Señor alcalde, autoridades presentes, señoras y señores:

En este discurso tengo que hablar – como saben – sobre el tema: “La mujer, educadora de paz”.

Dando este título a la Jornada de la Paz, el Santo Padre piensa, naturalmente, en todas las mujeres del mundo, de todos los continentes, de todas las razas: blanca, amarilla, negra… y no sólo cristianas, sino de todas las religiones. No sólo creyentes, sino también de otras convicciones.

Piensa en el don inestimable que es la mujer para la humanidad. En la mujer así como es con su feminidad, con su originalidad específica, con su amabilidad y bondad connaturales, con su innata capacidad de ser fuente de alegría y de paz para los que la rodean; con su gracia, de tal manera que es definida, con autoridad: “probablemente la obra maestra de la creación”.

Porque las mujeres – lo sabemos – no son sólo las que aparecen en algunos programas de televisión y en muchos semanarios. Esas son una minoría tan insignificante que desaparecen frente a los millones y millones de mujeres, esposas, madres, vírgenes, viudas, casi siempre desconocidas y en el silencio, que hacen de levadura en nuestra sociedad y sirven de pararrayos ante muchas calamidades. Es sobre todo en estas mujeres en quien piensa el Papa. Y son éstas las que también hoy queremos honrar y recordar.

Sin embargo, dado el poco tiempo del que dispongo, me permito detenerme en un nuevo tipo de mujer que empieza a presentarse hoy, en nuestro planeta. Y lo hago porque creo que a ésta más que a ninguna otra se le pueda atribuir el calificativo: “educadora, artífice de paz”, de la paz más verdadera.

Pero vayamos por orden. “La mujer, educadora de paz”

En primer lugar nos preguntamos: Pero, ¿quién es la mujer y cómo debería ser?

La mujer, desde hace siglos, se pregunta quién es y lucha por ser lo que debe ser y alcanzar así su realización.

En tiempos recientes, la hemos visto enrolada en una verdadera lucha para que se reconozca su dignidad y obtener el respeto de sus derechos muchas veces conculcados. Y aunque a menudo su actuación ha provocado perplejidad, algo ha obtenido. Sin duda, no estamos en aquella triste época para la mujer, cuando Teresa de Ávila, – “la más mujer de las santas y la más santa de las mujeres” – pedía al Señor justicia para la mujer, al no encontrar razonable – decía – “que sean desechados corazones virtuosos y fuertes por el sólo hecho de que son de mujeres”[1].

1995_Trento_ChLubich_salaSí, la situación de la mujer ha cambiado notablemente y muchas cosas nos hacen vislumbrar nuevos progresos.

Además, actualmente hay mujeres que, conscientes de su identidad, a diferencia del pasado, entienden dar toda su original e insustituible aportación solidariamente entre ellas, pero no sólo, sino también con los hombres, para el futuro de nuestro planeta.

Esto vale, naturalmente, para nuestro mundo occidental, el que, queriendo o no, ha experimentado la influencia de la cultura cristiana en la que está enraizado.

Sabemos que, desgraciadamente, hay mujeres en otros países y continentes, lejanos del cristianismo que viven en condiciones lamentables con respecto a su realización, cuando no están, aún hoy, en estado de esclavitud.

Pero nos podemos preguntar: aun cuando las mujeres alcancen todas las reivindicaciones legítimas, ¿se sentirán plenamente realizadas?

Creo que es necesario algo mucho más profundo. Me parece que, para dar una repuesta válida y segura, hay que ir a la causa de este dramático problema y encontrar el verdadero remedio. Es inútil que nosotras, mujeres, lo busquemos en otra parte. La cuestión femenina tiene sus raíces en aquella terrible profecía anunciada en el Génesis, después del pecado original y del anuncio del castigo del hombre y la mujer (trabajar con el sudor de la frente y dar a luz con dolor), profecía que dice: “Él, (el hombre) te dominará” (Gn. 3, 16).

Por eso las mujeres volverán a encontrar la plenitud de su ser sólo en aquel Cristo que restableció el orden, redimiendo al hombre y a la mujer; que devolvió la armonía a la relación entre ellos; que aquí en la tierra demostró un inmenso amor por la mujer, restituyéndole su completa dignidad.

En todas las enseñanzas de Jesús como también en su comportamiento, no encontramos nada, de hecho, que refleje esa discriminación de la mujer, propia de su tiempo. Al contrario, sus palabras y sus obras expresaban siempre el respeto y el debido honor hacia la mujer (cf. MD 13).

Las mujeres, para ser realmente ellas mismas, tendrían que rever su posición con respecto a Jesús, tendrían que hacer también hoy la experiencia de un encuentro profundo con El, encontrarse con El, como les sucedió a las afortunadas mujeres de Palestina.

También hoy sólo Jesús será capaz de realizarlas completamente, como sólo En las ha realizado en los siglos pasados.

De hecho, ¿quién puede negar que Catalina de Siena, Rita de Cascia, Rosa de Lima, Clara de Asís, Juana de Arco… hayan sido mujeres completas, realizadas plenamente?

¡Encontrarse con Jesús!…

El, Hijo de Dios Amor, se revelará a la mujer como Aquel que vino a la tierra a vivir y a morir por amor y a restaurar cada cosa y criatura con el amor; a enseñar a todos qué es el amor, porque este es el punto central de su doctrina; a llamar a cada uno al amor: vocación a la cual es particularmente sensible la mujer.

No porque el hombre no lo sea. La historia nos ofrece muchísimos ejemplos de gigantes del amor, de la divina caridad. Pero eso no niega que la mujer esté especialmente preparada para ello.

De hecho, la caridad que Cristo trajo consigo posee cualidades específicas: es concreta y exige sacrificio.

No es caridad – lo sabemos – el amor que se queda en el sentimentalismo o en la compasión. La caridad es verdadera cuando no es teórica, cuando va a lo concreto, cuando es servicio y entrega generosa, a los demás, en toda ocasión. Jesús nos la demostró lavando los pies a sus discípulos.

Ahora bien, “comúnmente se piensa – dice el Papa en la “Mulieris dignitatem” – que la mujer es más capaz que el hombre de dirigir su atención hacia la persona concreta” (MD 18).

Además la caridad es antes que nada sacrificio, es vivir por los demás, olvidándose de sí mismos.

Y la mujer – afirma todavía la “Mulieris dignitatem” – “a menudo sabe soportar el sufrimiento mejor que el hombre” (MD 19).

Pero en nuestros días, la mujer ¿dónde puede hallar la posibilidad de encontrarse nuevamente con Jesús y su mensaje?

Sabemos que hoy la cuestión femenina es un signo de los tiempos. Y esto nos indica la voluntad de Dios. Pero Dios, que es Providencia, no se limita a indicarla. Abre caminos, responde, ofrece posibilidades. Y, en general, a través de su Iglesia, pero no sólo.

En efecto, la Iglesia, también en sus máximos responsables, se ha propuesto, con respecto a esto, dar una respuesta.

Pero Jesús no sólo está presente y manifiesta su interés por todos, y en nuestros días, especialmente, por la mujer, por medio de los canales de la jerarquía de la Iglesia. Él vive y lo podemos encontrar, por ejemplo, en las innumerables realidades eclesiales fundadas a lo largo de los siglos y renovadas y actualizadas después del Concilio Vaticano II.

Lo podemos encontrar en los grupos, asociaciones y Movimientos nacidos antes, durante o después del Concilio, en Italia y en el exterior: distintas expresiones de la Iglesia, y a las que ella mira con gran esperanza.

Las espiritualidades de estas nuevas asociaciones eclesiales poseen elementos comunes a los que las mujeres son particularmente sensibles. Sin duda, conciernen a todos, hombres y mujeres, y no sólo, también a personas de todas las clases sociales, a toda vocación, pero especialmente son adecuadas para los laicos y, en modo especial, para las mujeres.

Gracias a estos dones las personas se ven invadidas, sobre todo, por una certeza inquebrantable, eterna novedad de la Buena Noticia: “Dios, el Dios revelado por Jesús, es Amor, es mi Padre y yo soy amada por El inmensamente”.

Por estos nuevos impulsos del Espíritu, las Palabras del Evangelio y de la Escritura adquieren una luz nueva y somos impulsados a ponerlas en práctica.

Se subrayan, especialmente, las palabras sobre el amor, sobre el corazón del cristianismo: el Mandamiento nuevo de Jesús, que da paz; sobre la unidad en Cristo, síntesis de cada uno de sus deseos, de su Testamento y sinónimo de la verdadera paz; sobre la necesidad de la comunión; sobre el amor a la cruz, descubierta como la clave para comprender y realizar la unidad y la paz, porque El pagó, de este modo, la reunificación y pacificación de los hombres con Dios y entre ellos.

Encontrando estas Obras, así como en otras porciones de Iglesia renovadas, muchas mujeres, hoy, de cualquier país y raza, pueden encontrarse, y se encuentran de verdad con Jesús, con Jesús vivo. Y, como en los tiempos en los que El estaba físicamente presente, perciben que su amor, su mensaje las hace nuevas, completas.

Ellas están en ambientes muy distintos: en las casas, en puestos de trabajo, en las escuelas, en los parlamentos, en los teatros, en los hospitales, en los organismos de la Iglesia…

Trabajan para que Jesús esté presente en la familia, de manera que, teniendo como base una recobrada conciencia de la paridad e igualdad entre el hombre y la mujer también en el matrimonio, permanezca vivo y constante el “vivir por el otro”, por cada miembro de la familia, resolviendo problemas, con esa capacidad pacificadora y unificadora que le es propia; allanando dificultades, sabiendo perdonar, repartiendo armónicamente tareas y responsabilidades que lleva también a la familia a abrirse a la humanidad entera.

Estas mujeres actúan así en la sociedad, en todos los sectores. En estos campos las mujeres – justamente porque en la vida saben ocuparse generosamente del otro, de cada ser humano – dan un nuevo impulso a las más variadas formas de participación para volver a humanizar las estructuras e impregnarlas de una nueva vitalidad.

Saben trabajar en problemas cruciales para la humanidad. Por eso se ocupan de una distribución más equitativa de las riquezas y de los recursos naturales, de la solidaridad internacional. De aquí su interés por los problemas actuales del ambiente.

Por Cristo en ellas, conquistan los corazones, convierten, eliminan barreras y llevan la paz entre personas de razas diferentes, de pueblos distintos, entre ricos y pobres; llevan unidad y colaboración entre los miembros de la Iglesia.

Son capaces de abrir diálogos fecundos con cristianos de otras Iglesias, con fieles de otras religiones, con los hombres de buena voluntad.

Comprenden que la historia de la humanidad es un lento y duro descubrimiento de la fraternidad universal en Cristo y actúan para que ésta se realice en todos los niveles.

Y por vivir el amor, el mayor carisma, estas mujeres se sienten de un modo especial muy cerca de María. Y María puede ser su modelo.

En la carta apostólica Mulieris dignitatem, el Papa, hablando de la mujer, evoca la figura de María, la Madre de Dios, la Theotokos (cf. MD 4-5) – que hoy 1 de enero festejamos – y explica la dignidad extraordinaria con la que Dios eleva a la mujer en María.

Pone así en evidencia que la unión con Dios, a la cual están llamados todos los hombres, en María se realiza de la manera más sublime. Por eso María, “la mujer”, es la representante del género humano, es el prototipo de todo hombre y mujer. Por otra parte en la Theotokos se realiza – sigue diciendo – “un modo de unión con el Dios vivo, que es propio sólo de la mujer (…); la unión entre madre e hijo” (MD 4). Por eso María – que alcanza la plenitud de la perfección también en lo ‘que es característico de la mujer’ (MD 5) – es de un modo especial prototipo de la mujer.

Así la mujer, viviendo plenamente su vocación, con la fe, la nobleza, el amor de María, puede revelar a la Iglesia la “dimensión mariana de la vida de los discípulos de Cristo”[2], puede contribuir a mantener vivo y a manifestar el perfil mariano de la Iglesia, del que el Papa de vez en cuando habla, declarándolo “tanto o más fundamental y característico (…) que el perfil apostólico y cetrino”[3].

Entonces, existen mujeres que son una real esperanza y un ejemplo para muchas, porque el Espíritu Santo obra a su favor. ¡Y quién sabe cuántas sorpresas Él está preparando en el ámbito de la Iglesia y fuera de ella!

Que María, en el tercer milenio que comienza, ayude a las mujeres a saber amar y a saber sufrir. Aunque tanto una cosa como la otra son fuentes inagotables de alegría. Y la una y la otra, condición para ser artífices de unidad y paz.

Chiara Lubich


[1] S. Teresa de Jesús: Camino de perfección, la redacción. Autógrafo de El Escorial, 1565:IV,1

[2] Juan Pablo II, Redemptoris Mater (25 marzo 1987), 45.

[3] Juan Pablo II, Allocuzione ai cardinali e ai prelati della Curia Romana (22/12/1987)

 

 

Normas(500)