Paraíso del 49

 
Hubo un momento en la historia de los Focolares que pareció marcar un giro, un cambio de rumbo, una escalada. Se trata del año 1949.

La comunidad se ampliaba, como lo prueba que el año anterior se hubiese inaugurado el primer focolar para chicos. Todas aquellas personas requerían una notable atención, incluido el aspecto organizativo, de modo que el médico le indicó a Chiara que se tomase un descanso. Para ello se fue al valle de Primiero, a Tonadico, donde Lia Brunet tenía una baita[1]. Se fue con varias de sus primeras compañeras, y los domingos subían también sus primeros compañeros y otras focolarinas que trabajaban entresemana, como Natalia Dallapiccola. Todos ellos constituían el círculo más próximo a Chiara en aquelllos años 40, y eran como hojas en blanco en las que el carisma podía escribir sus palabras llenas de novedad; la inocencia evangélica que tenían, y a veces también su aparente ingenuidad, asombraba a muchos de los que se les acercaban.

En este entonces, en medio de aquel grupo extremadamente cohesionado, irrumpe la figura inesperada y en cierto modo imponente de Giordani[2], aunque a él mismo le gustaba llamarse un “cristiano ingenuo”. Se puede decir que él abrió de par en par las puertas y las ventanas del apartamento de la Plaza Cappuccini al mundo entero. En el fondo, fue él el que subrayó a las primeras focolarinas y los primeros focolarinos la grandeza del carisma, su validez universal: el movimiento naciente no estaba destinado únicamente al mundo religioso, a los católicos, sino que era un don para toda la humanidad. Hay que decir que en Roma ya se habían producido los primeros contactos con importantes exponentes de la Iglesia: varios sacerdotes y religiosos habían intuido la novedad que aportaban las chicas de Trento y empezaban a hablar del focolar con profundo interés. Pero fue Giordani el que infundió la certeza de que aquella espiritualidad incipiente –que hasta entonces había vivido del Evangelio, de Jesús y de unidad- encerraba una auténtica revolución teológica y social, hecha sobre todo para los laicos, es decir, también para los casados.

Ciertamente no es casual que, a raíz de un encuentro entre Chiara y Giordani en Primiero, se abriese para Chiara la etapa carismática más fértil de sus inspiraciones. Un periodo de intensísima comunión con Dios y entre los miembros del núcleo más reducido del focolar que se hallaban en los Dolomitas. En aquel verano de 1949, en concreto el 16 de julio, empezó el periodo conocido como “Paraíso del 49”, que en realidad se prolongó a los dos años siguientes, pero cuya primera fase concluyó el 20 de septiembre de 1949, cuando, en un folio con el membrete de la Cámara de Diputados que le prestó Giordani, Chiara escribió esa obra maestra que comienza con el ya célebre: “Tengo un solo esposo sobre la tierra: Jesús Abandonado”. El descenso del “pequeño Tabor” de los focolarinos, estuvo marcado por el anuncio definitivo del Abandonado como camino de unidad. “iré por el mundo buscándolo en cada instante de mi vida”, estaba escrito en esa hoja.

Extraído de: Fondi, Enzo Maria y Zanzucchi, Michele: Un pueblo nacido del Evangelio: Chiara Lubich y los Focolares. Madrid: Editorial Ciudad Nueva, 2005. Pp 98-99


[1] Refugio o casa sencilla de montaña propia de los Alpes, de piedra y madera. [NdE]

[2] Igino Giordani, definido por Chiara Lubich como uno de los cofundadores de Movimiento de los Focolares. Fue diputado y pionero del ecumenismo; llevó la realidad de los laicos casados y de la familia al focolar, abriéndolo a toda la humanidad.

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